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Susto o muerte

En estas pasadas elecciones, los andaluces teníamos dos opciones para elegir: entre susto -ya se conocen casos de pueblos en los que los dirigentes locales de PSOE e IU ejercieron durante la campaña de asustaviejas, especialmente con los pensionistas y las personas con menor capacidad adquisitiva- y muerte. Y hemos elegido muerte.

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La situación, en cualquier caso, es la que es, y como demócratas hay que aceptar los resultados, aunque en nuestra opinión sea lo peor que podía ocurrir. Los andaluces, en las urnas, hemos legitimado treinta años de ineficiencia, abuso y corrupción, probablemente porque gran parte del electorado participaría a gusto de tales virtudes democráticas -entiéndase la ironía-. Nos guste o no, hemos hecho realidad el topicazo y el estereotipo. Luego no nos quejemos cuando los catalanes lo nombren en voz alta.

De todas formas, no es objetivo de este artículo analizar por qué se ha producido este resultado. Como digo, lo que hay es lo que hay y habrá que aceptarlo, no sin antes advertir de las consecuencias más que probables de la situación. En esto quiero centrar el contenido, en analizar los desastrosos resultados que puede generar la opción más probable de gobierno: un pacto entre las dos fuerzas de izquierda del Parlamento.

La situación es la siguiente: si Griñán quiere gobernar con cierta estabilidad, no va a tener más remedio que aceptar un tremendo giro a la izquierda impuesto por Valderas y sus doce parlamentarios. Si las políticas económicas de IU se imponen, esto va a ser el acabóse, o como decía al principio, la muerte definitiva de la maltrecha economía andaluza.

Pongamos como primer ejemplo una de las medidas propuestas por IU en su programa de gobierno -sí, aunque no se lo crean, me lo he leído-, como es un plan de inversión pública de nada menos que quince mil millones de euros en la Legislatura.

Dicho de otro modo, un aumento sobre el actual Presupuesto del 12 por ciento anual, teniendo en cuenta que este, para 2012, es de 32.000 millones de euros. Esta inversión solo podrá financiarse de dos formas: subiendo los impuestos o acudiendo a deuda pública.

La primera opción es espeluznante, como se puede comprender, para una sociedad -la andaluza- que huye despavorida del espíritu emprendedor, por más que la misma IU diga también en su programa que pretende -sorpréndase conmigo- bajar los impuestos y las tasas a las pymes y a los emprendedores.

La segunda acabaría terminantemente con la posibilidad de recuperar la confianza de la UE y los inversores, además de comprometer la estabilidad económica de las futuras generaciones -la deuda hay que pagarla, y si no lo podemos hacer nosotros, lo harán nuestros hijos y nietos-.

Otras medidas de la política económica de IU pasan, naturalmente, por la creación de nuevos impuestos, aumentos de los ya existentes -mencionan, concretamente, el IRPF, el Impuesto sobre Sucesiones y Donaciones y el Impuesto sobre el Patrimonio- y el establecimiento de un Plan contra la Pobreza cuya aportación por parte de la Junta sería de unos 600 millones de euros. Independientemente de las buenas intenciones, esto lo que significa es mayor gasto, mayor presión fiscal y, en consecuencia, menor actividad económica en la Comunidad.

Izquierda Unida se propone también la estimulación de la llamada "Economía Social", eufemismo que viene a significar que, si quiere usted ayudas para su proyecto emprendedor, no tendrá más remedio que buscarse cuatro socios para constituir el negocio en forma de cooperativa.

Lo que realmente no sería tan malo si no fuera porque, como repito hasta la saciedad, los trabajadores andaluces no tienen el suficiente nivel de formación en gestión y administración de empresas. ¿Para qué queremos entonces muchas cooperativas mal gestionadas, y por lo tanto destinadas a su desaparición?

Podría seguir enunciando medidas -la verdad es que el programa es completito, se nota que a estos señores les va eso de intervenir la economía: no dejan títere con cabeza- como aquella de crear un impuesto especial sobre las grandes superficies -olvídese ya de trabajar en futuros IKEAS o Carrefours-, pero les aburriría tanto que no me siento con derecho a hacerlo.

Y no quiero que se me quede en el tintero una de las medidas "estrella" del programa, como es el Plan de Empleo y Formación para desempleados. Este consiste, básicamente, en dos cuestiones: la recuperación de programas de formación y empleo como el MEMTA -aquel que por el que la Junta se comprometía a pagar un importe a los desempleados que hicieran determinados cursos de formación, con el tremendo éxito de no haber pagado ni un solo euro- y la contratación por parte de la Administración autonómica y los ayuntamientos de los desempleados sin subsidio por períodos mínimos de seis meses -prorrogables-.

Las buenas intenciones no bastan para sacar a Andalucía adelante. Andalucía necesita empresas y emprendedores, bien formados y con el marco legal, tributario y financiero adecuado para que sus negocios vayan adelante.

Sin embargo, ese Plan de Empleo lo único que puede conseguir es la perpetuación de ese tópico que habla de los andaluces subsidiados y enganchados a la teta de la Santa Madre Administración. ¿Para qué calentarnos la cabeza con un negocio propio, en el que trabajaremos catorce horas diarias y pagaremos más impuestos que nadie, si podemos vivir trabajando seis meses y cobrando paro otros seis?

En fin, se me acaba el espacio y no me da tiempo de hablarles de otras barbaridades como la Banca Social -menuda contradicción ya desde la denominación-. En cualquier caso, consideren estas cuestiones, de momento, como un mal sueño.

Sea cual sea el pacto al que lleguen, el Gobierno andaluz que tome las riendas lo hará bajo una premisa ineludible: la austeridad, digan lo que digan Valderas y Sánchez Gordillo.

La alternativa, una nueva convocatoria electoral. Porque incluso una moción de censura que pusiera a Arenas en el Gobierno, se saldaría con una situación de inestabilidad que nos llevaría, sin remedio, otra vez a las urnas. Tampoco esto sería malo si, de una vez por todas, los andaluces eligiéramos el susto, en vez de la muerte.

MARIO J. HURTADO
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