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JUNTA DE ANDALUCÍA - Consejería de Desarrollo Educativo y Formación Profesional

XXV CATA DE MORILES - DEL 21 AL 23 DE OCTUBRE DE 2023

Mostrando entradas con la etiqueta La vida empieza hoy [José Antonio Hernández]. Mostrar todas las entradas
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22 de septiembre de 2023

  • 22.9.23
Ignoro si, como repiten los humoristas, es más fácil hacer llorar que hacer reír, pero sí me atrevo a afirmar que, para que un texto oral o escrito sea literario no es suficiente con que provoque la risa. Recordaría algunas obras clásicas como, por ejemplo, Gargantúa y Pantagruel, de Rabelais, una parodia contra el dogmatismo, o El Quijote que, como es sabido, es una caricatura de las historias de los libros de caballerías.


En sus relatos orales y escritos –que también son denuncias amables de la seriedad postiza y solemne– Rosario nos muestra su habilidad para usar los procedimientos literarios aplicados por los autores citados y, también, por escritores ingleses durante el siglo XVII, franceses y alemanes durante el XVIII y XIX, y españoles durante el siglo XX.

Yayo, al tratar los asuntos en clave de humor, los desdramatiza y nos descubre la irracionalidad, la vaciedad o la frivolidad de algunos de nuestros comportamientos convencionales actuales que, aunque parecen que son serios, a veces son hábitos sin importancia o costumbres vacías de significados.

Sus relatos, en apariencias frívolos, poseen un notable poder social y una importante lucidez desmitificadora porque empequeñecen el volumen de los episodios, desinflan las hinchazones de algunos personajes y restablecen las dimensiones reales de sucesos banales que, ingenuamente, juzgábamos como trascendentales.

Sus críticas, sus comparaciones, sus ironías, sus paradojas, sus hipérboles y sus caricaturas son unos espejos en los que se reflejan nuestros rostros y nuestros gestos, nuestras aspiraciones y nuestras frustraciones, y, además de hacernos reír, nos descubren la realidad elemental y profunda de los comportamientos delirantes de algunas personas que nos creemos serias y respetables y que, en el fondo, son meras apariencias.

Sus ocurrentes relatos, aparentemente ingenuos y a veces protagonizados por nosotros mismos, nos enfrentan con episodios cotidianos que, además de reír nos hacen pensar porque nos descubren la importancia y la eficacia estética del humorismo.

Es posible que sus destrezas pedagógicas como profesora de contabilidad, esa ciencia y ese arte para “contar” las ganancias y las pérdidas, sea una de las claves de la agudeza de su mirada para descubrir y para explicar las contradicciones de nuestros comportamientos cotidianos.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO

15 de septiembre de 2023

  • 15.9.23
La proyección espacial y temporal de sus mensajes, la originalidad de sus propuestas literarias y la permanente vigencia de los asuntos que aborda en sus textos literarios y en sus comentarios periodísticos me inclinan a pensar que Adelaida es escritora precisamente por la sencillez –clásica y actual– de sus diferentes lenguajes. En ellos nos proporciona una personal concepción de la vida humana, una filosofía apoyada en principios, en valores y en pautas de comportamientos individuales, familiares y sociales.


Sus dibujos de los tiempos, de los espacios y de los amores, del trabajo, el ocio y de la fiesta nos proporcionan unas razones sólidas para evaluar sus obras como originales y, al mismo tiempo, como de ayer, de hoy y de mañana. La elegancia de los trazos, la profundidad humana y originalidad del estilo reflejan, a mi juicio, una concepción de la literatura y, por lo tanto, de la vida humana clásica y actual.

Sus historias, situadas en cualquier rincón de nuestras ciudades y pueblos, poseen una validez universal por sus contenidos vivenciales y humanos, porque explican cómo se nutren nuestras raíces y cómo se cultivan, florecen y dan frutos nuestras experiencias humanas. Sus propuestas son creativas a partir de los rasgos de nuestra cultura.

Fíjense, por ejemplo, cómo la casa, el patinillo, la cocina, la tienda de planchado, el despacho del zapatero, son lugares en los que los personajes y los lectores –usted y yo– respiramos una atmósfera que ensancha nuestros pulmones corporales y espirituales. A mi juicio este es un de los criterios que definen la calidad “humana” de la literatura.

No se trata de hacer fotografías con una buena cámara polaroid sino unos dibujos que, con dos o tres trazos, describan y sugieran los diferentes perfiles humanos de los seres con los que convivimos porque, a mi juicio, esos son los rasgos que nos definen nuestra humanidad y nuestra creatividad.

En esta ocasión he decidido referirme a la escritura de Adelaida porque, desde mi perspectiva es la actividad que mejor retrata su perfil humano, su manera de vivir y de convivir, de hablar y de comunicarse, de trabajar, de colaborar, de celebrar y de concelebrar.

Tras los análisis de sus textos he llegado la conclusión de que su perfil biográfico es una historia fantástica cargada de razones, de imaginaciones y de emociones. Su penetración psicológica en el interior de los personajes pone de manifiesto sus vivencias personales y, en cierta medida, se refieren también a cada uno de nosotros, sus lectores.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO

8 de septiembre de 2023

  • 8.9.23
Como con su sencillez él mismo me confiesa, Alfonso escribe –nos escribe– para invitarnos amablemente a convivir con personajes que, alejados en el tiempo, descubren unas actitudes y unas conductas cuyas raíces están presentes también en nuestros comportamientos de aquí y de ahora. Su manera interesante de contarnos nuestras formas humanas e inhumanas de ser nos revela lo que, quizás, esté oculto en nuestro interior: en nuestras entrañas y en nuestros espíritus.


En mi opinión, su calidad literaria reside en que explica con claridad nuestra naturaleza híbrida, en la habilidad con la que narra lo que sentimos en nuestros cuerpos y lo que experimentamos en nuestros espíritus, y en el tino con el que apunta a esa realidad que nos rodea alcanzando el nivel mágico de la alegoría y de la metáfora.

La manera tan “realista” y, en ocasiones, tan “naturalista” de la que Alfonso relata esos episodios dolorosos nos muestra cómo la literatura no es el reino de los espíritus puros sino que, por el contrario, se sitúa en ese espacio intermedio, en ese universo confuso, en el que se mezclan las luces y las sombras, en esa región indefinida en la que pugnan el amor y el odio, la realidad y la fantasía, el recuerdo y el sueño, donde se combinan, a veces de manera turbulenta, las ideas y la sangre, la voluntad consciente y los ciegos impulsos.

Sus relatos, que se extienden durante todo el siglo veinte y lo que llevamos del veintiuno, nos cuentan unos hechos que ponen de manifiesto unos comportamientos dolorosos que, como la pobreza, la emigración, el machismo, aún siguen sin resolverse de manera satisfactoria, y, también, la fuerza irresistible del amor y la insondable profundidad de las raíces familiares.

Como sabemos, la Literatura es ese cauce anchuroso y zigzagueante por el que discurren unas historias que, a pesar de que son ficticias, ajenas y lejanas, despiertan nuestro interés y mantienen nuestra atención porque plantean problemas y ofrecen soluciones a las cuestiones cotidianas que nos preocupan a los lectores: porque descubren y describen los impulsos y los frenos que explican nuestras trayectorias vitales.

Los asuntos de sus novelas identifican nuestras maneras ocultas o patentes de desear o de temer, de amar o de odiar, de disfrutar o de sufrir y nos muestran cómo una palabra, un gesto o una actitud poseen capacidad para alimentar toda una vida y, también, para destrozarla.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO

1 de septiembre de 2023

  • 1.9.23
A pesar de valorar muy positivamente la elevada calidad literaria de Mi hijo del alma, obra de Juan Ramírez Domínguez, opino que sería una frivolidad no aprovechar estas breves líneas para destacar las diversas dimensiones humanas –psicológicas, morales y sociales– de este testimonio de sufrimiento, de este procedimiento terapéutico para suavizar el impacto mortal de la pérdida de un hijo, de ese hachazo que supera todas las posibles heridas en el cuerpo y en el espíritu, de ese hecho dramático que cambia el trayecto de toda la existencia humana.


Es cierto que el fallecimiento de un hijo altera las dimensiones y los valores de todos los objetos y episodios de la vida, pero también debemos de reconocer que estas nuevas dimensiones son las más reales, las más verdaderas y las más lúcidas porque muestran las vibraciones más íntimas de las entrañas.

Como explica lúcidamente Luisa Niebla en su acertado y preciso prólogo, Juan Ramírez Domínguez nos descubre su exquisita sensibilidad haciendo patente el legado de amor absoluto hacia “su hijo del alma”. Estoy de acuerdo con él en que las heridas del alma nunca llegan a cicatrizar totalmente porque todas son infinitas y algunas eternas.

Sin embargo, con la ingenuidad de quien desea cándidamente suavizar este dolor inconsolable, me permito sugerir algunas vías para extraer fértiles semillas que, cultivadas pacientemente, ayuden a soportar la agresividad de esa llaga incurable.

Ingenuamente se me ocurre invitar a los lectores para que descubran cómo –desgraciadamente– la siembra de estos jardines literarios y el cultivo estas reflexiones profundas, además de hacer presente al ser más querido, proporcionan una ayuda impagable para quienes hayan sufrido está “irreparable pérdida” o las de otros seres queridos. La consideración de la importancia absoluta de las vidas de nuestros hijos nos descubre el escaso valor que, a veces, concedemos a las personas con las que convivimos y conmorimos.

Por eso –querido amigo Juan– te agradezco tus palabras tan claras, profundas y bellas. Menos mal que, como tú mismo afirmas “Mientras alguien te eche de menos no habrás muerto”. Por eso seguiré tu amable y oportuno consejo para que revivamos una y otra vez nuestras mejores experiencias con nuestros seres más queridos porque “Recordar / mueve un torrente / de vida por las venas, / recupera y ata / las emociones fuertes / y los sentimientos puros / que se quedaron para siempre".

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO

25 de agosto de 2023

  • 25.8.23
Uno de los rasgos caracterizadores del perfil intelectual de Juan Manuel Díaz González es su permanente interés por relacionar valores estéticos, éticos y sociales. Sus aportaciones ponderadas sobre cuestiones de actualidad están apoyadas en su profunda convicción de que los procedimientos estéticos y los recursos literarios de las diferentes culturas creadas por los hombres son plenamente válidos cuando están apoyados en unos principios éticos adecuados a su dignidad humana.


Es ahí donde nace su interés por las Ciencias Humanas y su permanente y explícito afán por conocer, jerarquizar y de difundir los valores que dignifican a los seres humanos que, guiados por unos deseos de autorrealización y de perfeccionamiento, aspiran noblemente a las metas de la armonía, de la justicia, de la paz y de la fraternidad.

Su preocupación por colaborar en la supervivencia de un humanismo actual nos orienta y nos estimula para que nos decidamos a abordar los temas que relacionan la literatura con las cuestiones palpitantes de las ciencias humanas. Sus análisis de textos señalan caminos por los que, además de transitar para seguir mejorando nuestros ejercicios de lectura y de escritura sobre obras literarias y sobre comportamientos humanos individuales y colectivos nos pueden servir para trazar puentes entre visiones plurales de la vida actual.

En mi opinión, estos rasgos nos resultan más valiosos precisamente por la sobriedad con las que los traza, por la discreción con la que nos muestra esas propuestas, con el tacto y el gusto –el tacto cordial y el gusto estético– con los que nos muestra sus opiniones. Y es que Juan Manuel cultiva las palabras y los silencios sabe bien que la palabra germina en el silencio, que éste no es un desierto árido, sino una tierra fecunda de donde él extrae la savia que hace florecer las sensaciones, los sentimientos y las ideas.

Por eso busca principios sólidos y, por eso, es flexible en la aplicación de criterios, por eso él lee y relee los libros y la vida con la intención de interpretar las claves de los episodios que nos inquietan, nos interpelan y nos estimulan.

Estas son las claves que, a mi juicio, Juan Manuel aplica para respirar el aire libre del pensamiento y para sumergirse en el mar abierto de la fantasía: para lograr que las palabras sean fecundas simientes que, iluminando las cuestiones de actualidad, penetren en nuestras entrañas, germinen y, allí, produzcan frutos sabrosos, gratos y provechosos.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO

18 de agosto de 2023

  • 18.8.23
Con su amabilidad, delicadeza y, sobre todo, con su generosidad, Agustín Fernández Reyes nos invita a que, tras contemplarlos, nos sorprendamos, admiremos y disfrutemos con los misterios y con la belleza de la naturaleza. Sus escritos nos muestran que el asombro ante su la grandeza nos impulsa para que salgamos de nosotros mismos y para que nos dejemos cautivar por los misterios de las realidades naturales.


Nos explica cómo, para "admirar" no es suficiente con que "miremos", sino que necesitamos “aprender a mirar", a prestar atención a nuestros latidos y a los ecos que, en nuestras entrañas, producen los espectáculos de la naturaleza.

Aristóteles decía que la filosofía nació de la admiración tras advertir que los comportamientos de los seres naturales tienen sentidos, que la naturaleza es admirable porque no es un caos, sino un cosmos, es decir, un conjunto ordenado de seres que siguen unas leyes racionales.

Agustín, con su mirada aguda y amable, nos desvela los enigmas de la vida natural y el fondo del misterio que encierran los comportamientos de los seres naturales, sobre todo, de los animales. Tengamos en cuenta que él es veterinario, un profesional ocupado de las vidas, de la salud y del bienestar de los animales, y, por lo tanto, de sus relaciones con el resto de la naturaleza y especialmente con los seres humanos.

En mi opinión, el éxito de sus textos narrativos radica en la fuerza con la que despierta nuestro interés y mantiene nuestra atención estimulando, nuestra la curiosidad y dándonos a entender que los animales reflejan nuestros comportamientos. Él sabe muy bien que ahí reside el interés que nos avivan los relatos de las fábulas y de las leyendas inspiradas en textos bíblicos, mitológicos y literarios de las diferentes épocas.

La experiencia nos dice que la narración del comportamiento de los animales nos descubre el alma de los hombres y de las mujeres e, incluso, el espíritu de las cosas porque ejerce un intenso poder para transformarnos, porque nos conmueve y porque, además, nos hace reflexionar y actuar.

La historia de la literatura nos confirma que los relatos sobre animales están presentes en todas las corrientes como, por ejemplo, el caballo que acompañó a Don Quijote, “aquel rocín que ni el Bucéfalo de Alejandro ni el Babieca del Cid lo igualaban”.

Y por supuesto, no tenemos más remedio que acordarnos del burro más popular de la literatura española, Platero, el protagonista del libro de Juan Ramón Jiménez. Agustín nos explica cómo la literatura cumple la función de humanizar la naturaleza haciendo que todos sus seres nos hablen a nosotros y sobre nosotros.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO

11 de agosto de 2023

  • 11.8.23
Los que lean la afirmación que tantas veces he repetido que María Luisa Niebla es una excelente lectora, juzgarán con razón que me he limitado a proclamar una solemne obviedad ya que sus familiares, sus vecinos, sus colegas, sus alumnos y sus amigos conocen su afición –su obsesión dicen algunos– por leer y por releer los textos de los diferentes géneros literarios.


Abrigo, sin embargo, la íntima confianza de que serán muchos los que hayan advertido que, con esta descripción tan simplificadora, me estoy refiriendo a un conjunto amplio de cualidades que definen su perfil intelectual y a una serie de actitudes que dibujan su imagen humana.

Tengo la impresión de que esa devoción por descifrar los mensajes de los textos escritos sobre el papel, sobre el paisaje y, en especial, sobre los rostros de todas las personas a las que ella trata, es su forma peculiar de añadirles profundidad y misterio, es su manera de interpretar los acontecimientos y de sacar un mayor partido a la vida: es su medio de ensanchar y de multiplicar la existencia.

Ahí reside la clave de su habilidad para comprender y para explicar los episodios cotidianos, y su destreza para estimularnos a experimentar otras cosas, a animarnos para que mejoremos como seres humanos ampliando nuestros espacios de libertad y explorando todos los recovecos de la vida: del amor, del miedo, de la infancia, de la amistad, de la enfermedad, de la muerte o del placer.

No es extraño, por lo tanto, que en ocasiones le hayamos escuchado afirmar que la lectura constituye para ella una práctica terapéutica que le ayuda a reconciliarse consigo misma: por eso –afirma– nos empuja, amigablemente, a que luchemos para no ser presas prematuras de una muerte inevitable.

A los compañeros que, admirados, me han preguntado por los resortes que esta mujer sensible, fuerte, discreta y sobria, utiliza para conservar su contenida lucidez en los momentos de dolor o de alegría, me he atrevido a aventurar que, posiblemente, su hábito de lectura le ayuda a sentir la realidad actual y a desentrañar su misterio interno.

Este hábito –además, por supuesto, del fervor que profesa por sus hijos Ana e Isidro, y por todos sus alumnas y alumnos– es, a mi juicio, uno de los soportes en los que ella se apoya para, en vez de limitarse simplemente a transitar por la vida, examinarla, saborearla, digerirla y vivirla.

La lectura constituye para Luisa una ventana privilegiada para descubrir nuevos mundos, para relacionarse con personas insólitas con las que, unas veces se identifica o con las que otras veces, por el contrario, discrepa.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO

4 de agosto de 2023

  • 4.8.23
Además de por su sencillez, por su laboriosidad y por su vitalismo, la profesora Asunción León-Salas Rabadán me llama la atención por el esmero con el que crea una atmósfera de mutuo respeto y genera un clima de amistad entre sus compañeras y alumnas. Paciente y amable, mide sus gestos con primor y, con sus actitudes atentas y serviciales, nos demuestra que es posible mantener el orden haciendo grato el aprendizaje y generando un clima de confianza.


Profundamente creyente, se entrega a su trabajo y disfruta con una sorprendente generosidad imaginativa. Sin necesidad de los escaparates ni de las vitrinas, es una conversadora amena capaz de transmitir una brisa reparadora que sorprende por su nueva forma de explicar Lengua y Literatura contagiando a sus alumnas el entusiasmo, la laboriosidad y la creatividad.

Me llama atención la facilidad con la que relaciona la Lengua y la Literatura con la vida, y la habilidad con la que muestra la vigencia de valores estéticos acreditados y la necesidad de enriquecer los lenguajes humanos y las obras literarias de acuerdo con nuestra dignidad. Quizás lo más sorprendente sea su destreza para tratar los temas literarios relacionándolos con las cuestiones más palpitantes de las ciencias humanas, de los hábitos sociales y de los comportamientos morales.

Asunción concibe y practica –vive– la enseñanza como un ejercicio servicial y concibe sus clases como lugares de la comprensión, como espacios de diálogo y como cauces de comunicación. Para ella, más que transmisión de información, la docencia es una manera de contagiar valores.

Por eso cuida tanto las frases de aliento y los mensajes de esperanza orientados e impulsados por una concepción de la vida humana inspirada en bienes trascendentes. Sus maneras de ver, de articular, de analizar y de interpretar la literatura son estimulantes invitaciones para el diálogo con los valores estéticos y éticos más nobles y adecuados a nuestra dignidad.

Su labor docente se asienta en el afán explícito de conocer, de jerarquizar, de explicar y de difundir los servicios que dignifican a esos seres humanos que, guiados por unos deseos de autorrealización y de perfeccionamiento, aspiran noblemente a las metas de la armonía, de la justicia, de la paz y de la fraternidad.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO

28 de julio de 2023

  • 28.7.23
De igual manera que algunos de nosotros elegimos los tiempos oportunos y los lugares privilegiados para leer, abundan los escritores que prefieren sus momentos y sus espacios favoritos para elaborar sus composiciones. En mi opinión, esta decisión es acertada porque, como es sabido, las palabras, no solo resuenan de maneras diferentes en cada una de las situaciones y en los distintos escenarios, sino que, a veces, se llenan de nuevos significados.


En Filosofía en el jardín. La naturaleza como invitación al pensamiento y a la escritura (Barcelona. Ariel. 2023), el filósofo Damon Young nos proporciona unos análisis oportunos, claros y, al mismo tiempo, profundos, de las razones determinantes por las que algunos escritores tan influyentes en la actualidad como Jane Austen, Marcel Proust, Leonard Woolf Friedrich Nietzsche, Colette o Jean-Jacques Rouseau y Jean-Paul Sartre eligieron el jardín como el lugar favorable –para algunos indispensable– para escribir de una manera original, interesante y bella.

En su luminosa introducción, Damon Young nos explica cómo el jardín no es un simple retiro, sino también una fuente de ejercicios psicofísicos que generan permanentes estímulos para que, creando y recreándonos, conjuguemos (“fusionemos”) dos principios filosóficos fundamentales para la escritura: el jardín es la imagen más elocuente de la manera que los escritores, poniendo límites a la naturaleza, la transforman en creaciones humanas.

Explica con claridad cómo el jardín es una fusión armoniosa, una conjunción equilibrada que hace realidad que realidades naturales pasen a ser obras artísticas. Recuerda cómo Aristóteles reconocía que los seres humanos somos unas criaturas corpóreas cuyas ideas se inspiran y se expresan “físicamente” dotándolas de forma orgánicas como las de las plantas e, incluso, sólidas como las de las piedras.

Esta riqueza intelectual y sensorial es el motivo por el que los jardines aún poseen cierto aire de sacralidad. A Jane Austen, por ejemplo, los paseos cotidianos por el jardín, sus sonidos y sus silencios eran el entorno que facilitaba su vida interior y el trabajo de la imaginación. Para Proust, la presencia de aquellos tres bonsáis, unos “pobres arbolillos japoneses horrendos”, fueron estímulos fundamentales para su peculiar visión de la vida y del arte.

El motivo por el que Leonard Woolf luchó por un jardín conflictivo y, al mismo tiempo amado, era trabajar y luchar por una vida más clara, más sensata y más honesta, y una manera de enfrentarse a la ambivalencia de la existencia humana. Nietzsche declara que su edificio ideal había de tener claustros desde los que se estuviera cerca de las piedras, de las flores y de los árboles que lo acercaran a sí mismo.

Está claro que, para sobrevivir, debemos cultivar las patatas, el trigo y las coles, pero a condición de que también reservemos un espacio y un tiempo para sembrar flores olorosas y bellas, y, por supuesto, para crear y recrearnos con la poesía.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO

21 de julio de 2023

  • 21.7.23
La reflexión sobre los principios, los criterios y las pautas de nuestros comportamientos humanos, una constante desde la Antigüedad, constituye en la actualidad uno de los asuntos de preocupación para los estudiosos y para los ciudadanos que necesitamos y exigimos unas reglas de juego que nos amparen, que nos defiendan de abusos y que hagan posible la convivencia en paz y la colaboración solidaria para lograr el bienestar necesario.


En mi opinión, La invención del bien y del mal. Una nueva historia de la humanidad (Barcelona, Paidós, 2023), una obra elaborada por Hanno Sauer, profesor de Ética en la universidad de Utrecht en los Países Bajos, un pensador audaz y claro, nos aporta valiosas ideas que, situadas en el contexto de la historia, “desde la aparición de la cooperación humana hace cinco millones de años hasta las recientes crisis de polarización moral”, nos ayudan a explicar los problemas más graves de la moral actual.

Su decisión de elaborar esta dilatada historia parte de la convicción de que el conocimiento es indispensable para diagnosticar la crisis moral que sufrimos actualmente. Esta “historia de la moral” –no de la “filosofía moral”– analiza los comportamientos individuales, familiares y sociales partiendo de la constatación de los problemas generados por las desigualdades económicas, sociales y políticas que siguen sin resolverse.

Empieza su recorrido de las transformaciones morales en nuestros antepasados más antiguos aún no humanos y llega a los conflictos más recientes librados a través de Internet. Parte del hecho de que la evolución de nuestra moral nos hizo capaces de generar colaboraciones mutuamente provechosas, pero nos advierte cómo también limitó su alcance a los que pertenecían a los respectivos grupos que, posteriormente, se fueron ampliando en círculos más complejos. También explica cómo la evolución de los genes y de la cultura nos fueron obligando a aprender de los demás y a compartir unos valores comunes.

Estoy de acuerdo en que, gracias a la naturaleza de nuestra especie –cooperativa, punitiva y dotada de creciente capacidad de aprendizaje– hemos ido construyendo y reconstruyendo unas sociedades que cada vez son mayores y están más amenazadas de sufrir su colapso.

Y me parece adecuada su explicación de los cambios que se han producido desde un igualitarismo originario hacia formas jerárquicas de élites socioeconómicas, por una parte, y hacia una mayoría desfavorecida política y materialmente, por otra parte.

El análisis de la etapa actual en la que, además de progresos económicos y científicos, aumentan las tensiones entre nuestra aversión psicológica a la desigualdad social y las ventajas económicas que posibilitaba la estructura social basada en las libertades civiles explica, en parte al menos, la creciente división de la sociedad entre “nosotros” y “ellos”, el aumento de la desinformación y de la tendencia a potenciar los símbolos que nos identifican como miembros de nuestro grupo y hacen crecer los conflictos identitarios actuales. Según el autor, “la historia no tendría que terminar así porque las diferencias de opinión en el terreno político son muy superficiales y bajo esa superficie existen valores morales profundos y universales”.

Estoy convencido de que la lectura detenida de esta obra interesará a quienes piensen que, para comprender el nivel del espíritu moral de nuestro tiempo, es indispensable conocer, entender y valorar el pasado. Opino que, por su originalidad, amplitud y agudeza, nos proporciona pistas originales para que interpretemos el presente y, quizás, para que atisbemos algunos rasgos del futuro.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO

14 de julio de 2023

  • 14.7.23
Mi amigo Juan, para valorar los discursos de los políticos, emplea tres procedimientos que él también aplica a las relaciones cotidianas con sus amigos: se fija en las maneras que cada uno tiene de conversar, de utilizar el humor y de interpretar la música.


Hablando, dice él, se entiende la gente, pero añade que, para hablar, debemos escuchar, pensar y actuar. Por esta razón, sus palabras son respuestas, reflexiones y hechos. Ha llegado a la conclusión de que solo atendemos y entendemos aquellos discursos que responden a nuestras cuestiones personales: esas que afectan a nuestro cuerpo o a nuestro espíritu, a nuestra familia o a nuestros amigos, a nuestro pasado, a nuestro presente y a nuestro futuro inmediato.

Por eso evita aquellos temas que, por estar situados lejos de nuestros intereses, no despiertan interés. Por eso le aburren esas elucubraciones filosóficas que, cuanto más profundas o elevadas pretenden ser, más se alejan de esta tierra árida, de este mar movido y de este cielo amenazante.

La fina ironía de Juan es su forma peculiar de mostrar con amabilidad su disconformidad y de responder con cortesía a aquellas propuestas que contradicen sus propias experiencias. Él está convencido de que los mensajes importantes se transmiten con la expresión del rostro, con los gestos de las manos y con los movimientos de los brazos. Estoy de acuerdo contigo –querido amigo– en que cualquier palabra, como, por ejemplo, “gordo”, “bonito”, “abuelo” o “parienta” puede sonar a piropo o a injuria, dependiendo del tono con el que la pronunciemos.

Por esta razón, Juan evita el tono irritado, las miradas violentas y las muecas crispadas; por esta razón suaviza sus palabras; por eso, quizás, le fastidian tanto los sermones de los sacerdotes, de los maestros, de los profesores y, sobre todo, las fervorosas declaraciones de los políticos, de los periodistas, de los comunicadores y de los demás ciudadanos que, en cualquier profesión, se sienten inflamados por un irresistible celo, se esfuerzan de manera permanente para que todos los demás nos convirtamos a su manera personal de pensar y de vivir. Pero, además, Juan huye sin disimulo de todos aquellos que, con tono vehemente y con rostro crispado, se lamentan de lo mal que va el mundo y de los peligros que, por todas partes, nos acechan.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO

7 de julio de 2023

  • 7.7.23
Tradicionalmente, en los diferentes niveles de la enseñanza se ha concebido y explicado la historia como la ciencia que trata de los acontecimientos importantes de la humanidad. En la práctica sus objetos han sido los comportamientos de los personajes políticos, militares, sociales, religiosos y culturales que han determinado el curso de la vida en nuestro mundo.


Una de las consecuencias de esta concepción y de esta práctica ha sido la generalizada convicción de que muchos de nuestros hábitos de conducta cotidiana son “naturales” o, en otras palabras, que nacen y se desarrollan como las verduras y las frutas, o como las cabras, los gorriones o los salmones.

Miguel A. Delgado, en un alarde de destrezas pedagógicas y comunicativas, identifica sus orígenes y nos explica en La costumbre ensordece (Barcelona, Ariel, 2023) esa sucesión de comportamientos humanos cotidianos que cualquiera de nosotros realizamos de manera casi automatizada, y nos descubre el origen y la evolución permanente de una manera tan clara, amena e interesante que, a veces, nos da la ingenua impresión de que, más que un ensayo, estamos leyendo una creación literaria.

Sus preguntas iniciales sobre los cambios de algunos comportamientos cotidianos como, por ejemplo, por qué comemos lo que comemos y por qué lo comemos como lo comemos, por qué nuestras casas y nuestras ciudades son como son y no de otras maneras nos proporcionan la oportunidad conocer muchas de nuestras convenciones y convicciones sobre nuestras diferentes y habituales maneras de medir los tiempos, las estaciones, las pisadas y hasta las respiraciones.

Nos explica cómo las carreras, que inicialmente servían para reducir los tiempos y acortar las distancias, después fueron ejercicios deportivos, más tarde, competiciones y, en la actualidad hasta los médicos afirman que los ejercicios corporales son buenos para combatir el paso del tiempo. Incluso en los tiempos, en los que nuestra existencia era mucho más azarosa que ahora, había otra razón aparentemente sin beneficio alguno para correr y, por tanto, ajena a cualquier lógica como el juego.

Nos sorprenden aún más esos cambios que experimentamos de manera permanente en nuestras rutinas cotidianas como, por ejemplo, lavarnos las manos, desayunar, llevar y recoger a los niños del colegio, llegar a la oficina, sufrir accidentes, almorzar, celebrar reuniones, divertirnos, regresar a casa, cenar y volver a dormir.

Su estimulante conclusión es que esos hábitos, costumbres y rutinas son ritos en los que se han cristalizado muchos cambios e innovaciones que ponen de manifiesto nuestra capacidad humana de imaginación y de creación. Y es que –afirma categóricamente– somos nosotros quienes hemos configurado ese mundo cuyos hábitos hoy nos sirven para facilitar nuestras vidas: “para enfrentarnos a los retos de un futuro que parece precipitarse hacia un cambio desbocado solo porque nos falta perspectiva para ver que nunca ha dejado de cambiar, ni nosotros con él”.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO

30 de junio de 2023

  • 30.6.23
En La mentira en política (Madrid, Alianza editorial, 2023), una breve, clara y profunda obra de la filósofa Hannah Arendt, se analizan las conclusiones de Los documentos del Pentágono sobre las decisiones adoptadas por los Estados Unidos en la Guerra del Vietnam, y nos proporciona importantes principios, criterios y pautas para que nosotros analicemos las estrategias “publicitarias” que aplican algunos (¿muchos?) políticos actuales.


Acertada e inevitable, sin duda alguna, es la introducción de la profesora Nuria Sánchez Madrid que, además de situar adecuadamente los mensajes fundamentales de Hannah Arendt, nos explica con rigor y con claridad su aplicación a la situación actual de nuestras democracias.

Tengo la impresión de que algunos líderes están convencidos de que "es conveniente engañar al pueblo pensando que la mayoría de nosotros no poseemos capacidad para comprender la complejidad de algunos asuntos". Arendt añade otra razón: los políticos piensan que las relaciones públicas son una variante de la publicidad y, por lo tanto, tienen su origen en la sociedad de consumo insaciable. No es extraño, por lo tanto, que una de las tareas de los gabinetes de asesores sea elaborar “falsedades saludables” para propagarlas instantáneamente a través de internet.

Por eso Arendt afirma que, aunque el engaño, la falsedad deliberada y la mentira descarada para lograr fines políticos siempre han existido desde el comienzo de la historia documentada y que la sinceridad no ha sido nunca una de las virtudes de los políticos, en la actualidad alcanza unos singulares niveles de gravedad.

Tiene muy en cuenta que los ciudadanos poseemos una “capacidad pasiva” de ser presas del error, de la ilusión, de la distorsión del recuerdo o de cualquier otra cosa de la que podamos culpar a un fallo de nuestros sentidos y de nuestras mentes.

Explica cómo nuestra frágil imaginación, a veces, hace posible que, incluso, neguemos deliberadamente la verdad de los hechos y asumamos las falsedades. Señala cómo las mentiras no están reñidas con la razón, porque, efectivamente, “las cosas pueden haber sido como el mentiroso mantiene que fueron” y porque, “a menudo las mentiras son más creíbles y más atractivas a la razón que la realidad”.

De manera clara, Arendt nos estimula para que exijamos a los políticos y a sus asesores que, además de rechazar el engaño y el autoengaño en la creación de imágenes propagandísticas que idealizan y niegan la realidad, hagan permanentes ejercicios de autocrítica para identificar qué hacen mal y cómo deben corregirlo. Desgraciadamente, las consecuencias son, afirma textualmente, que “el engañador autoengañado pierde todo contacto no sólo con la audiencia, sino también con el mundo real”.

En mi opinión, estos análisis psicológicos, sociológicos y políticos deberían hacernos pensar, por unos minutos al menos, en la gravedad de lo que está pasando y denunciarlo con fuerza y con rigor, exigir transparencia y censurar la persistencia de la mentira en los usos políticos. A pesar de las afirmaciones de Maquiavelo, la política no es –no debe ser– diferente a la ética.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO

23 de junio de 2023

  • 23.6.23
La vida humana, en cualquiera de sus edades, sigue cambiando de manera continua y rápida. Los que ya hemos cumplido algunos años podemos comprobar cómo los ancianos actuales viven de una manera diferente de la que lo hacían nuestros abuelos. Es comprensible y es necesario que, por lo tanto, la vejez sea objeto de un debate científico, social y político que proponga y facilite un nuevo tratamiento del envejecimiento de acuerdo con la nuevas necesidades y posibilidades individuales, familiares y sociales.


En mi opinión, debemos empezar distinguiendo la ancianidad de la vejez, porque no todos los mayores son unos viejos que han perdido la curiosidad, la capacidad de sorpresa, el interés por aprender y las ganas de disfrutar y de reír. Estoy convencido, además, de que la vejez empieza y se acelera cuando se estrecha el horizonte de expectativas. Sí, cuando desaparecen los deseos y las ganas de seguir viviendo.

Sénior. La vida que no cesa (Barcelona, Editorial Diëresis) nos explica con claridad y con rigor cómo, estimulando la mente y las ansias de aprender, es posible seguir creciendo y participando en la actual sociedad del conocimiento. Su autor, Manel Domínguez, parte del supuesto, comprobado por los neurólogos, de que la activación del cerebro influye directamente en la salud general de todo nuestro organismo. Explica cómo pensando, leyendo y escribiendo se ejerce un estimulante protagonismo familiar, social y culturales.

Estoy de acuerdo en que, para amortiguar las pérdidas generadas por los cambios biológicos, por la jubilación y por la muerte de familiares y de amigos, es imprescindible que estimulemos el equilibrio psicológico mediante la participación en actividades creativas y recreativas que, al menos, frenen el riesgo del avance de la soledad y nos descubran nuevas sendas para seguir disfrutando de la vida a pesar de los razonables miedos ligados a la fragilidad de la existencia. La lectura de este libro será orientadora y útil para quienes conviertan las ideas en pautas operativas de sus actividades diarias.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO

16 de junio de 2023

  • 16.6.23
Saludo con agrado la edición de Don Quijote de la Mancha en el lenguaje “cómico”, un procedimiento cuyos primeros vestigios algunos historiadores sitúan en las pinturas rupestres, en los jeroglíficos egipcios y en las cerámicas griegas, pero que, según la opinión más generalizada, sus antecedentes próximos como lenguaje gráfico y narrativo son los chistes que empezaron a aparecer hace doscientos años en la prensa.


En mi opinión, Don Quijote y Sancho, síntesis poéticas del ser humano, siguen ilustrando en la actualidad las contradicciones de nuestros comportamientos sociales y las incoherencias de nuestras conductas individuales. Sancho, con su apego a los valores materiales y don Quijote, ejemplo de la entrega a la defensa de un ideal libremente asumido, son dos figuras complementarias que muestran la complejidad de la sociedad y de las personas actuales.

Ya sé que el ideal sigue siendo que leamos y releamos el texto completo de esta novela –la más importante de la literatura española y una de las principales de la literatura universal– en la que Miguel de Cervantes dibuja magistralmente un universo complicado que, en la actualidad, mantiene sus perfiles psicológicos, sociales y literarios.

Pero estoy convencido de que este lenguaje gráfico puede ser una estimulante invitación para que los que aún no la han hecho se decidan a leerla y para que los que sí la han leído, vuelvan a disfrutar de sus episodios más divertidos e interesantes. Fíjense, por ejemplo, en los éxitos obtenidos por los dibujos de personajes actuales de ficción: Batman, Flash Gordon, Superman o Spiderman.

Las ediciones de cómic están alcanzando una notable eficacia recreativa y, también, cumplen diversas funciones informativas, publicitarias y pedagógicas. Se ha comprobado cómo, al hacer amenas las explicaciones de los mensajes, se añaden unos alicientes complementarios porque, como es sabido, la diversión es una necesidad de los seres humanos y un procedimiento para estimular nuestras labores artísticas e intelectuales.

Todos conocemos cómo, en la actualidad, debido a los éxitos obtenidos en películas de ficción, trasladas después en dibujos animados, se han extendido las publicaciones de cómics. Por esta razón, en mi opinión, el cómic –que algunos lo clasifican como "el noveno arte"– es un canal que, con su lenguaje narrativo, además de divertirnos, permite una mayor expansión cultural.

La función de los cómics, al igual que la de las novelas, películas, cuadros, artículos científicos o carteles publicitarios –además de contar historias– es transmitir significados y explicar los valores humanos de forma amena y placentera. Desde una perspectiva pedagógica también es importante, a mi juicio, el dosier final en el que se presenta al autor y a su obra en el contexto histórico, artístico, literario, económico y social de su época.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO

9 de junio de 2023

  • 9.6.23
La amistad –una grata necesidad que todos experimentamos– es una fuente de salud y un vivero de bienestar que nos exigen el cultivo de destrezas relacionadas con la imaginación, con la reflexión, con la paciencia y que, en la mayoría de los casos, requiere habilidades y esfuerzos permanentes.


Tener amigos es un anhelo reconocido en las fuentes de nuestras raíces culturales: la Iliada nos cuenta la profundidad de la amistad que une a Aquiles con Patroclo; Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, afirma que la amistad es necesaria, bella y honrosa. Y, en la tradición cristiana, la amistad es la manera de establecer relaciones con Jesús de Nazaret: “a vosotros os llamo amigos” (Juan, 15, 13-15).

Casi todos pensamos que, para ganar y para conservar a los amigos, son suficientes las experiencias y, por eso, no solemos tener en cuenta las teorías que explican los psicólogos, los sociólogos, los antropólogos y los médicos, esas lecciones extraídas de sus estudios científicos y de sus experiencias clínicas. En mi opinión, la teoría y la práctica son dos vías convergentes de aprendizaje porque nos proporcionan enseñanzas complementarias.

En Amigos (Barcelona, Oaidós, 2023), ensayo del profesor de Psicología Evolutiva de la Universidad de Oxford, Robin Dunbar, se reúnen las conclusiones a las que ha llegado su autor tras detallados análisis sobre su importancia y sobre la necesidad de desarrollar algunas destrezas que nos ayudan a defenderla, a mantenerla y a mejorarla.

En este libro, que surgió al estudiar el comportamiento de los animales salvajes, nos explica las estrategias para reforzar los vínculos de amistad como, por ejemplo, la risa, las canciones, los bailes, las fiestas o, en general, las celebraciones comunitarias.

También extrae enseñanzas prácticas sobre los lenguajes de la amistad y descubre las relaciones entre la amistad y la confianza, ese sentimiento que “se va consolidando con el tiempo a medida en que tenemos más experiencias positivas con una persona”. Nos estimula para que nos preguntemos por qué terminan las amistades y por qué la amistad sigue siendo especialmente importante durante la vejez.

Tras sus análisis del comportamiento del cerebro social, de los diferentes tipos de amistades y de los mecanismos psicológicos, explica el supuesto elemental de que la amistad y la soledad son las dos caras de la misma moneda social, y de que nosotros estamos toda la vida pasando de una a otra.

Constata cómo lo que más ha sorprendido a los investigadores durante la última década es que el hecho de tener amigos influye de manera espectacular no solo en la felicidad de las personas, sino también en la salud, en el bienestar e, incluso, en la longevidad.

Permítanme que les confiese mi convicción de que los amigos salvan vidas porque, efectivamente, pensar que no son necesarios es asumir una condena. Estoy convencido de que los lectores que reflexionen sobre sus propias experiencias estarán de acuerdo en que la felicidad está ligada a la calidad de las relaciones personales y que ni el éxito social ni el dinero proporcionan tanto bienestar como los buenos amigos y los buenos amores.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO

2 de junio de 2023

  • 2.6.23
Esta reflexión nada tiene que ver con nuestra actual situación política, económica y social, pero me atrevo a proponerla porque a mí sí me está sirviendo para efectuar un saludable ejercicio de autocrítica. Me refiero a los "sabihondos sabelotodo"; a los que emplean tonos categóricos y dogmáticos; a los que hablan o escriben para mostrar y demostrar la amplia ciencia que, según ellos mismos, atesoran; a los que emplean palabras extrañas y construcciones complicadas.


Este asunto me lo ha sugerido la obra de Dietrich Bonhoeffer titulada Resistencia y sumisión (Cartas y apuntes desde el cautiverio). El autor fue un pensador alemán que, por participar en el movimiento de resistencia contra el nazismo, fue encarcelado durante algo más de diez años.

Durante ese periodo tuvo la oportunidad de reflexionar, en primer lugar, sobre el “tiempo”, el bien más valioso de los seres humanos porque, como él afirma, “el tiempo que perdemos lo perdemos para siempre”. Explica que eso nos ocurre cuando no lo vivimos realmente porque no nos proporciona experiencias, enseñanzas, alegrías, satisfacciones o, incluso, sufrimientos.

Se lamenta de esa “gran mascarada del mal” que, a veces, trastorna todos los conceptos éticos, y constata el patente fracaso de los hombres que se creen “sensatos” pero que, con las mejores intenciones, con un ingenuo desconocimiento de ellos mismos y de la realidad, están convencidos de que son capaces de resolver todos los problemas.

Confieso que lo que más me ha llamado la atención ha sido la claridad y la fuerza con la que afirma que mucho peor que la maldad es la necedad. No se refiere a los ignorantes sino a quienes están convencidos de que lo saben todo y que, por lo tanto, todo lo que afirman o niegan lo hacen de una manera categórica y con un tono inapelable.

¿Por qué son tan peligrosos? Porque no son capaces de escuchar a los demás, no se atreven a dudar ni, mucho menos, a reconocer los daños que producen sus categóricas afirmaciones. Me ha llamado mucho la atención la claridad con la que afirma que “frente a la necedad carecemos de toda defensa”. ¿Por qué? Porque ni las razones, ni los argumentos ni los hechos, por muy claros sean, en vez de hacerlos reflexionar y cambiar, estimularán su irritación y lo harán más agresivos, más sordos y más peligrosos.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO

26 de mayo de 2023

  • 26.5.23
El hecho de engañar (o intentar engañar) a los demás se ha generalizado de tal manera y hasta tales extremos que, sin temor a exagerar, podemos afirmar que la mentira es ya un componente normal de esta cultura política que, entre todos, estamos construyendo.


Algunos de nuestros políticos olvidan que la credibilidad es el fundamento de su autoridad, y, como consecuencia, nos ofrecen la esperpéntica y grandiosa ceremonia de la confusión, una solemne liturgia de los embusteros. Fíjense la facilidad con la que estamos aceptando que el embuste es una forma natural de hacer propaganda, y ya no nos sorprende que, mediante exageraciones y omisiones, nos engañen con el fin de extraer provechos electorales.

Tengo la impresión de que los líderes y los ciudadanos estamos convencidos de que “Es conveniente engañar al pueblo por su propio bien”. Aplican el mismo criterio que, quizás con excesiva frecuencia, empleamos con los niños: piensan que los ciudadanos no poseemos capacidad para comprender la complejidad de los asuntos políticos, económicos y sociales.

Aceptamos con excesiva facilidad que una de las tareas que cumplen los gabinetes de asesores es elaborar “falsedades saludables”. Tengamos en cuenta, además, que en la actualidad la gravedad de las mentiras es mucho mayor debido a las dimensiones globales y a la rapidez instantánea de su propagación mediante internet.

En mi opinión este es un asunto grave que no podemos tratar con frívola ironía ni con pasiva resignación, sino que deberíamos denunciarlo con fuerza y con rigor. Los ciudadanos estamos obligados a exigir transparencia y a censurar la persistencia de la mentira en los usos políticos.

No estoy de acuerdo con Maquiavelo cuando aceptaba que en la política se permiten unos comportamientos diferentes a los que prescribe la ética. Pienso que deberíamos concebir y practicar la política con una referencia explícita a los comportamientos morales.

Estoy de acuerdo con la profesora Adela Cortina cuando afirma que “realmente resulta descorazonador que gran parte de la ciudadanía, de unos colores o de otros, continúe votando a políticos mendaces, incompetentes, agresivos y violentos”. En mi opinión, la difusión de bulos lo único que merece es el castigo en las urnas. Por favor, no sigamos votando a los embusteros, sean del color que sean.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO

19 de mayo de 2023

  • 19.5.23
“La vida ya no es lo que era”. Esta afirmación, válida para las diferentes etapas de nuestra existencia humana, posee especial trascendencia durante la ancianidad, una época que, por haberse alargado de manera constante, posee unas condiciones que eran insospechadas hace escasas fechas.


Debido a los progresos de la medicina y a los cambios en las condiciones laborales, ya hablamos de la cuarta y hasta de la quinta edad. En mi opinión, sin embargo, aún permanecen vigentes algunas –muchas– de las consideraciones y de los prejuicios de tiempos pasados.

Estoy convencido, por lo tanto, de que es imprescindible y urgente que analicemos esta nueva situación con el fin de que se vayan abriendo nuevos cauces para adaptar nuestros comportamientos personales, familiares, sociales, políticos y humanos a esta nueva interpretación y valoración de la vida humana, de la nuestra y de las personas con las que convivimos, porque, efectivamente, “la vejez es un tema vital, un asunto que nos concierne a todos y a todas, cualquiera que sea nuestra edad”.

Adelanto mi sorpresa por esta manera diferente con la que Laure Adler aborda esta cuestión en La viajera de noche (Barcelona, Ariel, 2022) sin recurrir a las consideraciones tópicas repetidas en la mayoría de las obras que últimamente se están publicando.

Expreso mi agradecimiento por su exhaustiva selección de los análisis que han efectuado pensadores como Epicuro, Séneca, Inmanuel Kant, Michel de Montaigne, Roland Barthes o Paul Ricoeur, y por sus acertadas citas de escritores como Simone de Beauvoir, Marcel Proust, Giuseppe Tomasi de Lampedusa, Hermann Hesse o Virginia Woolf.

Pero, sobre todo, valoro su originalidad al relatar y explicar su personal manera de vivir con sorpresa, con intensidad y con “arte” una época que es –que puede ser– notablemente fecunda, grata y, en ocasiones, apasionante. Ya comprobarán cómo la lectura de estas cadencias personales, de estos recuerdos y sentimientos les proporcionan experiencias intelectuales y literarias inéditas.

Importante, a mi juicio, es su habilidad para hacernos pensar en que, por ejemplo, es urgente aprovechar todas las oportunidades para vivir, para paladear cada uno de los instantes y para exprimir todas las ocasiones de crecer, de fructificar y de disfrutar respetando, amando y colaborando con las demás personas con las que convivimos.

Preparar y vivir la ancianidad, efectivamente, nos puede servir para recrearnos en el doble sentido de esta palabra: para inventar una nueva manera de vivir, para aprovecharla y para disfrutarla más y mejor. Creo que este libro es una invitación amable, lúcida y estimulante para que pensemos y para repensemos nuestras actuales formas de vivir la ancianidad.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO

12 de mayo de 2023

  • 12.5.23
Al menos los que aceptamos que el Estado nación no es una realidad eterna creada al comienzo de los tiempos ni tampoco un hecho que podemos cambiar arbitrariamente, deberíamos aceptar que es imprescindible su estudio histórico de una manera especial en los momentos en los que surgen problemas inesperados.


Es cierto que algunos procesos son inéditos, pero también es verdad que muchas de las aspiraciones y de los temores poseen profundas raíces personales y sociológicas. Es conveniente –pienso que imprescindible– que prestemos atención a las soluciones (¿ocurrencias?) que otros han dado en situaciones parecidas.

Cuando España echó a andar (Barcelona, Ariel, 2023), de Pedro Insua, parte de una serie de preguntas que, quizás algunos de nosotros nos hemos formulado más de una vez: ¿Es España una nación o un conjunto de naciones? ¿Cuándo y cómo nació la nación española? ¿Qué proceso histórico se ha seguido para configurar esa entidad que recibe el nombre de España?

Pedro Insua, profesor de Filosofía, nos responde y nos explica con claridad el resultado de sus análisis interpretativos y valorativos apoyados en unos datos que él extrae tras minuciosas investigaciones históricas. Llega a la conclusión de que la formación de España como nación política no aparece por generación espontánea, sino que es la consecuencia de un largo proceso histórico que surge en la Baja Edad Media y que, como afirma Gustavo Bueno, “el pistoletazo de salida de la nación española son las Cortes de Cádiz”, una de las primeras en constituirse como tal en el sentido contemporáneo.

A los que afirman simplemente que la nación española nace en Cádiz, él muestra y demuestra cómo esta opinión es –puede ser– una reducción unívoca del concepto “nación política” cuyo contenido esté determinado por el desconocimiento y mal uso del concepto “nación histórica”.

Es, a su juicio, la razón de una interpretación que se presta a afirmar ingenuamente que, por ejemplo, en Cádiz se encendió un “interruptor constitucional” que, aglutinando pueblos de ambos hemisferios, echó a andar de repente a la nación española.

También analiza el modo en el que se fijó el origen de la nación española a partir de los Reyes Católicos, con el pistoletazo de salida en el matrimonio de Isabel y Fernando en Valladolid en 1469 y explica cómo que, incurriendo en un claro anacronismo, se identifica nación con soberanía.

Frente al “provincialismo” de la España eterna, frente al negacionismo de su existencia o frente a esa concepción telúrica del “suelo español” defiende que España como nación posee un origen y que ese origen tiene lugar ya en el contexto de lo que la historiografía ha recogido bajo el nombre de la “reconquista”.

Recuerda cómo, durante buena parte de la Transición, se pretendió borrar o desdibujar el concepto de España en la Edad Media para tratar de justificar la realidad presuntamente preespañola de las distintas autonomías, y defiende que la nación española echó a andar precisamente cuando el castellano se propaga por el resto de los reinos hispanos como elemento de cohesión social.

El factor –afirma– que hoy otorga unidad nacional a España es el castellano, una lengua común que permite –el convivium, la convivencia, y el connubium– el establecimiento de lazos de sangre porque “la generación es el mecanismo que permite la persistencia de la nación, pues sin nacidos, sin crecimiento natural, no existe la nación en sentido antropológico o sociológico”.

La lectura detenida de estos datos históricos y la valoración desapasionada de sus razonamientos pueden orientar una discusión seria sobre unos asuntos que, en amplios sectores aún siguen estando movidos por prejuicios sentimentales.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO

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