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Soy un perro verde

Cuentan que un magnate petrolero ruso tuvo que hacer un viaje de urgencia a un pueblecito de la costa andaluza. Como fue un viaje inesperado, no tuvo tiempo de hacer reserva en ningún hotel de súperlujo, así que hubo de conformarse con presentarse en un hotel modesto, pero con buena pinta, y pedir la atención del director del hotel.

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- Buenos días. Necesito una habitación para esta noche y quiero la mejor que tenga disponible. Aquí tiene un billete de 500 euros, espero que sea suficiente –dijo el ruso.

- Por supuesto, señor. Permítame que avise al botones para que le acompañe. Las mejores habitaciones están en el cuarto piso. Estoy seguro de que se quedará con nosotros- respondió, con una sonrisa no falta de sinceridad, el director del hotel.

Mientras el magnate –que no mangante- se dirigía a examinar las habitaciones, el dire, convencido de las bondades del establecimiento, tomó los 500 napos e hizo una llamada inmediata al jefe de compras.

- Ramón, hemos tenido un pequeño golpe de suerte en medio de esta temporada tan mala. Haz el favor de coger estos 500 euros y pagarle al carnicero lo que le debemos de tres meses de compras.

- A sus órdenes, señor director –contesta solícito Ramón.

El carnicero flipa en colores cuando Ramón le entrega el binladen. Inmediatamente llama al agricultor que le vende el pienso para los animales para pagarle 500 euros que le debe porque la cosa está muy mala.

El agricultor, que compra pan a crédito, decide quitarse la trampa con el panadero, quien le hace al morao más fiestas que Rajoy a una manifestación. Ipso facto, llama a su amante para que ella, que se encarga de la logística, emplee los quinientos pavos como le parezca.

La querida se va a satisfacer la deuda ¿a que no adivinan dónde? Exacto, al hotel donde tiene su nidito de amor para escarceos extraoficiales con el panadero. Así que se presenta allí y le entrega al director –que lo sabe todo- el billete de 500 más viajado que Moratinos en la excursión del IMSERSO. El director lo recibe con sorpresa y alegría, pero en ese justo momento vuelve a bajar el ruso.

- Lo siento, señor director, pero ninguna de sus habitaciones me convence. Le ruego me devuelva mi dinero.

Contrariado, pero no tanto, el director devuelve el billetico al ruso, que se marcha a probar suerte en otro sitio. Fin de la historia. ¿Qué ha ocurrido aquí? Si se fijan, en todo el transcurso de la fábula, nadie ha vendido ni comprado nada. Sin embargo, el sistema ha quedado completamente limpio de deudas. Nadie debe nada a nadie.

Esta fábula –representación simplificada de la realidad- es recurso habitual cuando se trata de explicar las bondades del sistema financiero. Bondades que son, a pesar de los nuevos grandes gurús de la Economía -como el inexplicable Éric Cantona- tan evidentes que nadie se imagina un mundo sin bancos, sin dinero o sin tarjetas de crédito.

Achacar toda la culpa de la crisis financiera internacional y, por ende, de la crisis real de la economía española al sistema financiero y a los bancos es, cuando menos, muy arriesgado. Lo he mencionado aquí y en otros sitios, e insisto en ello.

Cierto es que muchas entidades han sucumbido a prácticas de gestión calificables, como mínimo, de "ineficientes" -como máximo, de "negligentes"-. Pero eso no convierte a los bancos, a pesar de lo que diga Cantona en su mensaje populista y absurdo, en los culpables de la situación.

El albañil de Olot que consiguió ayer las portadas –y hasta el editorial de mi buen amigo Eduardo Maestre- cargándose con una escopeta de caza a un constructor y a varios empleados de banca, corre el peligro de convertirse en el símbolo de la justicia impuesta por el pueblo, algo así como la Toma de la Bastilla de los sufridos hipotecados españoles.

¿Pueden imaginarse qué ocurriría si todos hacemos caso al oportunista matón de barrio Éric Cantona? Todos sacamos nuestro dinero de los bancos y lo guardamos en casa, bajo el colchón –una inmensa alegría y motivación para los amigos de lo ajeno salteadores de casas-. Y el sistema se va, literalmente, al carajo. No sólo los bancos y los banqueros. Todos nos vamos al mismo infierno, porque lo mismo que el cuerpo humano no funciona si la sangre no circula, el sistema económico –ningún sistema económico- funciona si el dinero no circula.

Por otra parte, se me antoja que en esto de echar la culpa a los bancos ocurre como en el fútbol. Viva la selección, viva el entrenador. Cuando pierdan un campeonato, todos diremos: menudos flojos, menudos maletas, qué mierda de selección y de entrenador.

Antes todos íbamos al banco porque regalaban el dinero y podíamos tener casa, DVD, aire acondicionado en el cuarto de baño, BMW y vacaciones en Navidad, Semana Santa, Rocío y verano. Qué buenos eran los bancos. Ahora, son unos cabrones, y los culpables de todo, porque entonces me tenían que haber dicho "no podemos darte el crédito porque no sabemos si vas a poder pagarlo". ¡Ja! A ver quién era el guapo que no te daba la hipoteca cubriendo el 120 por ciento de los gastos. Y después de leer esto, no me digan que no soy un perro verde.
MARIO J. HURTADO
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