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¿De verdad, Teresa?

Pocas personas han despertado tal oleada general de simpatía y cariño como Teresa Romero, la auxiliar de enfermería contagiada por ébola. Específicamente ella pues, desde el primer momento, el olfato popular detectó en su marido, Javier Limón, y algunos otros personajes de su entorno, excesivas ansias de notoriedad y otras avideces.

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Pero los españoles estaban con Teresa, sufrieron por ella y se alegraron emocionadamente de su victoria contra la terrible enfermedad. Aún fue más encendido el apoyo tras las palabras del consejero de Sanidad de Madrid, cuya sensibilidad demostró estar por debajo del nivel del de un bivalvo cerrado.

Pero percibo –y yo mismo siento– que esa inmensa corriente no solo está decreciendo sino que se siente frustrada y hasta en algunas ocasiones, incluso, manipulada. Las querellas interpuestas por su abogado pidiendo una fuerte suma económica, las rectificaciones con declaraciones anteriores para apuntalar sus exigencias y, quizás lo más impactante en términos de opinión publica, la entrevista en Telecinco, ha marcado un punto de inflexión en la percepción y han parecido síntomas de rechazo que ya no alcanzan solo al marido sino que comienzan a darle a ella de lleno.

Que junto a su presencia, el programa de la cadena repitiera presencia del tal Nicolasín no creo que tampoco haya sido positivo y la foto juntos han hecho dar un respingo de desagrado a más de uno.

He testado todo ello entre el paisanaje más cercano y sencillo de mi propia tierra alcarreña, muy trasversalmente en lo que a edades, condiciones y estatus se refiere. Y, en efecto, el asunto de las querellas se sustanciará como los jueces estimen oportuno.

En este sentido no puede olvidarse que contra ella ya hay anunciada una demanda de la doctora de Atención Primaria por injurias y calumnias, al ratificarse –aunque no lo hiciera de manera directa y personal– en afirmar que avisó a “todos” de su contacto con el ébola, pero lo que ahora se está dirimiendo es algo que no mide la justicia ni se cuantifica en dineros. Y ahí me parece que Teresa ha perdido y mucho.

Por supuesto que hay quienes la defienden a capa y espada, pero también están creciendo sus detractores y, lo que es más significativo en el fondo, que muchos españoles hubieran preferido una actitud de mayor gratitud y prudencia en sus manifestaciones.

Estoy entre ellos. No entro ni a juzgarla ni a condenarla, pero no me gustó verla dándose la mano con el “pequeño fantoche”, ni me gustaron algunas respuestas estudiadas, donde se oía de fondo la voz de su abogado. No me gustó nada y, al final, lo que me venía a la cabeza era una pregunta: ¿De verdad, Teresa? ¿De verdad te va a compensar lo que ahora estás haciendo? Hay cosas que, por fortuna, no se miden en dinero.

ANTONIO PÉREZ HENARES

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