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La indecencia como norma

Es un tema manido –lo sé- pero resulta tan asquerosamente vergonzante el comportamiento de la clase política que no hay más remedio que volver una y otra vez sobre él. No es la primera vez que les escribo sobre ello, y lamento tener que repetirme; pero aún más lamento que muy seguramente no será la última vez.

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Ya no es que se coloquen amiguetes, sobrinos o hermanos porque sí. Ni siquiera que se acepten regalos o prebendas o bolsas de basura llenas de billetes. No, no se trata solo de la corrupción que hace mermar las arcas de la Administración para llenar las de unos cuantos -¿o no son solo unos cuantos?- sinvergüenzas.

Aunque debo reconocer que casos como el escándalo de los ERE de la Junta de Andalucía me tienen la náusea de forma permanente en el estómago. Díganme, si no, cuál es la sensación que les queda sabiendo que altos cargos de la Administración autonómica se han dedicado a aprobar despidos masivos de trabajadores y, de camino, han colocado a su gente –que, por lo que se ve, son tan incompetentes que no han encontrado más empleo que el de chupabotes- aunque no hubieran dado palo al agua en su triste vida.

Eso –el robo, el chanchullo, el dame aquí y yo te quito allá- ha existido siempre, existe y seguirá existiendo mientras no se reformen un buen puñado de leyes: empezando por la Ley Electoral, de forma que el pueblo pueda elegir libremente a quien se le antoje; continuando por el Código Penal, para que chorizo que se aproveche de su cargo o de los cargos de sus amigos y parientes vaya a la cárcel directamente y por un largo tiempo, además de ser desprovisto de toda propiedad hasta que se recupere lo robado, extorsionado o estafado. Y, sobre todo, hasta que no cambie la concepción de la vida que tiene nuestro amado pueblo español: haz lo menos posible, gana –como sea- lo más posible. O sea...

Mi queja de hoy, sépanlo, viene a cuento –otra vez- de comprobar cómo nos mienten, nos manipulan y nos engañan estos políticos nuestros –de todos los partidos- que se supone están para servirnos. Cito ejemplos.

Por supuesto, los ERE de la Junta. Camps, presidente de Valencia, chuleando de que va a ser el presidente más votado de Europa, cuando probablemente debería haber renunciado a volver a presentarse, aunque solo fuera por una cuestión de decencia.

Leire Pajín, musa de los antisistema, diciendo en un vídeo que rueda por Youtube que “el capitalismo es típicamente masculino” sin siquiera parpadear. Rajoy, aprobando entre dientes la candidatura de Camps.

Rubalcaba, bufando como un gato en medio de una jauría de perros, negando el caso Faisán mientras sale por la tangente una y otra vez. Mas, el catalán, amenazando con la historia de siempre: si Cataluña cae, caerá toda España. Todos ellos, consintiendo el vergonzoso espectáculo de pagar por traducir en el Senado.

Esta indecencia absoluta y sin cortes es, desgraciadamente, la norma general. Que no me digan que este partido o el otro es mejor que el de enfrente, el de su izquierda o el de su derecha, porque no es cierto. Lo mismo que la ausencia de valores educativos en masas cada vez mayores de chavales jóvenes está destruyendo el poco futuro que nos queda, la indecencia de la clase política terminará acabando con la democracia.

O con lo que aquí llamamos democracia. Que no es, por cierto, una democracia auténtica, sino una dictadura encubierta regentada por un señor llamado Estado.
MARIO J. HURTADO
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