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El precio de los brazos caídos

El término "política" (del latín politicus y, antes, del griego πολιτικός (politikós) 'civil, relativo al ordenamiento de la ciudad o los asuntos del ciudadano') se define como una rama de la moral que se ocupa de la actividad, en virtud de la cual una sociedad libre, compuesta por hombres libres, resuelve los problemas que le plantea su convivencia colectiva. Es un quehacer ordenado al bien común.

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Ciertamente, desde que tengo uso de razón, me he considerado un enamorado de la política y de todo lo relativo a la gestión pública. Como versa la definición anterior, el conjunto de ideas y valores que han conformado mi cuerpo ético se ha dirigido siempre a luchar por encontrar una sociedad libre e igualitaria, capaz de construir una convivencia recíprocamente constructiva, que alcance el bien común en todas sus acciones.

Este espíritu de suma, de crecimiento social y personal, que siempre me lleva a actuar de un modo concreto (a veces puede que equivocado), me obliga a responder siempre de un modo casi vehemente ante las afrentas que la política sufre, sobre todo en estos días. Jamás seré de esos que se definen a sí mismos como "apolíticos".

Sin embargo, dadas las circunstancias que actualmente nos asaltan día a día, cabe reconocer el hecho de que cada vez se hace más complicado defender la gestión pública. Más bien parece que la Política, antiguamente amada hasta el platonismo, hoy se ha convertido en una maltrecha alma, carente de fuerzas para sobreponerse a las interesadas caricias que sus usurpadores le confieren.

No creo, para nada, que la política deba ser eso que unos pocos devoran, bajo el precio de que los muchos agonizan de indignación, frustración o hambre. La Política debe ser, a mi entender, la herramienta que nos haga a todos libres, iguales y conscientes de nuestro propio poder, poder que ella misma nos inocula y nos conmina a ejercerlo en dirección al crecimiento social, recíproco y constructivo.

Hoy por hoy, decir "política" es cuando menos escupir al diccionario de la RAE. Nadie parece ser tan osado como para gritar a los cuatro vientos que es político y es irrespetuosamente descabellado pensar que alguien puede, más aún, definirse afiliado a un partido político. Pero ¿por qué? ¿Qué nos ha llevado a esta situación? La respuesta automática es “tenemos una casta política ruín y rastrera”. Respuesta automática y pocas veces razonada. Pero puede ser cierta, en algunos repugnantes casos.

Sin embargo, traeré a este punto las interesantes palabras del doctor Martin Luther King: “no me duelen los actos de la mala gente, me duele la indiferencia de la buena gente”. Es decir, el crecimiento de una sociedad justa e igualitaria es responsabilidad de todos y cada uno de los ciudadanos que en ella convivimos y, ante tropelías como las que estamos viendo, es el momento de que la buena gente dé un paso al frente y acabe con las malas acciones de quienes ven en la gestión pública la excusa para llenarse los bolsillos.

No importa quién esté empuñando la pistola, ni el color de ésta, el resultado va a ser el mismo: atropellos y robo de dignidad. Platón decía: “El precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores hombres”. Amigos y amigas, lo hemos visto: nos sale demasiado caro desentendernos de la política. Actuemos y cambiemos las cosas. Hagamos política real y de verdad.

JOSÉ MIGUEL DELGADO TRENAS
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