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Aforismos y pensamientos: Nietzsche (amistad)

Quizás sea Friedrich Nietzsche (1844-1900) el filósofo alemán del siglo XIX más leído por personas no relacionadas con el mundo de la filosofía. Y es que su escritura fue verdaderamente impactante: representó una verdadera revolución en el mundo de las ideas, ya que llevó a cabo una exhaustiva crítica de la cultura y de la religión occidentales a partir del estudio de la genealogía de ambas, es decir, de la formación a lo largo de la historia de los conceptos, creencias y valores que son la base de las mismas.

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Sin lugar a dudas, tres son los grandes pensadores nacidos en ese siglo, como son Karl Marx, el propio Friedrich Nietzsche y Sigmund Freud (aunque este llega al siglo XX), cada uno en su ámbito –economía política, filosofía moral y psicoanálisis-, los que revolucionan los cimientos de la cultura occidental, de la economía capitalista y de la moral represiva, por lo que habría que hablar de un antes y un después de ellos.

Quienes se hayan acercado al filósofo alemán saben que en su escritura suelen aparecer con frecuencia aforismos, es decir, esas máximas o sentencias que son la concentración de su pensamiento en frases cortas, cargadas de ingenio y brillantez, por lo que es idóneo para incluirlo en esta sección.

De Nietzsche se puede hacer una selección larga de aforismos y pensamientos de distintas materias; no obstante, he elegido la amistad como tema inicial que extraigo de algunas de sus obras con el fin de aproximarnos, aunque de forma muy breve, a una parte de su filosofía.

Comienzo, pues, este corto recorrido con una frase sobre la amistad en la que puede apreciarse, al igual que sucedía en los filósofos de la Grecia y la Roma clásicas, que es un valor humano muy apreciado por el autor alemán. En esta primera máxima se condensan la sana alegría que proporciona la amistad, el crecimiento conjunto, el apoyo mutuo, el respeto y consideración recíprocos, la rectitud que se logra siendo un verdadero amigo…

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“Amigos, nos alegramos los unos a los otros como de plantas frescas de la Naturaleza y nos tenemos consideraciones mutuas: así vamos creciendo como árboles, unos al lado de los otros y, justo por ello, rectos y derechos, pues nos ayudamos recíprocamente a subir”. (Fragmentos póstumos, página 9).

Pero la amistad debe de construirse a partir de unos determinados valores. No es admisible el engaño, la traición, la ruptura de la confianza que se deposita en el amigo. Y, por supuesto, no es posible una sólida amistad cuando uno se considera superior al otro.

“Nos resultan muy dolorosos y nos hieren profundamente el corazón los signos de desconsiderada superioridad por parte de personas amigas o ligadas a nosotros por gratitud”. (Fragmentos póstumos, pág. 25).

Hay amistades que se forjan en la infancia y en la juventud pero que no sobreviven con el paso de los años. En aquellos lejanos tiempos se creía que ese lazo de unión afectiva se mantendría con el tiempo, pero los cambios que se van dando a medida que se avanza pueden dar lugar a que cada uno vaya por caminos un tanto distintos. A veces, si se echa una mirada hacia atrás, es posible comprobar que algunos amigos se convierten en el eco de lo que fuimos en tiempos pasados.

“Si nosotros cambiamos mucho, los amigos nuestros que no han cambiado se convierten en fantasmas de nuestro propio pasado: su voz llega hasta nosotros con un sonido horrible, espectral; como si nos oyésemos a nosotros mismos, pero más jóvenes, duros, inmaduros”. (Humano, demasiado humano, vol. II, pág. 224).

En la lectura de las obras de Nietzsche, he visto que cuando aborda la amistad aparece con relativa frecuencia la alusión al distanciamiento, a la separación o, incluso, a la ruptura. Él lo atribuye a que no nos conocemos suficientemente, a que no sabemos bastante de nosotros mismos, por lo que llega un día en el que la unión que se creía sólida se rompe.

“Fueron amigos, pero han dejado de serlo, y por ambos cabos deshicieron al mismo tiempo el nudo de su amistad, el uno porque se creía demasiado desconocido, el otro porque se creía demasiado conocido. ¡Y ambos se engañaban!, pues ninguno de ellos se conocía suficientemente a sí mismo”. (Aurora, pág. 87).

Es habitual que cuando han transcurrido años uno se pregunte qué fue de aquellos amigos o compañeros con los que se convivió en otra época, fuera en la calle, en el colegio o en el instituto. La curiosidad y la nostalgia suelen asomar cuanto más tiempo haya pasado.

En nuestra actual sociedad, con internet y las redes sociales funcionando las veinticuatro horas del día, es fácil localizar a los que fueron amigos en un período determinado. También es habitual que se convoquen para encontrarse y saber qué ha sido de cada uno. Pero, tras los momentos efusivos, empieza a asomar cierta sensación de que la imagen que se ha conservado no se corresponde con la realidad que ahora mismo se contempla.

“Cuando viejos amigos vuelven a verse tras larga separación ocurre a menudo que se fingen interesados ante la mención de cosas que se han vuelto enteramente indiferentes para ellos; y a veces ambos lo notan, pero no se atreven a levantar el velo por una triste duda. Surgen así diálogos como en el reino de los muertos”. (La gaya ciencia, pág. 160).

Todos tenemos amistades, todos presumimos internamente de ser personas sociables, todos creemos que contar con amigos nos convierte de modo inequívoco en ser un buen amigo… Pero esto no es necesariamente cierto: ser un buen amigo es una rara cualidad que hay que cultivar, que hay que ejercer de manera activa, que hay que saber trabajar constantemente para que los lazos de unión no acaben enfriándose o soltándose.

“Por cierto, el don de tener buenos amigos es, en no pocas ocasiones, mucho mayor que el don de ser un buen amigo”. (Humano, demasiado humano, vol. I, pág. 368).

Si Friedrich Nietzsche pudiera traspasar las barreras del tiempo y pudiera aparecer en nuestros días, y lo viéramos cómodamente sentado en un sofá mirando algunos de esos canales de televisión a los que acuden gente a “despellejarse”, gente que dice conocerse muy bien, y cuyas performances, o actuaciones en directo, son contempladas con deleite morboso por un amplio auditorio, pensaría que se quedó corto cuando pensó que respetar la privacidad de los amigos y conocidos era una cualidad necesaria para una sana convivencia humana.

“Pocas personas habrá que, si están apuradas por falta de conversación, no revelen los asuntos más secretos de sus amigos”. (Humano, demasiado humano, vol. I, pág. 327).

No solo la lealtad, el respeto a la intimidad, el saber guardar secretos que se conocen, sino también el reconocer y apreciar las cualidades de los demás se muestran como condiciones necesarias para que surja una buena amistad. La envidia, ese mal tan extendido en nuestro mundo, a pesar de que internamente no se reconozca, es la carcoma que corroe cualquier indicio de sana relación.

“La carencia de amigos permite deducir la existencia de envidia o de petulancia. No pocos deben sus amigos a la feliz circunstancia de no dar ocasión para la envidia”. (Humano, demasiado humano, vol. I, pág. 559).

Quisiera cerrar este corto recorrido con uno de los valores humanos que Nietzsche apreciaba con una sentencia que se me antoja un tanto enigmática, puesto que parece que la segunda parte contradice a la primera, o, quizás, la matiza.

“Debemos ser un lugar de descanso para nuestros amigos; pero un lecho duro, de campaña”. (Fragmentos póstumos, pág. 183).

Quizás Nietzsche, el intenso y apasionado filósofo que estuvo varios años internado en el psiquiátrico en la pequeña ciudad alemana de Jena, echara de menos el descanso, el sosiego y la tranquilidad que proporciona la buena compañía. Ciertamente, la sinceridad, como lecho duro, en alguna ocasión es necesaria en dos buenos amigos; aunque también el aprecio y la confianza que se depositan mutuamente aquellos que se estiman, se quieren y se respetan.

AURELIANO SÁINZ

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