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La figura de la madre

Qué vamos a comentar de nuestra madre que no sean cosas inolvidables por cariñosas y buenas… Cuántos de nosotros, a los que nos falta, nos acordamos de sus buenos consejos, del saber estar siempre, de los ánimos en momentos delicados y difíciles… De la acaricias y el cariño constantes, del mimo de madre… En fin, de todas esas cosas que la vida cotidiana conlleva y que ahora, cada día, echamos de menos.

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Yo tuve una madre ejemplar y el día que me faltó me quedó un vacío tan grande que mi esposa, mis hijos y mis nietos no lo han podido llenar de la misma manera. Y es que una madre es algo irremplazable aunque, naturalmente, la vida sigue con sus idas y venidas.

Prácticamente, cada día hay momentos en los que pienso qué consejo me daría mi madre para dar solución a algún problema. Reconozco que, de joven, era muy impulsivo: no me paraba ni un momento a meditar una decisión y la gran mayoría de las veces me equivocaba. Pero después de tener una conversación con ella, me hacía recapacitar con sus buenos consejos.

Recuerdo qué broncas más grandes me echaba, y con razón, por no asistir a clases de Maestría. En aquellos momentos pensaba que era mejor para mí acompañar a las chavalas y faltar a clase en el colegio.

Cuando alcancé la pubertad fue mi madre quien me dio toda clase de explicaciones, pese a que en aquellos años el tema de la sexualidad era tabú. De hecho, eso de dar explicaciones en el colegio –como ahora ocurre con mi nieta de 8 años- era impensable. Pero mi madre tal vez iba adelantada en ese aspecto tres o cuatro décadas y lo cierto es que todas las explicaciones y detalles que me dio me sirvieron de mucho.

Recuerdo al cumplir los dieciocho años que celebraba que había terminado ya el aprendizaje y me hicieron oficial de tercera en el trabajo. Como es lógico, nos fuimos con unos compañeros a celebrarlo y como no estaba acostumbrado a beber, cogí una borrachera de órdago.

Cuando llegué a casa, mi madre, con mucha diplomacia, supo disimular mi estado y ni mi padre ni mis hermanos mayores se dieron cuenta, por lo que me libré de pasar vergüenza. Después, muy hábilmente, me curó la resaca.

En los albores de la democracia yo tenía un amigo –vamos, yo pensaba que lo era, aunque más tarde me desengañé- que estaba metido en política, concretamente en el partido PSUC. A veces iba con él a reuniones y, en una de ellas, nos sacó la policía del local y un poco más y me detienen. Pero él fue más avispado y salió por otra puerta.

Más adelante llegó a ser diputado en las Cortes catalanas y, a partir de aquí, ya no se codeaba con los amigos de la juventud. Recuerdo que cuando venía a mi casa y escuchábamos a Juan Manuel Serrat tomándonos una copita de Machaquito con hielo, mi madre me decía: "Ese chico no te conviene; él tiene amistad contigo porque le interesa y tanta política no es bueno… Tú dedícate a tu trabajo y a estudiar". Y acabó teniendo razón, como siempre.

Cuando me casé, al tener nuestro primer hijo, mi madre se transformó en un espécimen aún más vigoroso, o sea, en una abuela, que es esa madre en dosis dobles que siempre fue apoyo para todo.

Y sin más ni menos, sin pedir permiso, sin hora marcada y sin tiempo para la despedida, mi madre se fue, dejando la lección de que las madres son para siempre.

Yo no sé si la vida es corta o demasiado larga para nosotros. Sólo sé que debemos demostrar nuestro amor a las personas, mientras ellas están por aquí. Hay que comprender la importancia de decir a tiempo "te amo" y darle a ese ser tan querido el espacio que se merece. Nada en la vida será más importante que Dios nuestro Señor y tu familia y, dentro de ella, la madre.

Es por eso que tenemos que amarlas siempre, pues nunca sabemos cuándo van a partir y el vacío que nos va a quedar nunca conseguiremos llenarlo. Por eso, para los que aún la tienen a su lado, los invito a amarla, a quererla y a abrazarla siempre. Y para los que no la tenemos, guardemos sus recuerdos en lo más profundo de nuestro corazón.

Ahora, donde quiera que ella esté, siempre estará; va a llorar si tú lloras y va a sonreír si tú sonríes. También velará por tus sueños, como cuando eras un niño pequeño e indefenso. Como cuando cogías anginas y se pasaba la noche entera a tu lado; si tenias fiebre alta, te daba el Piramidom y no se movía de tu lado hasta que tú te rehacías.

O bien cuando volvías de la calle con las rodillas ensangrentadas y ella, con mucho cariño, te las curaba lo mejor que podía; o te contaba infinidad de cuentos infantiles, pues en aquellos años no teníamos televisión que nos distrajera: sólo teníamos la calle para jugar aquellos partidos de futbol interminables.

Recuerdo que, con un lenguaje sencillo y llano, te apercibía para hacer el bien; para ser educado y cortés. Por esto y por tantas cosas, no esperéis a que vuestra madre se vaya para darle amor, pues algún día no muy lejano descubrirás que ella fue la persona que más te amó en la vida.

Hay veces que no nos atrevemos a decir lo que sentimos, más bien por timidez o bien porque los sentimientos nos abruman. En esos casos se puede contar con el idioma de los abrazos. Y un abrazo con ternura y cariño es mucho.

Si tu madre está aún a tu lado, dale un beso y un abrazo y dile con mucho cariño y ternura lo que ella siempre quiso oír: "Madre, yo te amo. Gracias por existir". Y si ella ya no está contigo porque Dios se la llevó, cierra los ojos, cruza los brazos sobre tu pecho y dedícale una ferviente oración.

JUAN NAVARRO COMINO
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