La evolución de los últimos movimientos en la Unión Europea es incomprensible si no se hace un análisis de la evolución de los hechos y de los acontecimientos políticos y sociales que se están desarrollando en los países miembros. De estos países, probablemente Alemania es de los más interesantes.
Angela Merkel afronta un dilema dentro de su propio país. Buena parte de la opinión pública la hace culpable de haber agravado los problemas europeos por su reticencia a intervenir en Europa. Sin embargo, una vez que interviene, otra corriente de opinión la acusa de dejar de lado los asuntos del Estado y dar prioridad al continente.
Como defensa, la canciller ha llegado a denunciar la irresponsabilidad de algunos dirigentes europeos -muchas veces con razón- e, incluso, el gusto por la fiesta en el Sur. En este discurso cercano a la de la superioridad germana, para la propia supervivencia de Alemania se debe ayudar y disciplinar a los países meridionales. Pero el discurso ya no le vale.
En 2009, la coalición formada por la Unión Demócrata Cristiana y la regional Unión Social Cristiana (CDU/CSU), liderada por Merkel, consiguió 239 de los 614 escaños del Bundestag. El Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), su más inmediato competidor, a duras penas logró 146.
Merkel necesitó aliarse con el Partido Democrático Liberal (FPD) para gobernar, pero su superioridad frente a los socialdemócratas era evidente. Ahora la situación ha cambiado y sólo la debilidad de la izquierda evita un posible vuelco electoral.
Según un sondeo de la televisión alemana ZDF, realizado el mes pasado, sólo un 56 por ciento de la ciudadanía aprueba su gestión de la crisis del euro. Con respecto a si es reelegida, el semanario Stern indica que sólo el 39 por ciento de la ciudadanía estaría a favor de su reelección.
Pero más fiables que estos sondeos son sus últimos resultados electorales. Los cristianodemócratas perdieron la región de Hamburgo, consiguiendo sólo el 21,5 por ciento de los votos frente al 48,9 por ciento socialdemócrata. También perdió Rheinland-Pfalz (Renania-Palatinado) y su vecino Baden-Württemberg en unas elecciones marcadas, sobre todo, por el desastre de Fukushima. Este hecho dio la mayoría a la unión formada por Los Verdes y los socialdemócratas.
En cuanto a las finanzas germanas, los datos macroeconómicos también dejan a Merkel en mal lugar. El Fondo Monetario Internacional estima que su Producto Interior Bruto pasará del 2,72 por ciento en 2011 a sólo el 1,97 en 2012. Como consecuencia, cada vez le cuesta más colocar su deuda. A finales de noviembre el bono alemán a un año llegó a alcanzar la rentabilidad negativa: -0,056 por ciento.
Angela Merkel ya ha anunciado que se presentará a las elecciones de 2013 porque, según ella, le gusta su trabajo, pero los resultados son los que son. Sólo una buena resolución -para Alemania- de la crisis europea podrá garantizar que siga en el Gobierno y, de paso, como suele decirse, salvarle el cuello.
Angela Merkel afronta un dilema dentro de su propio país. Buena parte de la opinión pública la hace culpable de haber agravado los problemas europeos por su reticencia a intervenir en Europa. Sin embargo, una vez que interviene, otra corriente de opinión la acusa de dejar de lado los asuntos del Estado y dar prioridad al continente.
Como defensa, la canciller ha llegado a denunciar la irresponsabilidad de algunos dirigentes europeos -muchas veces con razón- e, incluso, el gusto por la fiesta en el Sur. En este discurso cercano a la de la superioridad germana, para la propia supervivencia de Alemania se debe ayudar y disciplinar a los países meridionales. Pero el discurso ya no le vale.
En 2009, la coalición formada por la Unión Demócrata Cristiana y la regional Unión Social Cristiana (CDU/CSU), liderada por Merkel, consiguió 239 de los 614 escaños del Bundestag. El Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), su más inmediato competidor, a duras penas logró 146.
Merkel necesitó aliarse con el Partido Democrático Liberal (FPD) para gobernar, pero su superioridad frente a los socialdemócratas era evidente. Ahora la situación ha cambiado y sólo la debilidad de la izquierda evita un posible vuelco electoral.
Según un sondeo de la televisión alemana ZDF, realizado el mes pasado, sólo un 56 por ciento de la ciudadanía aprueba su gestión de la crisis del euro. Con respecto a si es reelegida, el semanario Stern indica que sólo el 39 por ciento de la ciudadanía estaría a favor de su reelección.
Pero más fiables que estos sondeos son sus últimos resultados electorales. Los cristianodemócratas perdieron la región de Hamburgo, consiguiendo sólo el 21,5 por ciento de los votos frente al 48,9 por ciento socialdemócrata. También perdió Rheinland-Pfalz (Renania-Palatinado) y su vecino Baden-Württemberg en unas elecciones marcadas, sobre todo, por el desastre de Fukushima. Este hecho dio la mayoría a la unión formada por Los Verdes y los socialdemócratas.
En cuanto a las finanzas germanas, los datos macroeconómicos también dejan a Merkel en mal lugar. El Fondo Monetario Internacional estima que su Producto Interior Bruto pasará del 2,72 por ciento en 2011 a sólo el 1,97 en 2012. Como consecuencia, cada vez le cuesta más colocar su deuda. A finales de noviembre el bono alemán a un año llegó a alcanzar la rentabilidad negativa: -0,056 por ciento.
Angela Merkel ya ha anunciado que se presentará a las elecciones de 2013 porque, según ella, le gusta su trabajo, pero los resultados son los que son. Sólo una buena resolución -para Alemania- de la crisis europea podrá garantizar que siga en el Gobierno y, de paso, como suele decirse, salvarle el cuello.
RAFAEL SOTO