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Las bases de la conducta moral

En trabajos anteriores hemos dejado claro que, para elegir bien, hemos de reflexionar por nosotros mismos, hemos de pensar los pros y los contras de nuestra elección y hemos de considerar qué es lo que más nos conviene –no en un sentido egoísta, sino de realización personal-. Estamos acostumbrados a reflexionar sobre problemas de muy diversa índole, dado que somos seres racionales, seres que pensamos. También debemos aprender a recapacitar sobre cuestiones referentes a nuestra propia vida, esa que nadie puede vivir por nosotros y en la que hemos de actuar como seres libres y autónomos.

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Hemos de pensar qué elección permitirá que nos sintamos mejor con nosotros mismos, más satisfechos, mejores personas. Ello conllevaría hablar de "moralidad". La moral está presente en casi todas las acciones que los humanos realizamos en nuestras relaciones con los demás. Pero ¿a qué nos referimos cuando hablamos de moralidad?

Sin duda, estaríamos hablando de la expresión, la manifestación de lo que una sociedad siente, entiende y justifica como valioso, útil o correcto; de los modos de vivir, de las costumbres, tradiciones y normas que se desarrollan en función de lo que se cree y se valora.

Estaríamos hablando de una “conciencia moral” que se expresa en normas. Ahora bien, ¿qué se necesita para que surja esa conciencia moral que nos permita valorar y calificar nuestros actos en esa dimensión de lo bueno o lo malo?

Si hiciéramos un esfuerzo de reconstrucción hipotética‚ al estilo de Rousseau, –pensador franco-suizo (1712-1778)- tendríamos que decir que no se puede hablar de "conciencia moral" mientras no pensemos en un contexto definido de relaciones humanas.

En cuanto "relaciones" implicarían intercambio, exigencias mutuas, respeto. En cuanto "humanas" requerirán ser realizadas consciente y libremente. Se hace necesaria, pues, una situación de intercambio, de obligaciones y derechos, en la que unos sujetos conscientes y libres puedan comprender que unas conductas son mejores que otras y puedan decidir hacerlas o no.

Según esto, podríamos generalizar que el derecho, las leyes sociales serían en definitiva desarrollo, expresión, concreción del sentir moral de una sociedad y, por tanto, estarían de acuerdo con sus grandes principios. Lo que una sociedad más valora lo protege con leyes.

Incluso aquellas normas que aparentemente nada tienen que ver con la conducta moral, en el fondo descansan en sus valores. Las leyes, pues, se forman y cambian en función de esos valores morales que defiende la sociedad, de su evolución, sensibilidad o conquista.

La conciencia moral representa el sentir colectivo que se adquiere y se hace propio por la pertenencia a la sociedad, y por ello, y al mismo tiempo, se manifiesta como instancia íntima y personal para ordenar la conducta. La socialización nos transmite un lenguaje, una cultura, unas costumbres y, con ellas, una valorativa concreta y una conciencia moral, que ha de ser luego construida y madurada mediante un proceso de reflexión personal, autónomo y crítico.

Por otra parte, las normas morales representan la referencia, el criterio para establecer lo que se debe o no hacer, lo que es justo (se ajusta a ellas o no). Su validez se sustenta en los valores que le sirven de fundamento y de los cuales son expresión, como ya hemos dicho. Todo ello se realiza en un profundo y sistemático proceso de interiorización irreflexiva primero y razonada y crítica después.

Cuando somos pequeños “aprendemos” modos de comportarnos, conductas, normas, que interiorizamos de una manera superficial, por obediencia, porque nos las exponen nuestros padres, y cuando ya somos adultos (conscientes y responsables) lo hacemos de una forma pensada y crítica, preguntándonos el porqué de esas normas, de esa conducta, si nos conviene o no actuar así o de otra forma.

La interiorización prerreflexiva se da durante la infancia cuando más efectivo resulta el proceso de socialización porque el sujeto es más permeable. En esta etapa incorporamos a nuestra manera de ser y de sentir el código moral, en este caso sin llevar a cabo una deliberación racional. Por interiorizar se entiende: “incorporar a la propia manera de ser, de pensar y de sentir, ideas o acciones ajenas” (sic RAE).

Dicho proceso se realiza en interacción primero con la madre, luego con el padre y con el resto de familiares, y por supuesto desde la escuela, los medios de comunicación y la religión. El ser humano adulto posterior dependerá en gran medida de la interiorización hecha en la primera edad.

La interiorización reflexiva y crítica surgirá a partir de que el ser humano sea adulto (consciente y responsable) y asimile las normas y, a la vez, sea capaz de oponerse a ellas, mediante un proceso racional y de autonomía.

Gracias a las relaciones que se producen en el seno de una sociedad, va surgiendo una conciencia moral, una capacidad para valorar y preferir unas conductas u otras. Esta conciencia moral se interioriza y se transmite mediante el proceso de socialización, como ya hemos dicho. Partiendo de aquí podríamos hacer muchas preguntas sobre los valores y la capacidad que nos permite apreciarlos.

¿Cómo surge esa capacidad valorativa? ¿Por qué apreciamos unos valores y no otros? ¿Se valora como bueno sencillamente aquello que resulta más útil y conveniente en cada pueblo y etapa histórica? ¿Hay algo valioso por sí mismo, que hemos de descubrir conforme la razón y las condiciones sociales lo permiten? ¿Hay valores consensuables universalmente? ¿Algo es bueno porque lo valoramos o lo valoramos porque es bueno?

En nuestras sociedades democráticas, caracterizadas por el pluralismo moral, se hace necesario distinguir entre unos valores mínimos que todos los ciudadanos compartimos y unos valores máximos que declaran el derecho de cada uno a ser diferente y a buscar la felicidad en la forma de vida que cada cual estime conveniente.

Desciendo al campo práctico. La sabiduría popular siempre me ha facilitado la reflexión crítica en el contexto del aula. La “paremia” con sus sentencias, proverbios, adagios y refranes siempre me ha dado juego para hacer una lectura moral y posterior reflexión ética.

Es claro que no todos los refranes son perlas cultivadas del saber popular. Hay refranes de una mala baba impresionante, pero de ellos también se puede extraer la lección para entender lo que no se debe hacer.

En definitiva, se trata de pensar críticamente, expresar una opinión y ser capaz de defenderla delante de los demás. Dicha actitud crítica supone una capacidad para rectificar cuando ello sea necesario.

Postadata: “Las leyes son como las mujeres, están para violarlas”. Deplorable esta frase pronunciada por el dimitido presidente del Consejo General de la Ciudadanía Española en el Exterior, José Manuel Castelao Bragaña. Que las leyes y las mujeres son violadas con más frecuencia de la que quisiéramos, es una lamentable realidad. Quien se resguarde bajo ese deleznable paraguas está muerto moralmente hablando. Una vez más, la mierda aflora desde los sótanos de la conciencia. En cualquier caso, admitir, defender, predicar dicha violación es inadmisible, máxime si proviene de un personaje público que debe ser modelo para el resto de ciudadanos.

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PEPE CANTILLO
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