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Un país de “burbujas”

Un lector del artículo que titulamos Que viene el lobo (II) afirmaba: “Trabajo, esfuerzo, memoria y excelencia que son las claves de todo buen sistema de enseñanza, nada de nada”. Estamos plenamente de acuerdo. Dicho comentario da pie a este trabajo. ¡Vamos a por la excelencia y, de paso, a por algunas “peras” más!

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¿Es España un país de “burbujas”? No voy a referirme a las sutiles burbujas del cava que nos pueden deleitar, con más o menos acierto publicitario, en Navidad. No porque, entre otras cuestiones, no está en mi ánimo hacer publicidad del consumo de alcohol, de lo que ya departiremos.

Se ha hablado largo y tendido de la burbuja inmobiliaria. Y como consecuencia de la misma, dicen muchos de los especialistas que estamos como estamos: con el agua al cuello. Hemos construido en cualquier rincón donde pudiera llegar un ladrillo. Construcciones públicas con megaproyectos suntuosos en Valencia, Barcelona, Madrid o Pernambuco. Magníficos palacios de congresos de firmas internacionales económicamente caras.

Construcciones faraónicas, por supuesto a precios faraónicos. Pomposos edificios como “Las setas de la Encarnación” de Sevilla. Un hotel inmenso comiéndose la playa, viejo ya, en Carboneras. Un costoso puerto deportivo en Laredo. La Ciudad del Circo arruina al Ayuntamiento de Alcorcón, al lado de Madrid.

Hay muchos más ejemplos donde se han volatizado millones de euros. Entrar en la lista de macroproyectos de algunas ciudades dejaría “bocabadat” al más “pintao”. Todo ello podría ser tema para otro artículo.

Pero hay otro tipo de burbujas de las que sólo se habla a niveles muy reducidos y sin darle mayor publicidad. Me refiero a la burbuja universitaria. ¡Una ciudad, una universidad! Y todo multiplicado por diecisiete autonomías con aires de grandeza todas ellas. "La mía es más mejor", podría ser la muletilla “ad hoc”.

En España lo hacemos todo a lo grande. ¡Caballo grande, ande o no ande! Así, en cada capital de provincia hemos creado una universidad; en cada ciudad importante, varias facultades de lo que sea. Todos nos creemos con derecho a tener una universidad en la puerta de casa. Y el sistema político nos ha mimado sin reparar en gastos. Total, una facultad o una universidad más no supone mucho.

Una ciudad, una universidad. ¿A cuántos universitarios dará servicio? ¿Cuáles serán los costes de mantenimiento? ¿Cuánto profesorado será necesario? ¿Calidad del mismo? ¿Tendrán salida profesional dichos universitarios? Siempre me surge la misma pregunta: ¿podemos permitirnos el lujo de “fabricar” tantos universitarios para que luego trabajen, en el mejor de los casos, de cajeros en un supermercado?

Una universidad más supone un gasto enorme en edificios, en mantenimiento de agua, luz, materiales de laboratorio, biblioteca, etcétera, etcétera, etcétera. Por no hablar del profesorado. Que nuestras universidades sean o no de calidad eso no tiene importancia ni enjundia. Lo importante es tener una cerca de casa. ¿Sobran universidades y sobran titulaciones? Quizás esta sea la pregunta clave a la que enfrentarse.

¡Y lo que ahorramos los usuarios! Si la universidad está cerca de casa o a la vuelta de la esquina, no tengo que pagar alquiler de piso, no tengo que gastar en transporte, no tengo que gastar… ¿Qué calidad de enseñanza estamos proporcionando?

Hablar de la calidad queda para los “tiquismiquis”. Lo que importa es tener el título de…, siempre al menor coste personal posible. ¿Cuánto ahorramos los contribuyentes? No interesa. En España se han construido universidades como si estuviéramos haciendo molletes: ¡a docenas!

En 1975 había 28 universidades en el país. En el año 1985 habían aumentado a 35. Con el proceso de descentralización, iniciado ese año, se transfieren competencias en esta materia a las Comunidades Autónomas. Los establecimientos para la enseñanza superior aumentan a considerable velocidad y, por descartado, “ad maiorem eorum gloriam”. Me refiero a los politiautonómicos.

Treinta y seis años después y con una tendencia de alumnado muy a la baja, la cifra total de universidades es de 78: 50 son públicas -con 154 sedes universitarias- y 28 de ellas son privadas -las cuales aglutinan 69 campus-. ¡Y creciendo!

¿Su ciudad tiene más de 50.000 habitantes? ¡Ponga un campus en su pueblo! Periodismo, por ejemplo, se imparte en 41 centros y concentra 19.000 alumnos. La demanda de periodistas está decreciendo a buen ritmo. A eso modernamente se le llama “crecimiento negativo” (¿!?).

Como ejemplo paradigmático cito la Comunidad Valenciana, campeona olímpica de megaconstrucciones. La histórica Universidad de Valencia (erigida en 1499) está a 75 kilómetros de la moderna de Castellón (1991).

Sigamos: Alicante (1979) la separan de Murcia 82 kilómetros. En medio está situada Elche (1996) a 20 kilómetros de la primera y a 57 de la segunda; y el Campus de Orihuela dista 35 kilómetros de Murcia (sobre 1272 y refundada en 1915). Todas las titulaciones que ofrece Elche se pueden cursar en Murcia y, algunas de ellas, están repetidas en Alicante o en Elche.

Es fácil imaginarse el gasto que se produce con tres instituciones así, tan próximas, y además, con numerosísimos campus diseminados en localidades más pequeñas, como Orihuela: duplicidades de edificios, de profesorado, de gastos corrientes en luz, agua, limpieza, vamos de mantenimiento en general. ¿Mejor profesorado y más calidad? (¿!?)

Andalucía tiene una universidad por capital de provincia y diversos campus repartidos por su territorio. Navarra cuenta con dos universidades, una privada y otra pública -en pugna además- y un campus en Tudela. Se podrá alegar que sólo hablamos de economía. ¡Cierto! Pero el presupuesto es el que es: corto. Y los tiempos no están para cohetes e, indudablemente, ello repercute en la excelencia.

El ministro de Educación Ángel Gabilondo, tenía en cartera un borrador de Real Decreto para conseguir una necesaria fusión y cierre de algunas universidades, para así poderse evitar duplicidades y aspirar a la excelencia. El ministro tenía la intención de que dicho decreto fuera aprobado antes de elecciones. Al parecer, no ha sido posible a fecha de hoy, si no estoy mal informado.

Y una nota final que sé que no hará mucha gracia. ¿Todos universitarios? Todos tenemos derecho a ir a la universidad. Repito una vez más, que estoy muy de acuerdo con esta aseveración. Pero ¿todo el mundo quiere ir a la universidad? Y ¿todo el personal está preparado para ir a la universidad? Insisto en que en Alemania, y no soy especialmente germanófilo, se cuida la correcta elección vocacional, según capacidades y fomenta mucho la formación profesional.

Datos objetivos: en 2009 teníamos un 39,4 por ciento de licenciados superiores frente al 29,4 por ciento de Alemania. En España, la tasa de paro juvenil supera con creces a la de Alemania. La crisis económica manda. Hay más tela que cortar en este tema, pero por hoy basta.

Irónicamente, las universidades para mayores están dando caña y, a la par, cierta calidad al sistema. Dicen: “es volver al pupitre, al profesor, volver un poco a la juventud. Afirma un profesor: “la clase es muy diferente, nadie habla fuera de lugar, es un ambiente de interés máximo y de participación excelente; son personas muy motivadas, con muchas ganas de aprender”.

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PEPE CANTILLO
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