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Mi padre está en la cárcel

El llevar a cabo investigaciones todos los años en los colegios da lugar a que tenga información de primera mano de los problemas personales y sociales que acucian a las familias, porque el dibujo de la familia es un medio privilegiado a través del cual los niños y adolescentes cuentan lo que les sucede, tal como ya saben los lectores de Negro sobre blanco.

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Pues bien, en esta ocasión desearía tratar una temática que parece alejada de la mayoría de nosotros y, aunque no la conozcamos al detalle o la información que tengamos es la que recibimos por los medios de comunicación, sabemos que es una realidad que está ahí presente, y que, curiosamente, no se encuentra tan distanciada de lo que podríamos pensar, ya que los ejemplos que voy a poner no son necesariamente de colegios de barriadas o entornos marginales.

Me refiero al caso de escolares que tienen a su padre en la cárcel. Son niños y niñas que asisten al colegio mezclados con otros cuyas familias, por suerte para ellos, no se encuentran en estas situaciones tan extremas. Y es que la escuela pública tiene que ser un lugar de integración que no los discrimine, sino todo lo contrario: debe ser uno de los grandes instrumentos de esta sociedad que apoye también a niños al borde de la exclusión y les ayude a ser personas con todos los derechos.

Sé que actualmente eso es casi una utopía, pues la división social aumenta día a día. Y se manifiesta claramente cuando vemos que la “alta delincuencia” no traspasa el mundo de los barrotes, puesto que estos, principalmente, están reservados para los estratos sociales más bajos de la sociedad, ya que carecen del poder social y económico que tiene el primer grupo.

Por otro lado, la defensa a ultranza del capitalismo neoliberal que actualmente se lleva a cabo en nuestro país y en la Unión Europea arroja a la marginalidad a amplios sectores de la población, lo que da lugar a que los hijos de esas familias sean, finalmente, pasto de la exclusión, puesto que una de las tablas de salvación, como he indicado, es el de una escuela pública inclusiva; no la que ahora mismo se está gestando a base de recortes.

Antes de pasar a analizar los cuatro casos que he seleccionado de colegios distintos, quisiera decir que estos chicos estaban en unas aulas con magníficos maestros o maestras que sabían lo que les acontecía y que, de un modo bastante natural, les daban un apoyo especial para que se sintieran arropados en el tiempo que estaban en el centro con ellos.

Aunque escribir solo los nombres propios no dan pistas sobre la identidad, no obstante, los cambiaré para preservar la total privacidad de los autores de los dibujos.

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El primero de ellos corresponde a Miguel Ángel, un niño de diez años cuyo padre se encuentra en la cárcel desde hace algún tiempo. Le visita con bastante frecuencia, resultándole ya casi familiar el ambiente carcelario. Por otro lado, vive con sus tíos, sus primos, abuelos, madre y hermana en una modesta vivienda, por lo que podemos hacernos idea de que su futuro es poco halagüeño.

Por la escena trazada, podemos ver que es al padre al que dibuja primero, en el extremo superior derecho de la lámina, acostado en una litera, ya que esta imagen la tiene muy fijada en su mente. En segundo lugar, a su madre; en tercero, a él mismo y, posteriormente, distribuye por la hoja al resto de los miembros de la familia con la que vive.

Llama poderosamente la atención que en la lámina haya trazado tres puertas de barrotes, que son las que tiene que atravesar hasta que se encuentra con su padre. Y es que para Miguel Ángel, familia y cárcel parecen ya formar una unidad indisoluble.

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El segundo dibujo corresponde a Antonio, un chico de once años. Cuando se pidió en la clase que dibujaran a su familia, no tuvo problemas en hacerlo, ya que su profesora conocía su propia situación por lo que intentaba ayudarle a salir adelante y no se sintiera muy afectado por la situación en la que se encontraba.

No obstante, como podemos apreciar, en vez de una casa como es habitual en los dibujos de los niños, ya que simboliza el hogar para ellos, Antonio la sustituyó por un edificio que intimida, que inquieta y que provoca cierto agobio si consideramos que es el referente para este chico. Así, la cárcel en la que se encuentra su padre sustituye a su casa, que, por otro lado, se muestra como una pesadilla que no se la quitaba de encima.

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Tras haber comentado dos dibujos de escolares de quinto y sexto de Primaria, pasaremos a edades inferiores. Con este tercer dibujo de Rocío, una niña de seis años, quisiera analizar cómo entienden la situación carcelaria del padre los más pequeños. En este caso, la niña comenzó dibujando a sus hermanas, como puede comprobarse por la numeración, en cuarto lugar se representó a ella misma y, por último, a su madre. Su padre, pues, no aparece en ese grupo familiar, como si no existiera para la autora. Por último, quisiera indicar que al lado de este grupo femenino, aparece una casita sin ventanas, como símbolo de enclaustramiento, y una flor.

El hecho de que la niña trazara a las figuras tan pequeñas era signo de la timidez y la inseguridad que poseía, ya que sabía que su padre se encontraba en la cárcel, aunque no lo había visitado en este lugar. Sentía miedo y vergüenza, sin entender, tal como le había manifestado a su maestra, por qué su padre estaba en este sitio y sus amigas lo tenían en sus casas.

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Finalmente, presento el dibujo de un niño de cuatro años, que, lógicamente, se encontraba en una clase de Educación Infantil. Solamente dibujó a su madre, a su hermano y a él mismo. No aparecía, pues, la figura de su padre.

Lo que más llama la atención de este trabajo es que, una vez terminadas las figuras, sorprendentemente coloreó de rojo toda la lámina. Con este gesto, y teniendo en cuenta que el rojo, entre otros significados, expresa tensión, violencia, agresividad, etc., el pequeño nos exteriorizaba a través de este cromatismo todo ese conjunto de sentimientos negativos que palpitaba en su interior.

Posdata: No es necesario que diga que para algunos estos casos no les conmueven en absoluto; vamos, que les son totalmente indiferentes. Entre ellos se encuentran, por un lado, los que apoyan las medidas gubernamentales que están llevando a la pobreza a una parte significativa de la población y, también, los defensores de esa detestable ley clasista como es la Lomce. Son los que viven en un mundo muy alejado de las incertidumbres y agobios de lo que significa verse condenado socialmente desde el momento de nacer.

Pero no deseo cerrar este artículo sin dar una nota de esperanza, es decir, sin olvidarme de esos magníficos maestros y maestras que aman su profesión y que son capaces de implicarse más allá de lo que se les exige laboralmente en su trabajo y prestan su apoyo a estas criaturas que sin tener ninguna culpa se encuentran condenados a una vida de pobreza, exclusión y marginalidad. Entre estos se encuentran a los que pude conocer en las aulas en las que se recogieron estos trabajos.

AURELIANO SÁINZ
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