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Montilla recuerda a El Gran Capitán en el 510.º aniversario de su fallecimiento

El 510.º aniversario del fallecimiento de Gonzalo Fernández de Córdoba, El Gran Capitán, vuelve a iluminar hoy su figura con una mezcla de memoria y sentido histórico. En esta fecha tan señalada, el recuerdo del insigne militar montillano recupera fuerza, envuelto en la huella de sus últimos días entre la localidad granadina de Loja y la capital nazarí y en la permanencia de un linaje que, cinco siglos después, continúa vivo en miles de descendientes repartidos por España y por otros rincones del mundo.


A comienzos de agosto de 1515, consciente de que la enfermedad avanzaba sin tregua, Gonzalo Fernández de Córdoba abandonó Loja y regresó a Granada acompañado por su familia. Eran tiempos delicados, no solo para su salud, sino también para el clima político que lo rodeaba.

Y es que el rey Fernando, alertado una vez más por rumores que apuntaban a que El Gran Capitán planeaba viajar a Flandes para apoyar la causa de Carlos de Gante, llegó incluso a preparar su arresto. Sin embargo, la muerte llegó antes que cualquier orden. El militar más célebre de su tiempo falleció el 2 de diciembre de aquel año, dejando tras de sí un legado tan vasto como complejo.

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Desde ese mismo instante, comenzó un largo y accidentado viaje póstumo. Sus restos quedaron depositados de manera provisional en el desaparecido convento granadino de San Francisco, mientras se preparaba su sepultura definitiva en el monasterio de San Jerónimo.

El traslado no se ejecutó hasta 1522, ya con permiso del recién proclamado Carlos I. En la cripta reposaron finalmente su esposa y varios familiares, rodeados de más de setecientos trofeos de guerra que hablaban, sin necesidad de palabras, de una vida marcada por las campañas de Italia y por un talento militar que cambiaría para siempre la historia de la Corona.

Sin embargo, ni siquiera la muerte garantizó la paz. Durante la Guerra de la Independencia, en 1810, las tropas francesas del general Horace Sebastiani profanaron la tumba, mutilaron los restos y quemaron las banderas que acompañaban al héroe. La calavera de El Gran Capitán y una probable copia de su espada de gala fueron sustraídas por Sebastiani en su retirada de España en 1812. Jamás volvieron a aparecer. Aquella pérdida, que todavía hoy conmueve a quienes estudian su figura, abrió una herida histórica imposible de cerrar.

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La agitación política del siglo XIX sumó nuevos episodios. En 1835, tras la desamortización española, sus restos volvieron a ser exhumados. Un monje logró custodiar lo que quedaba y lo entregó a la familia Láinez y Fuster, miembros de la Academia de Nobles Artes, que a su vez los cedieron a la Comisión de Monumentos y, posteriormente, al gobernador civil.

No pasó mucho tiempo hasta que, en 1848, el general Fermín de Ezpeleta solicitó una investigación exhaustiva. El informe médico reveló un escenario inquietante: el cadáver estaba incompleto, mezclado con otros cuerpos y rodeado por multitud de objetos que habían quedado desperdigados en la cripta.

Años más tarde, en 1868, los restos fueron trasladados a la iglesia madrileña de San Francisco el Grande, donde se proyectaba crear un panteón de españoles ilustres. El proyecto nunca llegó a materializarse y, finalmente, los huesos regresaron de nuevo a su ubicación original en Granada.


Para añadir más incertidumbre, una investigación del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico (IAPH) concluyó en 2006 que los restos conservados no pertenecen, en realidad, a Gonzalo Fernández de Córdoba. De este modo, el hallazgo dejó en suspenso siglos de veneración y abrió un debate que aún hoy permanece sin respuestas concluyentes.

La larga estirpe de El Gran Capitán


Pero mientras la historia de sus restos se mantiene en el enigma, su linaje continúa desplegándose con una claridad sorprendente. Montilla, su ciudad natal, inauguró meses atrás la Exposición Permanente de El Gran Capitán en el antiguo alhorí, un espacio que recorre su trayectoria militar, política y familiar.

Entre sus paneles, uno destaca especialmente ante quienes se detienen a contemplarlo: el dedicado a su extensa genealogía. Y no es casual. La estirpe de Gonzalo Fernández de Córdoba es una de las más amplias, antiguas y nobles de España.


Hoy, según las estimaciones recogidas en la propia muestra, existen más de cinco mil descendientes vivos del héroe montillano, un dato que da vértigo por su magnitud y que invita a imaginar siglos de matrimonios, pactos, alianzas y desplazamientos entre España e Italia.

La exposición, comisariada por el cronista oficial de Montilla, José Rey García, ofrece una visión minuciosa, casi artesanal, de un árbol familiar que arranca en Montilla el 1 de septiembre de 1453, fecha del nacimiento del militar que cambiaría para siempre las tácticas de guerra en Europa.

Las ramas más importantes del linaje parten de sus dos matrimonios. Del primero, con su prima Isabel de Montemayor, poco se sabe, salvo que ella falleció poco después de las nupcias, probablemente en su primer parto. Su segunda unión, con María Manrique de Figueroa y Mendoza, marcaría el destino de su descendencia. De ese matrimonio nacieron dos hijas: Beatriz —que murió joven en Génova— y Elvira, la heredera universal de El Gran Capitán y pieza clave en la continuidad de la estirpe.

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El destino matrimonial de Elvira fue objeto, como solía ocurrir en la nobleza del siglo XVI, de intensas negociaciones. Se barajaron alianzas con Federico Colonna en Nápoles, con Bernardino de Velasco —condestable de Castilla—, con el duque de Segorbe e incluso con un nieto del rey Fernando.

Finalmente, la joven fue prometida al cuarto conde de Cabra, Luis Fernández de Córdoba. Su madre organizó la unión con una precisión casi política, gestionó la dispensa papal por parentesco y firmó unas capitulaciones matrimoniales que recogían herencias, joyas, arras por valor de diez mil ducados y cláusulas sobre el uso de títulos, apellidos y armas. Uno de los acuerdos más llamativos establecía que el primogénito llevaría siempre el nombre de Gonzalo Fernández de Córdoba, perpetuando así la memoria del abuelo.

De esa unión nació una rama que alcanzó enorme relevancia: la Casa de Sessa. El Ducado de Sessa, otorgado por Fernando el Católico en 1507, quedó vinculado a la figura de El Gran Capitán y, más tarde, a su hija Elvira, que lo ostentó entre 1515 y 1524. Su matrimonio con el conde de Cabra fortaleció una unión entre casas nobiliarias que marcaría generaciones enteras.

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El hijo primogénito del matrimonio, también llamado Gonzalo, heredó los títulos de tercer duque de Sessa y quinto conde de Cabra. Su carrera militar fue notable: participó en la guerra del Piamonte, en campañas de Italia bajo el reinado de Felipe II, ejerció como gobernador del Estado de Milán y llegó a ser almirante de Nápoles y miembro del Consejo de Estado. Pese a esa trayectoria brillante, murió sin descendencia en 1578, cerrando la línea masculina directa.

A partir de entonces, el legado pasó a sus hermanas y, más tarde, a los descendientes de Beatriz Fernández de Córdoba y Fernando Folch de Cardona y Requesens. Sería su hijo, Antonio Fernández de Córdoba, quien continuaría la estirpe, anteponiendo el apellido materno para honrar al insigne militar montillano.

Con el paso de los siglos, los títulos nobiliarios fueron dispersándose. Hoy, el actual duque de Sessa es Gonzalo Barón y Gavito, nacido en Ciudad de México en 1948. Además del Ducado de Sessa, ostenta otros títulos como el Condado de Altamira, el Ducado de Atrisco o el Marquesado de Astorga. Su familia, vinculada directamente a la Casa de Aguilar, mantiene vivo, de algún modo, el eco del héroe renacentista.


Otra rama destacada proviene del Condado de Cabra, instituido en 1455 y uno de los títulos con Grandeza de España más antiguos del país. Su historia se entrelaza, siglos después, con la Casa de Astorga y con la Casa de Altamira. Incluso alcanzó vínculos con la realeza cuando José María Osorio de Moscoso y Carvajal contrajo matrimonio con la infanta Luisa Teresa de Borbón y Borbón, un enlace morganático que requirió permiso expreso de Isabel II.

Según la genealogía expuesta en el castillo de Montilla, el descendiente más directo hoy es Álvaro Francisco López-Becerra de Solé y Casanova, vigésimo séptimo conde de Cabra y quinto marqués de Belfuerte. Su linaje entronca con antiguos alcaides de la fortaleza de La Mota en Alcalá la Real, prolongando por vía femenina la memoria de El Gran Capitán.

La familia Fernández de Córdoba ha dado lugar también a figuras destacadas de épocas recientes. Entre ellas, el aristócrata y empresario Carlos Falcó y Fernández de Córdoba, marqués de Griñón, fallecido en 2020. Su notoriedad pública, su actividad bodeguera y su vida social —incluyendo su matrimonio con Isabel Preysler y la popularidad de su hija Tamara Falcó— lo convirtieron en uno de los descendientes más visibles del linaje, aunque su nombre no figura en la exposición montillana. Incluso en 2009 surgió una teoría, defendida por el genealogista Javier Cordero Aparicio, que llegaba a vincular a la reina Letizia con El Gran Capitán, aunque sin respaldo académico.

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Más allá de anécdotas, la genealogía expuesta en Montilla revela la magnitud de una historia que sigue proyectándose cinco siglos después. Porque el legado de El Gran Capitán no se reduce a sus campañas militares ni a su trágico destino póstumo: también vive en la memoria de sus descendientes, en los títulos que aún hoy se transmiten y en la fascinación que despierta una figura que marcó el Renacimiento español.

En esta jornada en la que se cumplen 510 años de su fallecimiento, el recuerdo de Gonzalo Fernández de Córdoba se impone con la serenidad de los grandes nombres. Su vida, teñida de gestas y sombras, continúa inspirando a quienes buscan comprender cómo un hombre nacido en Montilla pudo dejar una huella tan profundaa lo largo de cinco siglos de historia. Y es que, aunque la ubicación real de sus huesos siga envuelta en misterio, su presencia permanece tan firme como entonces, sostenida por la memoria colectiva y por un linaje que sigue creciendo con el paso del tiempo.

JUAN PABLO BELLIDO / REDACCIÓN
ILUSTRACIÓN: ISABEL AGUILAR
FOTOGRAFÍA: CASA REAL (JOSÉ JIMÉNEZ) / J.P. BELLIDO

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