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Abraham Abulafia

Aunque pasó su juventud en Tudela (Navarra), este cabalista sefardí nació en Zaragoza, en el año 1240, y junto a Moisés de León, Giratill y Najmánides, promovieron la edad de oro de la Cábala. Su padre le enseñó la Biblia y sus comentarios, el Mishná y el Talmud.

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Viajó a Oriente Próximo y Palestina. Buscaba el mítico río Sambation, donde se decía residir las diez tribus perdidas de Israel. De regreso a Europa, vivió en Grecia, Italia y Barcelona, donde estudió la Cábala con Baruj Togarmi, autor de Las claves para la Cábala.

En la capital catalana tuvo una experiencia mística y profética acerca de Dios. Por esta razón, viajó a Roma para entrevistarse con el papa Nicolás III, que Dante situó en el infierno de los simoníacos, en su Divina Comedia.

Las profecías de san Malaquías se refieren a este papa como Rosa Composita (rosa compuesta), porque le llamabn el compuesto y por la rosa que aparece en su escudo de armas. Abulafia pretendía presentarse ante el papa como el esperado Mesías y esperaba convertirlo al judaísmo. Sin embargo, el intento fracasó porque el papa murió la noche antes de la llegada de Abulafia. Por este motivo fue apresado y retenido durante veintiocho días en el Colegio de los Franciscanos.

La filosofía de Abulafia coincide con la de Maimónides en que el cocimiento metafísico es necesario para asegurar la supervivencia tras la muerte, de acuerdo con las gnosis tradicionales y la Cábala (Guía de los perplejos).

Para Abulafia, estamos sellados, anudados o trabados, y propone tres procedimientos para deshacer las trabas: Gematría, Notaricon y Temurah. A partir de la Gematría, o el arte de hallar correspondencias entre palabras cuyos valores numéricos (la suma de sus letras hebreas constitutivas) sean idénticos, Abulafia desarrolla un método nuevo, Tseruf, a fin de deshacer cada nudo (kesher).

El objetivo del Tseruf es liberar al alma de las imágenes mentales que la mantienen sometida al mundo inferior, impidiéndole retornar a su origen, que es uno, sin ninguna dualidad y que comprende la multiplicidad.

La percepción del mundo, por el contrario, llena e impregna el espíritu del ser humano en una multiplicidad de formas y de imágenes perceptibles. Como el espíritu percibe toda clase de objetos naturales groseros y hace entrar esas imágenes en la conciencia, él crea, en razón de su función natural, un cierto modo de existencia que lleva la marca de su finitud. En este estado, el alma encuentra extremadamente difícil percibir la existencia de las formas espirituales y de las cosas divinas.

Es como decir que quien está lleno de sí mismo no tiene ningún lugar para Dios, que coincide con el pensamiento de otros místicos cristianos, como santa Teresa de Jesús, cuando dice: Muero porque no muero. Santa Teresa de Lisieux lo dice de otro modo: Sólo Jesús es, todo lo demás no es. Coincidente con el Evangelio de Marcos (8:34): Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y cargue con su cruz, y sígame.

Abulafia aplica una combinatoria de letras para transformar las palabras que luego estudia, medita y practica. Por ejemplo, en las palabras Unidad (Ehad, de valor numérico 13) y Amor (Ahabah, también de valor numérico, también 13), llega a la conclusión de que la Unidad de Dios es idéntica a su Amor. Es decir, que el Amor está implícito en la afirmación de la Unidad divina.

Otro ejemplo de análisis mediante Tseruf sería comparar las palabras Nada y Yo. La palabra Nada (ayin), formada por las letras hebreas alef, yod y nun, están contenidas también en la palabra Yo (ani), alef, nun, yod. La nada y el yo es el mismo concepto.

Para llegar al yo íntimo, hay que alcanzar la nada. La lengua sagrada, y no sólo la hebrea, es un vehículo del Conocimiento, que lo manifiesta y lo simboliza. Por eso, centra el objetivo de su estudio y meditación en el alfabeto sagrado, a fin de desarrollar el proceso interior. Esta doctrina que se encuentra implícita en la Torá se explica mediante el método de permutación de letras descrito por Abulafia.

A semejanza con los siete sellos del libro de la vida cristiano, Abulafia describe siete etapas o grados de conocimiento de la Torah, desde la investigación acerca del sentido literal de la palabra hasta la fase de la profecía.

En cuanto a la séptima vía, escribe en su obra Las siete vías de la Torah, es única en su género y contiene todas las demás: ella es el lugar por excelencia de lo sagrado y engloba las otras; aquél que la penetra percibe el Logos divino (la Palabra) que, surgido del Intelecto Agente, viene a afectar la facultad racional del hombre. Este Logos, en efecto, es una sobreabundancia del Nombre (bendito sea) que, pasando por el intermediario del Intelecto Agente, llega a la facultad racional (…) No es posible transmitir el conocimiento del Nombre de 42 letras y del Nombre de 72 letras a aquél que desea adquirirlo si no es de viva voz, ni de comunicar ninguna tradición de otro modo al respecto, cuando no se tratara más que de principios de base.

En su residencia definitiva en Grecia e Italia, Abulafia dirigió numerosos grupos cabalistas que, como Ramón Llull, influyeron en la gestación de la Cábala Cristiana promovida por Pico de la Mirándola y Juan Reuchlin a finales del siglo XV.

En el número 5 de la revista Letra y espíritu, aparece un fragmento traducido de Las siete vías de la Torá. Para quienes deseen profundizar sobre la filosofía de Abulafia deberían leer a Gershom Scholem que lo cita en varias de sus obras. Lo hace en Desarrollo histórico e ideas básicas de la Cábala, Ed. Riopiedras, Barcelona, 1994; Las grandes tendencias de la mística judía, Ed. Fondo de cultura económica, México, 1996; o Conceptos básicos del judaísmo, Ed. Trotta, Madrid, 1998.

ÁLVARO RENDÓN

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