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El cine de Manuel

Sometido a un permanente estado de sospecha (¿son buenas las películas nacionales? ¿están al servicio de una determinada ideología? ¿merecen los artistas nuestro cariño o es simplemente desprecio lo que necesitan?), lo que aún no ha perdido el cine español es su enorme capacidad de seducción, salvaje y sofisticada a la par. Es una maquinaria perfecta capaz de engatusar con su tintineo de lentejuelas al más incauto. Basta con observar la puesta en escena de los estrenos de relumbrón y, especialmente, el glamuroso envoltorio de la fiesta anual de la Academia del Cine.

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Manuel Camacho lo comprobó nada más pisar Madrid unas horas antes de la ceremonia de entrega de los premios Goya. Llegó con su pasaporte de candidato como actor revelación por su alabada actuación en la película Entrelobos, del director cordobés Gerardo Olivares.

Su grandullón “tutor” (Gerardo es ciertamente un tipo alto y corpulento, una especie de gigante afable) recorrió con él toda la alfombra roja. Ambos, siguiendo el protocolo, posaron con una amplia y satisfecha sonrisa ante un verdadero ejército de reporteros gráficos. Pero el pequeño Manuel, uno de los nominados más jóvenes de la noche y de la historia de estos premios, no se dejó intimidar por la descarga de flashes, ni por las curiosas preguntas (¿de dónde eres? ¿a quién vas a dedicar el Goya si lo ganas?).

Con tremendo desparpajo comentó al vuelo que no sería una tragedia no ser el elegido. “Hay un montón de artistas que son grandes sin tener una estatuilla”, resolvió ante el asombro y la complacencia de los periodistas. Primera lección superada. Y no sería la única esa noche.

- “Él sabe de dónde viene”, puntualizó Gerardo. “Tiene claro que lo primordial son los estudios, y lo que venga ya se verá”.

Manuel Camacho se aplica el cuento. El cine irrumpió de pronto en su vida, con su mareante bucle de ruedas de prensa, sesiones de fotos, campaña promocional, viajes, cada día en una ciudad diferente. Tenía 8 años cuando se inició el rodaje del filme en los preciosos y agrestes parajes de la sierra de Cardeña.

Ahora, ya con la cinta estrenada en toda España con excelentes resultados de taquilla, acaba de cumplir los 10. Es un chaval simpático y con una mirada limpia y expresiva que encandiló a los directores de reparto. Inmediatamente vieron una estrella en sus alegres y bulliciosos ojos. Pero, convenientemente aconsejado, todo eso no le ha arrebatado la noción de realidad. Es consciente de que una película no es la vida, aunque pueda cambiársela.

El negocio de sus padres, panaderos, lo fija al suelo. Sus dos hermanos (uno mayor y otro menor que él) y sus padres salieron con el tiempo justo para no faltar a la cita del Teatro Real. Pero no emprendieron el viaje, el mismo domingo de la pomposa ceremonia, hasta que no acabaron la faena en el horno. Y hasta que su madre también finiquitó sus obligaciones profesionales.

- “El cine, quién sabe, puede ser la vida de nuestro hijo”, comentaron al llegar al apartotel que les había reservado la organización en plena Plaza de España, a pocos metros del escenario de los Goya. “Pero no podemos perder de vista con qué nos ganamos el pan a diario”, repusieron.

Y lo que son las cosas. Esa noche la triunfadora fue Pan Negro, el estremecedor largometraje de Agustí Villalonga. Él y su equipo se llevaron la talega repleta de premios con 9 Goyas.

Pero a Manuel Camacho, el risueño crío de Villanueva de Córdoba, no se le descompuso el gesto ante el éxito ajeno, como les ha pasado a otros. Sabía que, aunque finalmente sin estatuilla, él también había formado parte de la crujiente “hornada” de aquella noche de emociones, lágrimas, alegrías. De desilusiones y chascos.

Al día siguiente, Manuel y Cati, con sus tres hijos vivarachos, regresaron al pueblo. A su cotidiana rutina fuera del alcance de los focos y las cámaras. El padre, a la tahona. A su escuela, el pequeño actor. Allí, sin necesidad de que medie claqueta ni argumento alguno, es un héroe para sus profesores, compañeros y amigos.

El Goya se fue para otra parte. Pero sus vecinos le están eternamente agradecidos a Manuel, porque, con eso de ser un actor debutante, consiguió un auténtico milagro para el pueblo. Le devolvió el cine.

Unos meses antes de la noche de los Goya una gran multitud de paisanos se dispuso a asistir al estreno de Entrelobos en Villanueva de Córdoba. Un acontecimiento sonado, de los que no se olvidan y se viven con intensidad. Con carácter de hito social.

Pero a mitad de la sesión, el viejo proyector, averiado, dejó de funcionar, lo que provocó el disgusto y el desengaño del público, que se quedó a medias. Aquello no podía quedar así.

De manera que a los pocos días, sacando el dinero de donde no lo hay, se adquirió una maquina nueva, para que nadie se quedase sin ver las aventuras del niño amigo de los lobos. Y así fue como el cine volvió a Villanueva. El cine de Manuel.
MANUEL BELLIDO MORA
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