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Aforismos y pensamientos: la felicidad

Durante las últimas semanas, es decir, durante las Navidades, nos hemos estado felicitando de manera constante unos a otros. “Que pases felices fiestas”; “Os deseamos que seáis felices”; “Feliz Año Nuevo”... son frases que han estado presentes en boca de todos. Incluso nuestro querido diario digital ha tenido colgado de manera permanente en la cabecera: “Feliz Navidad”, y después: “El equipo de Montilla Digital les desea un Feliz Año 2012”.

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¿Son frases hechas que las decimos como cumplimiento de un ritual social que hay que llevar a cabo durante estos días o sinceramente esperamos que la felicidad acampe en los inciertos tiempos que nos esperan? ¿Queremos ser realmente felices o la felicidad se nos antoja tan irreal que la evocamos simplemente como una fórmula de cordialidad? Por otro lado, ¿tiene sentido de que hablemos de la felicidad o lo que verdaderamente esperamos que pasen estos días para volver a estar cabreados en casa, en el trabajo, en el bar… y despotricar contra todo bicho viviente?

Puesto que supongo que algunos seguidores de Negro sobre blanco verdaderamente creen que la felicidad, el ser feliz o ser dichoso, es un bien difícil de lograr pero que merece la pena luchar por él, voy a adentrarme en este tema con el deseo de que saquemos algo en claro.

Antes de entrar en el meollo de la cuestión, he de indicar que recientemente he terminado de leer un libro apasionante y que es el resumen o la filosofía de la vida de su autor: Carlos Castilla del Pino. Lleva por título Aflorismos (como derivación del término aflorar, y evocando los aforismos que grandes autores nos han legado). Es un libro póstumo, puesto que el gran psiquiatra, que desarrolló su vida profesional en Córdoba, falleció hace un par de años.

Tengo que confesar que lo he leído despacio, casi con devoción, atendiendo a cada uno de los pensamientos que se iban desplegando en cada una de sus páginas, puesto que cada uno de los aforismos era una reflexión sincera, desnuda y profunda del sentido de la vida humana, o mejor, de su sentido de la vida, puesto que hay distintas maneras de entenderla. Lejos, pues, de esas magníficas obras que publicó en su vida, ya que el rigor científico no le permitía o no dejaba entrar en esos sentimientos más personales e íntimos que logran plasmarse en unas breves líneas.

Cuando cerré las páginas de este libro, que contiene magníficos aforismos, sentí la pena de que no poder seguir leyendo y reflexionando en esos momentos de la noche en los que el silencio se hace palpable como invitación a entrar en el sueño.

Tengo que manifestar que siempre he disfrutado de aquellos autores que han plasmado con brillantez sus pensamientos en sentencias, aforismos o silogismos. Y esta modalidad de escritura no es algo de nuestros días, en los que la urgencia de las pantallas invita a textos cortos, por no hablar de esa red social en la que para expresarse no hay que sobrepasar los 140 caracteres.

Esta forma breve de pensamiento ya nace en los clásicos de la antigua Grecia, recorriendo la historia del pensamiento hasta llegar a nuestros días. Pero no voy a dar una relación más o menos extensa de autores que lo han utilizado, pues no se trata de hacer un despliegue erudito de lo que uno ha leído a lo largo de los años. Destacaré esos aforismos, frases o citas que he ido anotando o subrayando de aquellas obras me han parecido interesantes destacar.

Y para comenzar en este ámbito, que alternaré con otro tipo de artículos, he pensado que una buena manera de iniciarnos en la reflexión acerca de las ideas, valores, sentimientos y estados emocionales que, de una u otra forma, compartimos los seres humanos, sería comenzando por la felicidad.

Llegados aquí uno se puede preguntar: ¿por qué comenzar por la felicidad? ¿No estamos en unos momentos en que suena totalmente alejada de nuestra sociedad y es mejor hablar de esto cuando los vientos de la crisis se hayan apaciguado y nos encontremos menos crispados por los tiempos que nos tocan vivir?

La verdad es que, por un lado, no tengo muy claro que tengamos que esperar unos años para hablar de una de las grandes aspiraciones de todo ser humano y, también, porque el libro citado comienza con un aforismo relacionado con este tema, y expresado de tal forma que coincido plenamente con lo que dice su autor.

Y para los derrotistas, los airados, los que creen que el mundo nos ofrece más motivos de dolor que de disfrute, les digo que no se preocupen, pues a lo largo de los artículos irán apareciendo otros aforismos, pensamientos y citas de los grandes pesimistas, de los que han visto la vida por su lado más triste, ya que también nos han ofrecido su mirada con toda la crudeza de la cara amarga de la existencia.

Sobre la felicidad, lógicamente, se pueden escribir largos tratados, y de hecho hay pensadores que la han abordado con gran brillantez. Pero, en este caso y con toda modestia, seleccionaré algunos párrafos que nos pueden servir de reflexión. Y comienzo por el primer aforismo de Castilla del Pino, en el que nos dice: “La felicidad –ya me entienden- no se la encuentra; se construye”.

Cuando leí esta breve frase una leve sonrisa acudió a mí y un “¡por fin!” asomaba en mi interior. Siempre he creído que los retazos de felicidad que disfrutamos en algunos momentos de la vida son el resultado de un gran esfuerzo, de un trabajo constante en aquella dirección en la que consideramos cada uno de nosotros podemos encontrarla, según muestras convicciones más íntimas.

Lejos, pues, quedan esos libros de autoayuda que nos descubren “un maravilloso mundo oculto”, pero que nos resistimos a verlo cuando lo tenemos a nuestro alcance de la mano, o del bolsillo. Por el contrario, ser dichoso, como base de esos momentos plenos en los que sentimos la felicidad, es una tarea ardua, ya que nadie nos lo va a poner en bandeja, sino que nos va a costar mucho poder lograrlo. No está, pues, a la vuelta de la esquina tan preciado bien.

Y no es cuestión de ser muy inteligente o de tener grandes éxitos en la vida, ni, por supuesto, el bolsillo lleno. ¡Hay tantos que tienen de lo indicado a los que la felicidad les da la espalda! Y no hay nada peor que encontrarse en los días en los que finaliza la propia vida dándose cuenta de que esos retazos de dicha han pasado de largo, sin que se detuvieran en uno mismo. Quizá el gran escritor argentino, Jorge Luis Borges, lo expresara con toda franqueza cuando manifestaba: “He cometido el peor pecado que se puede cometer: no he sido feliz”.

Hay muchos y muy distintos aforismos acerca de la felicidad. Algunos autores sostienen que para ser feliz lo primero y más urgente es conocerse a sí mismo para, posteriormente, aceptarse tal como uno es. No han reivindicado los aplausos del público, ni los éxitos económicos que nos proporcionen grandes patrimonios, ni las propiedades que podamos exhibir como manifestación de triunfo… En esta línea, el poeta latino Marco Valerio Marcial, en sus Epigramas, sostiene que “lo que hace la vida feliz: la satisfacción de ser lo que se es sin preferir otra cosa”.

Otros hablan de la fugacidad de la felicidad, de que no es posible vivir en un estado permanente de dicha, puesto que el dolor también forma parte de vida. Esto lo expresa bien Nietzsche en un breve pensamiento de su obra Humano, demasiado humano cuando nos dice que “el destino de los hombres está hecho de momentos felices –toda vida los tiene- pero no de épocas felices”.

Puesto que es un bien tan escaso y cotizado no queda más remedio que protegerlo de las miradas aviesas que, nada más atisbar la dicha en los otros, están prestas a derribar esos estados tan codiciados. Es por lo que el escritor y humorista español Enrique Jardiel Poncela nos decía con cierta sorna que “hay dos maneras de conseguir la felicidad: una, hacerse el idiota; otra, serlo” (me imagino que preferible lo primero).

Por su parte, el dramaturgo Alejandro Casona, coetáneo del anterior, venía a reafirmar lo anterior cuando apuntaba que “si eres feliz, escóndete; pues no se puede andar cargado de joyas por un barrio de mendigos; no se puede pasear la felicidad por un mundo de desgraciados”.

¿Estamos en la actualidad en ese mundo en el que hay que esconder o disimular las buenas formas, la cordialidad con el oponente, el hablar sin herir, puesto que lo que se lleva es la crítica acerada, la mala uva, el poner verde al vecino, el ocultarse en el anonimato para descargar sin ningún tipo de cortapisas las frustraciones personales…?

Sobre el particular, viene bien el aforismo 592 del libro de Castilla del Pino en el que nos dice: “Ningún cínico es feliz, porque es incapaz de tomarse en serio lo que en realidad importa. El cínico es un manifiesto desgraciado”.

¿Están los trolls, que tanto abundan en las secciones de comentario de los diarios digitales, dentro de ese sector al que aludía el eminente psiquiatra? ¿Son cínicos porque su infelicidad, resultado de sus frustraciones más íntimas, les hacen sentirse desgraciados? ¿En el fondo, son los que creen que es mejor hundirse todos juntos a que haya alguien que pueda ser manifiestamente feliz?

Y pasando a otro de otro lado, ¿por qué tienen hoy tanta audiencia y seguidores los tertulianos, columnistas, comentaristas y demás personajes mediáticos que expulsan bilis desde primeras horas de la mañana y son seguidos y admirados por gente de todas las edades y estratos sociales?

¿Acaso son “idiotas”, tomando el término de Jardiel Poncela, los que se expresan con educación y respeto, argumentando en vez de vociferar? ¿Caminamos a una sociedad en la que la búsqueda de la felicidad, o los momentos dichosos, hay que dejarlos para mejor ocasión, puesto que lo que nos espera es paro, desesperanza y frustración, y son los agoreros y los profetas del desastre los que ahora tienen la palabra?

AURELIANO SÁINZ
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