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Talía en la cola del paro

A fuerza de estar desbocado, el paro empieza a parecernos como una cosa endémica. Algo con lo que nos acostumbramos a convivir como quien se amolda a un vecino cascarrabias y cabrón. De siempre se ha hablado de un nivel de desempleo permanente, ese que los especialistas definen como "paro técnico". Existe y se acepta de la misma forma en que se da por hecho que una porción determinada de la población siempre se va a abstener en las elecciones. Es el cupo admitido de gente sobre la que se sabe a ciencia cierta que nunca va a tener su contrato, ni siquiera cuando la prosperidad del sistema capitalista se encuentre a pleno rendimiento.

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Ignoro si son conscientes de esta condena perpetua, y tampoco se conoce con exactitud si en su interior se agita la idea de rebelarse contra ese triste destino. Lo cierto es que no se puede decir que sean "parados profesionales", pero ellos viven con ese incómodo y mal visto estatus: el de quienes, hagan lo que hagan, se van a ver arrastrados a llevar la etiqueta de holgazanes.

Ahora, como saben de sobra, atravesamos por una de las peores crisis conocidas. Mes tras mes, su exagerada persistencia engorda la relación de adultos que están ociosos por obligación, porque no hay nada a la vista. Tan solo desesperanza.

Los demandantes de trabajo se cuentan por millones. Es tan pavoroso y desalentador su crecimiento que muchos, aparte de las ganas de vivir, ya han perdido la cuenta -la de sus ahorros que, de tanto acudir a ella como quien acude al socorro, está en números rojos-.

Así de escuálida se encontró su cuenta corriente un amigo mío. Y no saben la sorpresa que, al saberlo, le cruzó todo el cuerpo de arriba abajo, como el más dañino de los escalofríos. Se llegó por el banco para revisar el empobrecido estado de sus modestas finanzas domésticas y se encontró con que en la cartilla tenía menos dinero que en el monedero.

Es un actor, un artista acostumbrado a hacer comedia, pero esta vez, por desgracia, no estaba de coña. Pasaba por una situación realmente alarmante. En su caso, el informe con los movimientos de su depósito personal invitaba más bien al humor negro.

Como no lo tengo por un tipo derrochador, ni es esclavo de ninguna ludopatía y, por supuesto, no es dado en absoluto a malgastar su escaso capital, no terminaba de explicarme los apuros por los que está pasando. Pero no fue necesario darle más vueltas.

Había llegado a ese extremo porque, desde hace semanas -quizás meses- está en el paro. En el puñetero y mísero desempleo. Sencillamente por eso, porque todos los contratos que tenía entre manos, apalabrados, o a punto de concretarse con una firma, se le habían ido esfumando, uno detrás de otro.

Mi amigo tiene su propio grupo de teatro. Goza de fama dentro de su oficio y es un profesional con una contrastada capacidad para desarrollar toda clase de registros dramáticos. Lo he visto haciendo cualquier clase de papeles y, con todos ellos, ha arrancado el aplauso y la complacencia del público.

Conoce a fondo la profesión. Ha hecho largas giras con compañías itinerantes, ha intervenido en teleseries, lo han llamado del cine en no pocas ocasiones, y su nombre, en teoría, figura en las apretadas agendas de los representantes. Está en mente de los agentes de espectáculos, supongo.

Incluso he sido innumerables veces testigo de esto que digo: me he divertido a su lado viéndolo moverse con desenvoltura, apropiándose con maestría y plena naturalidad de muchos personajes escritos para él en la radio. Creo que ya lo he dicho, pero por si no ha quedado claro lo repito: es un gran actor, un enorme actor. Pero, lamentablemente, está en el paro. Esa es su actual y verdadera situación. El resto, es teatro.

Sin embargo, no ha liado un drama con ello. Ni se le ve empujado a la tragedia. Lo que ha hecho es reaccionar como uno más de los que atraviesan por este mismo problema. Mi amigo es uno más de los 5 millones de parados. La única diferencia es que él no es albañil, ni conductor o camarero. No es periodista, no es un jornalero; tampoco un graduado en Ciencias de la Educación a la espera de que alguien aparezca con una oferta.

Es un actor. Un artista que el otro día, viendo la obstinada realidad de las escasas oportunidades que en este momento se presentan en su gremio, se decidió a hacer la cola del paro. De acuerdo que él nunca pensó en que ese trámite llegaría a suceder. Pero así fue, y allí estaba a la expectativa de que su suerte diera un giro. De que repentinamente se acordaran de él. Qué otro remedio le quedaba. O eso o nada. O la prestación por desempleo o el vacío.

De modo que entró en la oficina del Servicio Andaluz de Empleo y se apuntó en el amplio listado de personas sin trabajo. Allí estaba cuando lo llamé por teléfono. A punto de percibir la primera ayuda social como actor parado. La verdad era muy diferente.

Yo lo hacía preparando alguna nueva “performance”, lo imaginaba perfilando algún ilusionante proyecto personal o colectivo con su propia compañía, daba por hecho que no paraban de llegarle propuestas para participar en tv movies, en seriales, o aunque fuera en monólogos, esa moda con la que tantos caricatos se ganan la vida en pequeñas actuaciones en bares, discotecas y otros locales nocturnos hasta las tantas de la madrugada.

El mundo del espectáculo tiene incontables puntos oscuros. Los más penosos y acuciantes son la inestabilidad laboral de quienes forman parte de él. Aparentemente todo es muy bonito e ideal, como una especie de eterna alfombra roja por la que desfilan rutilantes y resplandecientes estrellas -cuanto más jóvenes, mejor-.

Pero resulta que, en realidad, esa pasarela de la celebridad está llena de agujeros. Es muy imperfecta. Los más concienciados y previsores se afanan por recaudar fondos para destinarlos a la construcción y mantenimiento de la Fundación Casa del Actor.

No está mal pensado, pero tal vez, después de comprobar que donde éstos verdaderamente abundan es en la lista de desempleados, habría que ir pensando en proveer un fondo para ayudarlos. Quién nos lo iba a decir, pero al final, Talía, la musa de la comedia, ha terminado representando su papel, el más indeseable, en la cola del paro.
MANUEL BELLIDO MORA
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