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Yo soy un talibán

Donde atisbéis indicios de peste bubónica, plantad flores aromáticas y una máquina de café. Llevaos, tal vez, un hacha canadiense. Así sortearemos lo que no nos gusta ver. Necesitamos muchos millones de héroes. Necesitamos a nuestros médicos, a nuestros albañiles, a nuestros agricultores, a nuestras amas de casa, a nuestros abuelos, a nuestras gentes solidarias. Igual que necesitamos a los diez millones de soldados que protegen nuestro cuerpo de las invasiones víricas.

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Necesitamos héroes de carne, hueso y guitarra. Héroes con flechas en el culo y muchas hostias pegadas. Héroes que le den comino al baile. De lo que sí debemos prescindir es de aquellos monstruos que hacen tropezar a los niños, de aquellas cartulinas de muerto que olfatean el sudor amarillento de los toros.

Adoramos a los aficionados a cortar todo en mitad, nos inmovilizamos como un catarro. Nos comemos cualquier chocolate harinoso. La aldeanía tiende a adorar, idolatrar, solicitar, a los que no son nada. A los que se meten en una guerra tras una pelea de huevos. Venera la dentadura del tiburón, la fuerza del más traidor. No atinamos con la garlopa cuando limpiamos los troncos.

Franco, Hitler, Mussolini, Mao, Stalin. Mediocres, falsos, soberbios, ridículos, etc. Para mí, el anda o vete de las borracheras. Fracasados. El esqueleto fino al que acompañan las deudas. Matrimoños asomados al urinario florido de las enciclopedias.

Gente que supo quemarse a sí misma; boñigas que andaban a cuatro patas; reyes de los duendes; el pasaje lento e idiota de la inteligencia. Son todos ellos princesitas frutos de amores ilegales. Son la gente de siempre, los mismos turistas achacosos que han pactado el hambre en la Historia. La misma causa criminal, la misma bola herida en una partida de billar.

Gente joven que reivindica la figura de Franco: por favor, ponedle hormigón a vuestra independencia intelectual. Defendeos de la primacía de otros. No creáis en ese refrigerio para cornudos. No defendáis a aquellos que se auparon a un caballo para parecer más altos.

No se debe coronar al que come carne de perro, a aquel que rompe la hucha de barro de su país. Haced como aquellos malayos que adoraban a una tetera gigante, sentid la emoción de descubrir, que firmara un Severo Ochoa ya anciano.

La Guerra española fue un pretexto. Y ahora también lo es. Fue ese vicio absurdo llamado suicidio, ese viento seco, africano. Lo que cuentan son los 800.000 muertos que siguen siendo chimenea de ladrillo y que claman Justicia.

Justicia que es reparación, carpetazo y pedagogía. Pedagogía para aprender lo que no se debe hacer, ni repetir. Aquellos españoles de los años treinta desoyeron la lección que España debería haber extraído del siglo XIX con los más de 200.000 muertos en tres guerras civiles, pronunciamientos y levantamientos.

Vencieron, como está mandao, los incapaces de hacer patria; vencieron las minorías extremas: vencieron los gasolineros. La Segunda República no fue ningún error. El error mayúsculo lo cometieron los españoles por permitir a los sátiros hacer de nuestro país una escombrera, por convertir lo que debía haber sido una modernización de España en una tremenda ola negra.

Una vez más, los vampiros, los poderosos, financiaron la efusión de sangre, pusieron los dientes en cocacola, difundieron cómo se debe matar una vaca a palos. Y al frente de los ejércitos gloriosos un mentecato con cuerpo de bandurria, voz de polloflauta y con una tremenda historia pasada de fracturas emocionales. Lo dicho, una lumbrera que ratificó 30.000 fusilamientos entre 1939 y 1948. Le podía haber dado por escribirle poemas a su pony o pintar un bodegón con cortina.

Políticos deprimentes, militares desalmados, ideologías de pechera y hombría, clases dominantes intransigentes y pobres desesperados. Y todo por la patria, que ya sabemos que es un tipo afeminado, que es un trozo de madera sin pintar.

Yo me decanto más por la “matria”, por la matriz, por la sencillez de un pucherito de lomo, que es de donde venimos. Y a mí mi madre me aconseja que no me meta en líos. Consejo sabio que los generales y demás compota de caca del año 36 no supieron seguir. Se inclinaron por el tipo afeminado, que ni es ni no es... y así quedó la vaquilla de Berlanga.

Mi patria ha quedado reducida a la sopa humeante de mi abuela, patriarcal y monacal. Fíjense en cómo hemos evolucionado en humanidad y humanismo:

Lo mismo mata, depreda y conquista un líder democrático al que votó el 49 por ciento de la población con “derecho a votar”, que el dictador bananero-asiático elegido por sí mismo.

En Irak, los democráticos yanquis, con sus guerras de cuarta generación, han reducido a todo un pueblo a la servidumbre, lo han esclavizado como a todo el que saca la cabeza sin que se le dé permiso. Los marines han quemado un millón de libros de una cultura que nos enseñó a escribir.

Se calcula que el resultado de la conquista española de Sudamérica dejó un saldo de más de 46 millones de indígenas muertos para que nuestra grandiosa monarquía pagara con oro y plata a los banqueros europeos que financiaban sus ansias de poder. ¿Qué beneficio sacaron los pobres de América y los pobres de España en todo esto? Pusieron los muertos, que no es poco.

Eso son los dictadores, eso son las dictaduras democráticas, las democracias dictatoriales. Estos son los que por los siglos de los siglos te cortan los ojos a juliana.

Cristo sí fue un tipo interesante, un mandamás brillante. Jesús de Nazaret fue un caudillo religioso que supo ver cuán importante es el vino en una boda, lo importante que es besar el pan antes de repartirlo y comerlo. Fue quien vio que no todos los toros son negros y que el sexo no debe ser pobre. Y se lo han sorteado lobos sagrados para justificar masacres y guardarse las llaves de la Verdad.

¿Quién fue Jesús sino un tipo al que mataron como a un rebelde militar, que se rejuntaba con putas y leprosos, con partisanos de la resistencia? Y hacemos procesión de ello, la procesión de los orgullosos, de los satisfechos, la procesión de los lagartos de las Antillas.

¿Qué virtudes atesoran los grandes líderes de los cementerios? ¿Cuál es su majestad? ¿Qué le debemos a Don Manuel Fraga Iribarne (q.e.p.d.)? ¿Que nos perdonara la vida y contribuyera a darle maquillaje al muñeco? Tal vez, que un buen día gustó de cambiar de olivo, tiró el combustible de la dictadura por la borda y le dio un apretón constitucional.

Al final, como ocurre siempre, escribe la Historia el que más grita, el mayor limpiabotas, la semilla de todo nabo, antes que quienes capitanean con sus vidas el progreso, los moratones.

Recién muerto el sátrapa de Corea del Norte, el mediocre en chanclas, la sortijilla repodrida, la gente parece desbecerrarse, destetarse en lágrimas. Que se les desata el vientre. Esto pasa de llaga a fístula y de ahí a la extremidad de muchas vergas.

Ni comunista ni pollas, que dirían en Granada. Para darle de comer a los gatos ya me marcho yo al escupitajo del cercado ajeno. ¿Cómo se puede uno arrogar en el defensor de semejante retel de malicia, de un inigualable palmito de mantequilla? Yo me desternillo de la risa cuando hay jóvenes en Occidente que se compadecen de Corea una vez desaparecido su particular monstruo.

Esta pobre gente ha padecido a los chinos, a los japoneses, rusos y americanos, les han robado su arroz, sus minerales, les han pateado, masacrado, para después pasar las de caín y almorzar las croquetas líquidas de Ferrán Adrià. Y todo porque el perla de turno quiere tener un supositorio atómico.

Yo he sido marxista-leninista, así lo declaré a lo largo de muchos años. Tuve más aristas aún. Fui un radical que se metió en una noria y llegó al nordeste de Cuba y me debí haber quedado en las Bahamas. He dado bofetadas a Cristo y a los romanos. Fui un mecánico de ideología cuadriculada que me meaba en todo lo que no fueran mis creencias.

No me diferenciaba mucho de un talibán, un asceta del Sinaí, un fundamentalista religioso o un repoblador de audiencias de televisión. No me diferenciaba del que mete puñaladas defendiendo la bondad de las natillas frente al yogur. Y me doy cuenta ahora: las bellotas para los puercos y las gemas, para los héroes.

No entregaré diezmos a ningún monaguillo más, a ningún retrovirus. Los exaltadores, los defensores, no de causas, sino de caudillos, que se queden con el arrendamiento de las momias y las pirámides.

Me quedo, alineo, me horneo, con quien es capaz de sufrir por los demás, luchar por los demás, dar sombra a los que la necesitan, a quienes son campeones mil veces y sacan sonrisas. A aquellas personas que luchan con honestidad y reciben goles bajo la portería y siguen levantándose. A los que me quieren vender manuales arriñonados y rutinas con agujero, cero patatero.

Soy amigo del comunismo del sentido, del comunismo del sentimiento. Amigo fraternal de la inercia, de los recambios y de recalentar el arroz blanco. Del sentido menos común pero sí más humano.

Jamás seré compadre, ni una vez más, de quien me dice lo que he de pensar, de quien me señala enemigos, de quien me mete en coordenadas de gritos y uñas. Ni una vez más. Habré sido prostituta pobre, pero pobre muero. No voy a ser de aquellos que ni suenan ni truenan. No voy a ser la pavesa de ninguna lumbre.

Lo dije en mi anterior artículo, que fue, por cierto, de un fuerte acento inglés. Que sí, que soy un talibán, un talibán fanático, ferviente admirador de los que ayudáis a progresar, de los que se dan a los demás, de los que suman y dan las gracias. De aquellos que saben que la paz es más cara que la guerra. Y aún así, gastan, invierten en ella.

J. DELGADO-CHUMILLA
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