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Repugnancia absoluta

Hay días, querido lector, en los que uno siente que realmente el Fin del Mundo debería estar cerca. Que debería existir un Yahvé justiciero y que debería bajar a este planeta sucio y corrupto para repartir llanto y crujir de dientes. Y es que uno lee los diarios y mira los informativos de televisión y pasa el día entre la náusea y la estupefacción más completa. El lunes 17 de octubre de 2011 -o sea, ayer- fue uno de esos días.

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Comprobar cómo un grupo de listos extranjeros viene a España a decirnos cómo acabar con el problema de ETA ya produce cierta desazón. Como si nosotros, que somos los que hemos tenido que caminar paseando entre policías armados hasta los dientes por amenazas de coches-bomba, no supiéramos a la perfección cómo se acaba con ETA. Vamos, que la situación terminal de la banda asesina se debe, fundamentalmente, al doble de Morgan Freeman en la ONU o al barbas irlandés que una vez fue un asesino.

Leer el documento redactado por estos lumbreras genera ya, directamente, fatigas epilépticas. "Confrontación armada", llama esta pandilla de gilipollas a cincuenta años de bombas, secuestros y disparos en la nuca y por la espalda, siempre por parte de los mismos.

A lo mejor les han contado a estos imbéciles que Ortega Lara intentó repeler a sus secuestradores armado con las llaves del coche. O que Irene Villa y su madre se abalanzaron alevosamente con su coche sobre la bomba de ETA. O que Ernest Lluch les apuntó con el mando a distancia de infrarrojos para evitar que le descerrejaran dos tiros en la cabeza.

Repugnante. Lo mismo que el aplauso del PSE a este teatrillo escrito, producido y dirigido por la misma ETA que nos tuvo en vilo aquel mes de julio en que Miguel Ángel Blanco intentó defenderse de la pistola que tenía en la nuca con una de las baquetas de su batería.

Lo mismo que el punto final de su repugnante documento, en el que se ofrecen –obvian decir "por un módico precio"- a formar un comité de seguimiento. Este es el remate de los tomates, y sólo se me ocurre decir, para terminar con esto, una cosa: menudos cabrones.

Aún con el tembleque resultante de la vomitona producida por estos impresentables y sus patrocinadores –sí, los hijos de puta de ETA-, lo que he visto en el Telediario algo más tarde, sinceramente, me ha sacado la bilis del cuerpo.

Les cuento brevemente. Yue Yuem, una pequeña china de dos años, está paseando por un mercado. Va despistada, como si fuera buscando a su madre. Una furgoneta, de repente, se abalanza sobre ella y la atropella, pasando literalmente sobre su pequeño cuerpo. Yue Yuem queda tendida en el suelo mientras el conductor, que ha parado para ver qué pasaba, vuelve a arrancar huyendo del lugar.

Seguramente ustedes han visto las imágenes en televisión o en Internet. Y seguramente les ha producido tanto asco como a mí el resto del vídeo. Hasta dieciocho personas pasan al lado de Yue, sin ni siquiera volverse a mirar; hasta dieciocho mierdas de seres vivientes –que no humanos-, incluyendo a otro hijo de puta con una furgoneta que vuelve a atropellar a la pequeña y ni siquiera se para.

Hemos oído hablar del desprecio que sienten los chinos hacia las mujeres, especialmente hacia las niñas. Hemos oído hablar del estrés que nos envuelve y nos agobia, y de la soledad ansiosa que nos torna máquinas sin sentimientos. Hemos visto mil veces cómo el rey de la Creación, el Hombre, no es –la mayoría de las veces- más digno que una simple cucaracha que habita la basura.

Pero eso a Yue Yuem le importará poco ahora. Su cerebro ha dejado de funcionar, lo que equivale a decir que Yue Yuem prácticamente no existe ya en este mundo. Seguro que, cuando llegue al Cielo, preguntará a alguien cuándo piensan arreglar esto.
MARIO J. HURTADO
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