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El dibujo de la familia: los miedos

Uno de los temas por el que siento gran pasión, ya que llevo décadas investigando en él, es el del significado del dibujo de los niños. Es la razón por la que, hace ya años, hice mi tesis doctoral sobre esta temática, al tiempo que he publicado libros y numerosos artículos, aparte de haber dirigido varias tesis doctorales en las que se utilizaba el dibujo como instrumento de investigación.

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Y dentro de este ámbito, un tema que adquiere especial significado es el dibujo de la familia visto por los propios niños. Sobre ello he acabado un libro que verá pronto la luz y del que me siento especialmente contento, ya que es un campo bastante inédito en nuestro país.

A través de los dibujos de niños y niñas, de cuatro a catorce años, podemos conocer el desarrollo de sus sentimientos, sean positivos (cariño, identificación, humor, sentido de pertenencia…) o negativos (complejos, celos, miedos, agresividad, separaciones…), que, a fin de cuentas, son la base de los sentimientos y emociones que tenemos los adultos.

Antes de comenzar, personalmente no tenía muy claro si este tipo de artículos encajaban en Montilla Digital, pero al comentarlo con amigos y colaboradores me indicaron que posiblemente les interesara a los padres, a los docentes o a cualquiera que tuviera inquietud en saber cómo se han gestado los sentimientos que configuran su personalidad.

Si compruebo que pueden ser de interés de los lectores del diario, iré publicándolos e intercalándolos con otras temáticas para no reiterarme mucho. Y como prueba, voy a comenzar con el tema de “los miedos” que se gestan dentro de la familia.

Para algunos puede resultar un tanto sorprendente que el miedo sea un sentimiento que se pueda estudiar dentro de la familia; sin embargo, hay que reconocer que se dan casos en los que el temor preside las relaciones familiares.

Por otro lado, dentro de los sentimientos negativos del ser humano, quizás sea el miedo el más fácil de comprender, puesto que se expresa de manera muy temprana. Es la emoción más estudiada por los psicólogos de la infancia, ya que se la considera el origen y la matriz de otras vivencias negativas futuras, como pueden ser la ansiedad, la ira, la vergüenza, la culpa, la depresión, etc.

De todos modos, y aunque pasa por ser una emoción negativa, hay que tener en cuenta que en el individuo, al igual que en otras especies animales, el miedo posee una función de adaptación, ya que evita comportamientos peligrosos. Así, cuando la madre avisa al pequeño, con expresiones admirativas de alerta y gestos de temor de un determinado peligro, el niño empieza a asimilar y adecuar sus miedos innatos a ciertos peligros que debe aprender para evitar los consiguientes daños. Sin embargo, cuando traspasa los límites de utilidad y prevención defensiva puede convertirse en una emoción negativa para el sujeto, con respuestas y conductas emocionales que pueden llegar a patológicas.

La mayoría de los autores sostienen que los dos miedos primigenios responden a la falta de apoyo que pueda sentir el bebé y a los ruidos intensos. Estas dos expresiones pronto se amplían a otras causas como son el miedo al daño físico, miedo a la separación, miedo a criaturas imaginarias, miedo a los animales, miedo a ser diferente, etcétera.

En el proceso de crecimiento del ser humano van apareciendo otros miedos que no aparecían en edades inferiores, por lo que hay que considerar que las causas de los temores se van ampliando a medida que se crece, al tiempo que aprendemos, con mayor o menor fortuna, a controlarlos.

Quisiera apuntar que el psicólogo infantil Arthur T. Jersild propone una escala evolutiva de los diferentes miedos, dependiendo de las edades: de 0 a 18 meses, miedo a la oscuridad, a los extraños, a la soledad, a los ruidos y a la falta de apoyo; de 18 a 3 años, a la separación, a la deserción, al abandono y a los movimientos súbitos; de 3 a 5 años, a los animales, a las criaturas imaginarias y al daño físico; de 6 a 11 años, miedo al fracaso (escolar), al ridículo, a la enfermedad, a la desfiguración, a la pérdida de fortuna y a la muerte; y de 12 a 17 años, miedo a ser diferente física, social e intelectualmente, es decir, miedo a quedar mal.

Es interesante comprobar que antes de los 3 años surge un miedo que, con mayor o menor intensidad, acompañará siempre al ser humano: el miedo a la separación y al abandono. Esto traducido al mundo del adulto se le denomina miedo a la soledad, es decir, sentir la sensación profunda de que no se pertenece a ningún grupo o comunidad.

Ante lo expuesto, comprobamos que los tipos de miedos en la persona son muy amplios. Sin embargo, sabemos diferenciar a las que responden a los miedos con cierto control de los mismos de aquellas otras de carácter miedoso, en el sentido de que le invaden con frecuencia o viven constantemente sometidas a temores.

Ciertamente, a medida que los niños crecen van configurando los rasgos de su personalidad, por lo que podemos ver que unos son más miedosos que otros, y que responden con mayor inseguridad a elementos que le suscitan temores. Las razones de estas diferencias podemos encontrarlas en el temperamento, en la educación y por el tipo de experiencias que hayan vivenciado.

En un desarrollo emocional equilibrado, los miedos tienden a controlarse, de manera que no acaban desbordando al individuo; sin embargo, hay miedos que ya no son razonables a ciertas edades, con lo que pueden convertirse en factores paralizantes de la vida, sobrepasando a la persona y entrando en factores de índole patológicos.

Una vez que he realizado la exposición, ciertamente breve, del nacimiento de los miedos en las personas, quisiera presentaros algunos trabajos de escolares de distintas edades en los que manifestaban a través de sus dibujos distintos tipos de temores que se gestaban en el seno de la propia familia.

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En el primer dibujo, correspondiente a un niño de 4 años, encontraremos los elementos que explican los temores que el pequeño tenía. Como vemos, las cuatro figuras carecen de pies, pero, dado que estamos en los comienzos del dibujo figurativo, se deduce que los rectángulos que traza debajo de los círculos representan tanto las piernas como los pies al mismo tiempo. Sin embargo, la situación es diferente para las rayitas de las bocas, ya que son esenciales para definir los rostros. De este modo, llama la atención que a la figura del padre no le trazara la boca, ya que a los otros tres miembros sí lo hacía.

Charlando amigablemente con él, llegué a la conclusión de que su padre, en ocasiones, le daba voces y gritos que a él no le gustaban y que le provocaba miedo cuando lo hacía. Esto explica también que a la figura que le representa a él mismo no le haya dibujado orejas, como deseando no oír los gritos de su padre. Por otro lado, el trazado intenso de los ojos en la figura paterna se deriva de que lo miraba fijamente cuando le reñía y le producía miedo.

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En el segundo dibujo, correspondiente a un niño de 7 años, encontramos una escena de la familia en la que aparece la casa con un significado totalmente diferente al de los casos habituales, puesto que normalmente representa el hogar, símbolo de protección y de afecto. El autor de este trabajo, un niño tímido y temeroso, plasmó a sus padres en el exterior, y a él y a su hermana dentro, de manera que se les puede ver a través de la ventana, con cierta semejanza a la de una cárcel.

Un rasgo que llama la atención es que a sus padres les ha dibujado la boca abierta, viéndoseles los dientes. Esto es signo de agresividad verbal, lo que traducido al caso de este niño, resulta que eran víctimas de gritos y castigos constantes por parte de sus padres. Por otro lado, en ocasiones, les dejaban a él y a su hermana menor solos en la casa, lo que para ellos significaba encierro y miedo a encontrarse aislados.

Son muchos los dibujos que tengo recogidos sobre el tema de los miedos infantiles, pero, para cerrar este tema, quisiera traer dos bastante curiosos realizado por hermanos gemelos de 10 años.

Habitualmente, los hermanos mellizos o gemelos suelen tener bastante buena conexión entre ellos, puesto que han nacido y se han desarrollado juntos. Esto es algo que todos conocemos, y por mi parte puedo confirmarlo por los trabajos de investigación que he llevado a cabo. Sin embargo, me he encontrado con casos que contradice este planteamiento general.

Os traigo aquí un caso bastante inusual: los dibujos de dos hermanos gemelos, uno de los cuales tenía verdadero pánico al otro.

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Este hecho no era claramente conocido por sus padres: sabían que uno tenía más carácter que el otro, pero no llegaban a saber la situación que se daba en ambos. Tampoco sus profesores, ya que estaban en distintas aulas del mismo curso. La cuestión emergió cuando, en la hora de Plástica, a todos los chicos de las clases en las que ellos estaban se les pidió que en esa ocasión iban a trabajar el tema de la familia.

Cuando tuve los dibujos de la primera clase, me llamó la atención el que os presento. Como podemos ver en él, su autor se dibuja en el centro de la lámina, como signo de protagonismo, al tiempo que mira amenazante a su hermano. Este, como puede comprobarse, aparece con cara de estar verdaderamente asustado ante la presencia de su hermano gemelo. Esto me creó cierta expectación ante la respuesta gráfica de su hermano.

De este modo, cuando recogí los dibujos del segundo aula, miré detenidamente el dibujo del alumno que me interesaba especialmente. La sorpresa fue que no dibujaba a su hermano (expresión de su rechazo), que él se ubicaba en un extremo, con los brazos pegados al cuerpo (signo de timidez) y cercano únicamente a su madre. Comprobé que en ambos había una relación de dominio y sometimiento, de intimidación y temor.

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En este caso, no quise quedarme exclusivamente con el estudio de sus trabajos. Me puse en contacto con sus padres para mostrarles los dibujos con el fin de que estuvieran atentos a lo que acontecía entre sus hijos, pues, como les expliqué, uno de ellos atemorizaba abiertamente al otro. Me lo agradecieron.

Posdata: amigos lectores, desconozco si este es un tema de interés para las páginas de Montilla Digital. Si no lo fuera, no tendría inconveniente en continuar con la línea que he llevado y tratar otros que no fueran tan, digamos, serios o formales.

AURELIANO SÁINZ
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