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El corazón de la izquierda

Hoy, de aquella izquierda antifranquista de cuando había Franco y no a toro pasado, ansiosamente democrática, anhelante de voto y urna, que hizo de la reconciliación bandera y fue partera en el alumbramiento de las libertades y madrina en el bautizo constitucional, hoy de aquella izquierda y hasta de la siguiente queda muy poco. No parece tener heredero.

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No lo puede ser, aunque se lo atribuya, un PSOE falsario que retorciendo la memoria pretendió y hasta consigue apropiarse fraudulentamente de la que en absoluto fue suya, donde lo que sí fueron fue clamorosos ausentes y en la que reivindican papeles heroicos cuando salvo cuatro excepciones, como la de Nicolás Redondo, ni siquiera figuraron como comparecientes.

No lo puede ser tampoco quien ahora, en IU y en el PCE, abjura y repudia de su propio legado de responsabilidad, verdaderas convicciones democráticas y rechazo a totalitarismos y dictaduras aunque hubieran sido fruto de su propia ideología.

Hoy, tras haberse impuesto en su discurso quienes cuando Praga hubieran ido en los tanques y cuando cayó el muro lloraban, retornan a nostalgias de PCUS, de RDA, de leninismos y comprensiones estalinistas, y han enterrado como una vergüenza lo que pretendió ser y fue la superación del dogma dictatorial comunista. Un cierto magma anarquista-leninista emocional y contradictorio pero recalentado en odio se constituye en el actual cuerpo de doctrina.

Hoy, esa izquierda española pretende regresar al pasado de su propio pasado y a retornar como mejor alternativa de futuro a doctrinas y proyectos atroz y sangrientamente fracasados en el anterior siglo. Carente de mejores referencias –el Kremlin no es lo que era, y en Pekín la bandera roja es el cobijo del capitalismo más salvaje-, se ampara en mitos resistentes de camiseta guevarista y barbas fidelistas y jalea a caudillos populistas, mesiánicos y telepredicadores, que se les aparecen a los otros después de muertos. Los teócratas islámicos volando vidas humanas en pedazos para imponer sharias y leyes divinas les parecen disculpables.

Pero tanto en ese extremo como en expresiones más entibiadas hay algo menos teorizable, pero mucho más emocional, de sentimiento y entraña que conjunta un clima y subyace en actitudes más generalizadas.

Es el retorno del odio, la total criminalización de adversario, de nuevo enemigo al que abatir y al que se despoja incluso de su condición de persona y de disfrute de derechos inherentes a su condición humana.

Es algo que se revela de manera tan obscena como esclarecedora en la reacción-relación ante ETA, sus cómplices, voceros y tentáculos. Buena parte de esa izquierda tiene mucha mayor empatía, una simpatía emocional evidente, hacia ellos que hacia esa “derecha” maligna y perversa deposito de toda la maldad humana. Como mucho a los unos se alcanza a reñírseles un poco, por haber caído en falta, pero los otros son el mal en sí mismo, los apestados con los que el contacto mancha.

Esto es un hecho demostrado y en creciente de luna. A poco se iluminará en Navarra pero no tardará en llegar a otras plenitudes de pacto y connivencia, que IU ya ha normalizado y que los socialistas en busca del poder perdido están viendo cómo disimulan un poco el hacerlo en cuanto puedan.

Los terroristas van adquiriendo el matiz de familia descarriada, de hijo prodigo al que recibir con alborozo en casa. El síndrome respecto a ellos no solo es nacionalista y por esa causa de afinidad independentista sino que es también de esa izquierda y por supuesta afinidad ideológica. La “lucha armada” solo era un error táctico.

Tal vez lo que en estos disimulos subyace es la consciencia de algo que aún y por fortuna, aunque se hace todo lo posible por dinamitarlo de la peor y más sectaria manera, y que es la propia ciudadanía, aun mantiene este pueblo que siempre se invoca como si solo fuera pueblo la propia parroquia.

Estos odios, aunque van calando y se hacen calar hasta los huesos sin importar nada, ni que se destruye, ni que convivencia se despedaza, ni que mentira se agita, encuentra todavía resistencia en el común de las gentes y en su devenir cotidiano.

Pero no es pesimismo sino realismo el decir que hasta ahí también el odio político ha retornado. Con todo, mucho menor que lo que quisieran y esparcen estos nuevos ideólogos revolucionarios que supuestamente pretenden alumbrar un orden nuevo o el más viejo y caótico de los desastres.

Quizás y para la memoria de la que no quieren acordarse sirva la imagen aquella de una manifestación en sobrecogedor silencio de cientos de miles acompañando el féretro de unos abogados asesinados, que sacudió la conciencia de todos y se ganó el respeto y la admiración de España.

Quizás sean la mejor contraposición a este salvajismo urbano, en definición de Savater, a esos hervores de rabia que entienden que el ejercicio de la acción política no es la urna, ni el voto ni el respeto a la libertad, la propia y la del otro, sino quemarlo todo, acogotar al otro, suponerse depositario de la verdad, la bondad y la razón absoluta y tener el total derecho a imponerla de cualquier manera y a las malas sino se dejan a las buenas. Quizás también se note ahí un algo de la diferencia entre aquellos antifranquismos, de cuando había Franco, y estos de ahora, a toro pasado.

ANTONIO PÉREZ HENARES

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