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Dudas razonables

Normalmente, al opinar, se expresan certezas y convicciones, pero hoy me toca expresar dudas. Porque las tengo y serias sobre dos temas muy en debate: el Impuesto sobre Patrimonio y los recortes en Educación. En la primera cuestión, la posición general -aquella que defiende que es de justicia que a quienes más tienen, y más aún en tiempos difíciles, se les exija un esfuerzo adicional- me choca con la grillera sobre el asunto montada por el Gobierno. Quito el impuesto, lo tacho de inútil y falaz, y ahora por instrucciones electorales de Rubalcaba, mandamás en aquel Gobierno, lo recupera.

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Luego viene que para el uno afectará a tantos; para el otro, a menos; y para aquel, a muchos más. Y aunque nadie sabe ni siquiera los tramos, todos hacen cuentas de lechera sobre lo que van a sacar. Conclusión: que a uno le da que puede ser lo de siempre. Que será un nuevo impuesto sobre los que ya pagan los impuestos. Porque el problema es éste en el fondo, que los impuestos siempre los pagan los mismos y el nudo gordiano está en los que no los pagan y no hay manera de que lo hagan. O sea, los de verdad ricos y sus sicav.

Lo otro y que más me inquieta es lo de la Educación. No me gusta nada que haya recortes ahí. Nada de nada. Pero el pozo no da más agua y no puede empezarse con que todo es intocable. Porque en todo hay inversión imprescindible y necesaria y posibilidad de eliminar gastos bien superfluos o bien prescindibles cuando la necesidad aprieta.

La Educación en España es una verdadera catástrofe cuyo origen está en la LOGSE -que alumbró por cierto Rubalcaba, que también fue ministro de esto como de tantas cosas- y en tantos años donde se consagró la idea esencial del mínimo esfuerzo y se desterró la autoridad de la escuela y el principio de trabajo y tesón como claves de avance y superación. Nuestra Educación falla muchísimo en resultados y uno teme en ella cualquier constipado añadido.

Sin embargo, es ahora cuando los sindicatos se han puesto repentinamente en pie de guerra y -con cierta estética “indignada” y hasta trasvase de personal- se proponen una huelga continua y algaradas cotidianas. Y aquí empieza a hacer agua la reivindicación.

Porque lo que se les ha exigido, dentro de la ley que lo permite, es que suban su jornada lectiva dos horas. Y esa parece ser la madre del cordero de la protesta. Eso y que no se renueva el contrato un cierto número de interinos, un total de 1.700 en Madrid, aunque ellos hablan del doble.

Lo de que los profesores no quieran hacer dos horas más no tiene un pase en un país de cinco millones de parados, de sueldos precarios (los suyos no lo son, por encima de la media europea y de la OCDE) y largas vacaciones (un sindicalista me respondió que "solo tenían un mes" y se rieron hasta los cámaras).

Trabajan menos de la media OCDE, ganan más y, desde luego, tienen muchas mejores condiciones que tantos trabajadores y no digamos que tantos parados europeos. En plata: que al año trabajan -y son datos oficiales- 176 días, un diez por ciento menos que sus colegas de la UE y ganan un 20 por ciento más. Vamos, que les va a ser difícil convencer a la gente que es deslomarse echar dos horas más semanales dando clase y rebajándoles de otras actividades.

Pero sí veo muy defendible la cuestión del numero de profesores, aunque una vez más los datos dicen que tocan a menos alumnos que la media, porque eso puede, en efecto, aumentar seriamente la calidad. Ahí quizás es donde la Administración debiera sentarse a hablar y ver cómo minimizar esa rebaja todo lo posible. Aunque si uno lo piensa, en realidad los sindicatos están por hablar. ¿O estamos en otra cosa muy diferente?
ANTONIO PÉREZ HENARES
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