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Despedida con agradecimientos

Mi nombre aparece por primera vez en Montilla Digital allá por octubre de 2010, cuando publiqué el libro Manuel Ruiz Luque. Un montillano ilustre e ilustrado. Dicha publicación rendía humildemente homenaje a dicho personaje antes de que el tiempo lo olvidara en un rincón de la memoria.

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El libro glosa la magnífica labor de este preclaro hombre en pro de la cultura en general y de la de Montilla en particular. Las múltiples entrevistas y artículos de prensa ofrecen un recuento de cómo ha ido atesorando libros especiales y raros durante muchos, pero que muchos años de su vida.

Además, se insertan todos los colofones que, en más de 200 libros editados por Bibliofilia Montillana, ha ido plasmando a lo largo de muchos años. Él es el alma máter de dichas publicaciones.

Que Montilla no suele reconocer los méritos de sus hijos es cosa sabida. Existe como una especie de indiferencia casposa para no valorar lo que tenemos dentro. La historia de muchos personajes ilustres nacidos y/o venidos de fuera, pero que hicieron su hogar de Montilla, da testimonio de ello.

Transcribo, textualmente, de la página 31 del citado libro: “Tan presente está Montilla en el bibliófilo y en el profesional que, con permiso del trovador y con la voz aguardentosa y cascada del “Tío Chinga”, aunque no fuera su estilo, podríamos cantar:

“Montilla, camisa blanca de mi esperanza
a veces madre y siempre madrastra…
Montilla camisa blanca de mi esperanza
aquí me tienes, nadie me manda
quererte tanto me cuesta nada.
Nos haces siempre a tu imagen y semejanza
lo bueno y malo que hay en tu estampa
de peregrina a ningún lugar
”.

Desde una retrospectiva que busca la exactitud, debo decir que de dicho libro soy autor y asumo todos los errores y aciertos que puedan contener sus páginas. Ya dije que era una “hagiografía” de un amigo; por tanto, podría ser partidista y, desde luego, tenía el peligro de dejarse llevar por el corazón.

También soy editor del mismo y, como tal, asumí todos, absolutamente todos, los gastos que ocasionó su salida. En otras palabras, la publicación de los 20 ejemplares numerados y nominales la pagó un servidor. Las arcas públicas no gastaron un centavo en ello.

“Agua pasada no mueve molino” podrá decir con toda la razón del mundo algún lector. Pero haciendo honor a mi línea de trabajo, debo publicar esta información pues hubo un comentario (Anonimus-a-um) en aquella ocasión, que apuntaba en sentido falso. Para informar y aseverar hay que estar documentado: caso contrario, podemos incurrir en maledicencia.

A raíz de aquella publicación conocí a Juan Pablo Bellido, que me ofreció colaborar con Montilla Digital. Al principio me resistí, haciéndome el estrecho. Seguramente, siendo una persona que diariamente trabaja de cara al público, siempre me ha generado pudor estar en público. Fuera de mi trabajo, normalmente, he procurado permanecer en una discreta segunda fila. ¿Miedo? ¿Vergüenza…? De todo un poco.

He pasado por Montilla Digital, en donde he permanecido durante dos años, compartiendo columna semanal con todos vosotros. He aprendido mucho. He investigado para poder escribir lo más próximo a la verdad y a la objetividad. Me he documentado debidamente para no dar gato por liebre. Y, aun así, algún gol me ha salido fallido. Lo de documentarme viene por deformación profesional.

Un buen amigo mío, montillano ausente y lector de esta página también, siempre me ha incitado a que “diera leña” pues mis columnas le parecían demasiado descafeinadas. ¿A quién debía dar leña? Siempre he dicho que prefiero la verdad, el equilibrio, la información crítica antes que la crítica partidista.

Algún comentarista ha escrito que se me veía el plumero. Debo especificar que no tengo plumero, que detesto las etiquetas cuando son falsas. Cuando éstas son verdaderas, cada cual se las pone antes de salir a la palestra.

En alguna ocasión he indicado que no milito en ningún partido político por lo que es imposible que luzca plumero, si es que la citada afirmación apuntaba en ese sentido. Si aludía al sentido original de la frase [ver aquí] ya me sentiría muy honrado con que se me entreviera dicho plumero, pues me gustaría parecerme a lo que representaba.

Me considero un filósofo –más bien aprendiz de filósofo- que se mueve con mayor o menor acierto, dentro del pensamiento crítico. El pensamiento único me da miedo por capador y excluyente. Creo en el ser humano en continua evolución racional, moral y científica. Defiendo los valores humanos que propugna la Declaración Universal de Derechos Humanos.

¿Errores? Cometo muchos porque “errare humanum est…”, como decía Séneca, el gran filósofo cordobés y añadía: “…perseverare diabolicum”. Suelo aprender de mis errores, ¡afortunadamente!, y procuro no perseverar en ellos.

Eso sí, puedo afirmar rotunda y categóricamente que no estoy herrado por ningún tipo de corriente de pensamiento excluyente. Los (…)ismos me dan escalofríos. Sólo los istmos, –“lengua de tierra que une dos continentes o una península con un continente (sic RAE)”-, me dan seguridad y esperanza.

La vida del ser humano es una constante búsqueda de la tierra firme por la que poder caminar sin miedo a hundirse en el lodo. Las islas mentales me dan grima, dentera, en la medida en que son lugares cercados por el mar de la ignorancia y la exclusión.

En mis viajes por buena parte de Europa y, sobre todo, por casi toda la Península he aprendido a observar, a tomar nota de lo que iba viendo, tanto de lo material, artístico, como, y sobre todo, de lo humano.

He aprendido que no somos tan distintos de otros pueblos con los que compartimos historia, tradiciones, cultura. Quizás lo que más me ha llamado la atención es constatar que somos por lo general, junto con italianos, amables comunicativos, hospitalarios. Un pueblo extrovertido es muy rico a nivel humano.

Tras este artículo aparecerá otro dedicado a un gran amigo que se marchó hace un año. Tenía mis reparos en publicarlo pues nunca fui dado a expresar sentimientos en público. Defectos de una educación que buscaba hacerme duro ante los avatares de la vida. Ese artículo será el último que aparezca en esta etapa a la que pongo fin.

He aprendido mucho en estos dos años y, a pesar de ello, sigo siendo un ignorante. He aprendido de todos los columnistas que escriben en Montilla Digital. Hay artículos muy interesantes e instructivos. Felicidades al medio, a los buenos articulistas y a los lectores en general, que tienen la oportunidad de abrir horizontes desde dichas informaciones.

He aprendido de los lectores-comentaristas tanto en lo positivo como en lo negativo. Lo negativo también enseña si se sabe interpretar. El perfil psicológico que aparece en los diversos comentarios es instructivo a más no poder. Desde el anonimato es fácil lanzar diatribas o pareceres, si así lo queréis.

Ignorancia, elocuencia, destreza verbal, interesantes puntos de vista, elegancia literaria y delicadeza, algo de revanchismo, son condimentos que sazonan las páginas de cualquier periódico, sobre todo digital. Montilla Digital no podía ser menos. Demostrar respeto parece que a veces resulta harto difícil de conseguir.

Termino estas reflexiones con un pensamiento que quisiera fuera resumen de muchas ideas por decir y plasmar. El arco iris y el pensamiento se caracterizan por su gama de colores. Pero los humanos, con frecuencia, sólo vemos en blanco o en negro. Y a veces se cumple el dicho “dos españoles, tres opiniones”.

La opinión es el “dictamen o juicio que se forma de algo cuestionable” (sic RAE). Cuando expresas tu opinión en público te arriesgas, seguro, a meterte en problemas. Las opiniones son tantas cuantas personas hay. Pero no olvidemos que en la variedad está la riqueza. Claro que hay que estar ojo avizor para distinguir lo válido de lo fútil e inane y, con frecuencia, ofensivo.

Dejo esta perorata. Gracias a los que habéis leído mis artículos a lo largo de estos dos años. Si algo he podido aportar me doy por satisfecho; en caso contrario, lamento mis carencias. Y una cuestión última: con estas palabras no busco el halago y, mucho menos, pretendo trifulca cargada de incontinencia verbal. ¡Hasta luego!

PEPE CANTILLO
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