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El triunfo del impresionismo: Claude Monet (2)

Con el abierto rechazo de los críticos y de los academicistas, la primera exposición colectiva de los jóvenes pintores impresionistas de 1874 pasa casi desapercibida para el público que no entiende las razones que les impulsan hacia un estilo pictórico muy alejado de los cánones establecidos por la Academia. Esto conduce a que las ventas de sus cuadros sean muy escasas, por lo que la mayor parte de ellos se encuentra en situaciones precarias e inestables económicamente.

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Es lo que le sucede a Claude Monet que, de manera habitual, vive casi en la pobreza. Sin embargo, dos años más tarde de esa primera exposición colectiva conoce a Ernest Hoschedé, nuevo rico, amante del arte y dueño de uno de los primeros grandes almacenes de París.

Este contacto da lugar a que las familias de ambos acabaran haciéndose amigas. Pero la fortuna no estaba del lado de nuestro pintor, pues una importante crisis económica comienza a sacudir Francia por esas fechas, de modo que otra vez los encargos empiezan a escasear, encontrándose de nuevo los Monet ahogados por las deudas.

La crisis también afectó a Ernest Hoschedé, que vio cómo sus negocios se hundían. El pintor busca un remedio a la propia familia y a la de su reciente amigo. Invita a Ernest, a Alice –su mujer- y a cuatro sus hijos a encontrar una solución conjuntamente, de modo que les sugiere la idea de irse a vivir juntos a Vétheuil, compartiendo la casa en ese pequeño pueblo, no muy lejos de París y con unos bellos paisajes en sus alrededores.

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Antes de tomar esta decisión, Monet había pintado una serie de cuadros de gran relevancia en su trayectoria. Se trata de los lienzos que, tras ser autorizado para ello, realizaría en la estación de Saint-Lazare de París, estación que conoce muy bien por haberla visitado en bastantes ocasiones. De la serie he extraído este cuadro que vemos y que lleva por título El tren de la estación de Saint-Lazare, en el que nos muestra una locomotora a vapor entrando en el recinto.

Su intención era mostrar que los objetos y las máquinas creados por el progreso tecnológico de aquella época no son ajenos a la belleza, aunque su empeño principal camina en el sentido de captar la atmósfera y las sensaciones visuales que provocan estas máquinas de vapor en sus entradas y salidas de la estación.

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Pero si hay que buscar dos de los grandes referentes en su larga producción los encontraríamos, principalmente, en el mar y la naturaleza. A diferencia de Pissarro, Renoir o Degas, otros tres grandes nombres dentro de los impresionistas, la ciudad o los retratos de personajes apenas tienen presencia en sus trabajos. Él era un enamorado de la luz y de los efectos que provocaba en los campos que registraba en sus lienzos.

De este modo, no le importaba repetir el mismo tema a distintas horas del día, en diferentes ocasiones o plasmarlo desde distintos puntos y ángulos. Es lo que sucede con este lienzo que lleva por título La casa del pescador, Varengeville.

Acerca de esta obra, el crítico de arte Joel Isaacson nos dice lo siguiente: “Monet pintó por lo menos siete cuadros de este lugar, visto bajo diferentes ángulos, adoptando diferentes tamaños de lienzo y realizando encuadres también diferentes. Cada una de estas vistas traduce un aspecto distinto de la luz y del tiempo. Este Maison du pêcheur, Varengeville constituye uno de los lienzos más armoniosos de este conjunto de cuadros”.

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La pasión por la naturaleza y la exuberancia de los colores que podemos recoger de la misma se aprecia en uno de los cuadros más conocidos de Monet, el que lleva por título Campo de amapolas. Hemos de tener en cuenta que era habitual en él, tal como he apuntado, realizar distintos trabajos sobre la misma temática, por lo que hay que precisar que bajo este título se acogen cuatro lienzos diferentes.

El más conocido de ellos es aquel en el que vemos a una mujer con pamela y una sombrilla azul acompañada por un niño que a su vez se cubre con un sombrero beis y porta un pequeño ramo de amapolas. Más allá, un par de siluetas femeninas: una mujer vestida de negro y otra, de una niña, esbozada de blanco.

En esta ocasión, el pintor acude al contraste que provocan dos colores complementarios como son el rojo, de las amapolas, y el verde, de la hierba, para destacar la luminosidad y la potencialidad cromática del campo en un día soleado.

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Retrocediendo en el tiempo, habría que apuntar que el 5 de septiembre de 1979, teniendo Claude Monet treinta y ocho años, había fallecido su mujer Camille, lo que le dejó desamparado y sin saber cómo organizar ahora su vida y la de sus dos hijos. Por otro lado, la amistad entre Monet y Ernest Hoschedé va debilitándose a causa de las diferencias surgidas entre ambos, hasta el extremo de que este último regresa a París, dejando a su esposa Alice y a sus hijos con Monet en Vétheuil en una situación algo embarazosa.

De aquella época es este Campo de trigo, lienzo de enorme belleza y serena poesía. Así, bajo un cielo matinal, con ligeras nubes violáceas, contemplamos un horizonte en cuya silueta destacan algunos árboles. Delante de ellos, una franja anaranjada nos remite a las espigas doradas de trigo que el pintor contempla, antes de tener cercanas otras en tonos verdes y blancos.

Pasado el tiempo, Monet acaba rehaciendo su vida al lado de Alice Hoschedé, una vez que ella y sus hijos habían sido abandonados por su marido. Suman, pues, seis criaturas que ambos dos aportan a la nueva unión, y que, lógicamente, tienen que sacar adelante.

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En los años 90, Monet se embarca en un conjunto de lienzos que serían de los más famosos dentro de la corriente del impresionismo. Se trata de la serie que hizo sobre una de las fachadas de la catedral de Ruán (Rouen, en francés). De esta serie mostramos dos de los mismos: La portada (tiempo gris) y La portada (efecto matinal). Con ello trataba de captar las variaciones atmosféricas con sus cambios de tiempo y de luz a lo largo del día sobre una de las fachadas de la catedral gótica de la ciudad francesa.

Sobre esta serie, la autora Sylvie Gache-Patin nos dice lo siguiente: “El proceso de realización de obras en serie sobre un mismo tema fue llevado a cabo de forma especialmente sistemática cuando Monet montó su caballete delante de la fachada oeste de la catedral de Rouen. (…) Esta serie es la más importante de todas en lo referente a cantidad, de ella existen treinta versiones diferentes en la que el tema está tomado desde el mismo punto de vista. Las catedrales son la más espectacular demostración del empeño de Monet de captar lo momentáneo”.

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La vida de Claude Monet fue larga y fructífera, puesto que alcanzó la edad de ochenta y seis años. Años suficientes para lograr una larga producción pictórica, sin abandonar nunca los postulados que le entroncaban en la corriente del impresionismo.

Esto podemos comprobarlo en sus últimas obras, ya dentro del primer cuarto del siglo veinte. Una sorprendente serie es la que realizó acerca de El puente japonés, creada entre los años 1918 y 1924.

En estos lienzos observamos casi un acercamiento a la abstracción pictórica, pues si nos fijamos en una parte determinada del cuadro únicamente vemos manchas cromáticas y largas pinceladas que se superponen unas a otras sin que apreciemos ningún objeto o elemento de la naturaleza determinado.

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La vida de Claude Monet se extingue el 5 de diciembre de 1926 en la localidad francesa de Giverny. Tres días más tarde, se celebran las exequias en una sencilla ceremonia civil, como había sido su deseo y en consonancia con sus creencias. A ella asistieron sus amigos, también jóvenes artistas, periodistas y los habitantes del pueblo que ya sabían de la enorme popularidad del pintor.

Pero antes de fallecer nos legó una de las series suyas que más admiración provocó: la de los Nenúfares (Nymphéas en francés) y que podemos considerarla como el testamento de uno de los grandes pintores franceses y el mayor representante de esa corriente, el impresionismo, que con el paso del tiempo abrió nuevos campos creativos y sentó las bases del arte moderno.

AURELIANO SÁINZ

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