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Manuel Bellido Mora | Frescos y aprovechados

La crisis económica, tan constante que ya nos parece endémica, aprieta y ahoga. Que se lo pregunten, si no, a los casi cinco millones de parados que se angustian cada vez que se tocan el bolsillo, y lo encuentran profundo y vacío.


Es la misma sensación que tienen los griegos, y cualquiera que haya sido despedido de su empresa. Pero no me resulta agradable hablar de lo que se le viene encima al gobierno de Atenas si no acepta las condiciones de la Unión Europea. En los noticieros hay sobredosis de información negativa sobre el pueblo heleno. Y eso no me parece del todo bien.

Quién nos lo iba a decir. Ellos inventaron la cultura occidental, nos enseñaron qué es el teatro, perfeccionaron la agricultura y los conocimientos astronómicos, moldearon, aunque imperfecta, la democracia. Todo eso y más le debemos. Y, sin embargo, ahí los tienen pidiendo limosna y pendientes de un plan de rescate que les va a costar muy caro.

Es curioso lo mal que se siguen haciendo las cuentas. Si se cuantificaran los saqueos que han sufrido en sus riquísimos tesoros artísticos a lo largo de la historia (se llegaron a desmontar templos enteros sin pasar por caja y se expoliaron sus antiguas ciudades hasta lo indecente), el balance seguiría siendo muy favorable a sus intereses.

Pero, amigos, esa es otra deuda histórica. De modo, que para no agrandar la irritación, pongamos otro ejemplo de nación en bancarrota. Al norte, cuyas finanzas tan holgadas creíamos, hay un buen ejemplo que, por su dimensión, te deja frío.

La odiosa cifra, la de los desempleados en España, es 15 veces superior a la población de Islandia, pero allí, la tierra del salmón, el colapso financiero es todavía peor que el nuestro -eso, aparte del fresco polar que se estila por aquellas latitudes-. Así que lo conveniente es no ponerlo como destino, en caso de que haya que emigrar. Ni, por supuesto, tomarlo como un consuelo, pues ya se sabe lo que asevera el dicho popular: “mal de muchos…”.

Pensábamos, en nuestro desconocimiento de sus cuentas, que como eran pocos, cabrían a una mayor porción a la hora de distribuir la riqueza del país. Pero resulta que, de la noche a la mañana, los vecinos de la isla se han encontrado con una trampa abrumadora.

Es lo único -una tarta rancia y maloliente- que les queda por repartir. Mal asunto que, además, huele de la misma forma que un butrón recien acabado de hacer. Y lo peor es que cuando llega la policía, los ladrones hace rato que se han dado a la fuga.

Aquí puede que cada vez seamos más pobres o, dicho de otra forma, que no tengamos tanto dinero como antes -aunque fuera prestado-. Pero, al menos, no nos falta el consuelo del sol. Por ahora.

En Islandia la cosa está oscura, por no decir "negra". La única cosa que permanece blanca es la nieve, y el hielo, tan abundante cuando una se va acercando al Círculo Ártico. Porque lo que es el color de la cara de sus preocupados habitantes cada vez acentúa más su palidez, al ritmo que la televisión da detalles de la gravedad de la crisis. Es lo que tiene la economía: a medida que se hunden los gráficos en las bolsas, crece como nunca la indignación de los ciudadanos.

Tres de sus principales bancos están en quiebra, una penosa situación con inmediatas consecuencias en la vida cotidiana, en la judicial y en la política: los clientes no pueden hacer libre uso de sus ahorros, se han dictado órdenes de búsqueda y captura de los responsables del desaguisado y se ha decretado un severo recorte del gasto público.

Algo de esto nos empieza a sonar por aquí, pero sin duda vamos con retraso, porque la cárcel sigue esperando -y el que espera, desespera- a quienes, desde sus sillones de dirección de las políticas monetarias y económicas, están conduciendo al abismo a una buena parte de la sociedad.

Escasas ventajas y recompensas de tipo moral tiene este triste panorama, pero algunas hay. Con la resaca de las desastrosas gestiones llevadas a cabo en bastantes entidades bancarias y, principalmente, cajas de ahorro, se están haciendo públicos datos bochornosos que, por su magnitud, superan el escándalo.

Muchas de las entidades investigadas por el Banco de España presentan números rojos, pero sus rectores recibían emolumentos millonarios, pese a su manifiesta incompetencia.

Son empresas, en este caso dedicadas a la gestión del dinero, que padecen una situación caótica y casi irreparable, lo que desde luego no ha ocurrido de pronto, pero ellos tan panchos amasaban su fortuna con ingresos desproporcionados. Es decir, se han hecho ricos llevando a sus negocios a la ruina. Un auténtico pitorreo que nadie entiende.

Y la percepción de tan suculentas nóminas, más extras por viajes, comisiones, asistencias a reuniones y el sursum corda, venía siendo una práctica generalizada desde hace tiempo, lo que ocurre es que con la fanfarria de los años del despilfarro, pasó desapercibida. O nadie quiso enterarse de lo que realmente estaba pasando.

Y lo peor es que ahora, el desatino, la ineptitud y la caradura de esta gente hay que abonarla entre todos con aportaciones extraordinarias del Banco de España para sacar del apuro a los bancos y a las cajas de ahorros.

Frente a los que suelen decir que el cine español está "subvencionado" y que es un "nido de parásitos", se hace preciso apuntar que la cantidad con la que hay que socorrer al maltrecho sistema financiero de crédito daría para hacer películas durante lustros. Con una notable diferencia, la que estamos viviendo actualmente con el hundimiento de los bancos es de auténtico terror.

Si a los griegos se les va a exigir que devuelvan las ayudas para sanear el tremendo déficit público que arrastran, no es disparatado en absoluto obligar a esta corte de pésimos administradores a que reintegren todo lo que han cobrado indebidamente. Por ahí se podría empezar a hacer justicia. ¿No lo creen?

MANUEL BELLIDO MORA
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