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1 de octubre de 2011

  • 1.10.11
Tengo fiebre, y ni siquiera es la del sábado noche que, según dicen, pone marchosa; ni la del heno, que me depararía un novio ecologista. Tengo una fiebre fulminante, injustificada, de esas que ponen ojos de gacela parturienta, piel de seda natural y pelo grasiento. Tengo un termómetro de mercurio y un paquete de cleenex que le compré al chico nigeriano del semáforo del puente de Chapinas.


No tengo mimos. No quiero estar enferma como se está de adulto, sin poderse quejar y sin poder hacer pucheros regados en lagrimones de cocodrilo. Yo quiero estar “malita” y recoger la bola de mercurio de termómetro roto en una caja de cartón.

Tengo una fiebre arrebatada que me sonroja hasta el cerebro y me evidencia los vacíos de afecto y las ojeras. Una fiebre sofocante que anula la pasión y embrutece el talento exacerbado.

Fiebre de brazo inerte, pupila dilatada y capuchinos dementes. Más que unas cuantas décimas yo diría que miles de centésimas van minándome el coraje y nublándome las gafas de cerca. Melancolía de bombillas veladas y pasos de sardina.

“Todo hombre se parece a su dolor”, decía Malraux, y yo, en mi delirio de otoño, corroboro sus palabras, oráculo.

Yo, como Peter Pan, me niego a ser mayor mientras me dure la fiebre. Me niego al solitario con baraja prestada, a los difusos cambios de humor, a los escalofríos sin sentimiento y al diálogo con la televisión.

Los delirios empiezan a liquidar el último bastión donde descanso con la poca inocencia que me queda. Las mariposas en el estómago se han vuelto peor que una apendicitis y el corazón ya no suspira. La piel se zambulle en un otoño desabrigado. Ahora, los latidos son espasmos que rezongan por la ausencia de una razón y la ocupación en toda regla de una fiebre que va a acabar con la poca cordura que me queda.

Entre sudor y escalofríos, sin camisón de franela y sin tebeos, con un paquete de cigarrillos y descalza, me enfrío impunemente de mi habitación al pasillo y del pasillo a mi cuarto, celosa de Luisito, el del tercero, que tiene madre, padre, tata, pijamita, vaso de leche y recortables. Y, seguramente, menos fiebre que yo.

CARMEN LIROLA

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