Sabina de Alvear y Ward nació en Londres, tal día como hoy, pero del año 1815. En la actualidad, y pese a haber transcurrido más de dos siglos, su nombre sigue resonando en la historia del vino de la Denominación de Origen Protegida (DOP) Montilla-Moriles.
Escritora, empresaria y pionera, Sabina de Alvear y Ward fue una figura adelantada a su tiempo, capaz de abrir el vino a los mercados internacionales, cuando la voz de las mujeres apenas encontraba espacio en los negocios. Hoy, en el aniversario de su nacimiento, la Fundación Alvear recuerda su figura como un ejemplo de talento, cultura y determinación.
Sabina fue la quinta hija del brigadier Diego de Alvear y Ponce de León y de su esposa Luisa Rebecca Ward, con quienes pasó sus primeros años entre Madrid y Londres. Educada en los mejores colegios, dominaba el inglés —lengua materna de su madre—, el francés y, por supuesto, el español. Aquella formación cosmopolita marcó el rumbo de su vida, abriéndole puertas en los círculos intelectuales y diplomáticos de su tiempo.
Tras la muerte de su padre en 1830, su madre se instaló con los hijos pequeños en Montilla, donde asumió la administración de la hacienda familiar y de Bodegas Alvear, que Diego de Alvear —uno de los más ilustres militares, exploradores y hombres de negocios de los siglos XVIII y XIX— había renovado. De este modo, Sabina creció en ese ambiente de constancia, trabajo y visión comercial que caracterizó desde siempre a esta saga familiar.
Pero también vivió en un entorno donde las mujeres eran alentadas a formarse y a participar, aunque con discreción, en los asuntos económicos. “Sabina Alvear y Ward fue, realmente, una mujer adelantada a su tiempo. Con una gran formación humanística y financiera, además de políglota, tal y como se aprecia en sus cartas y cuadernos de cuentas que conserva la familia Alvear, redactados en español, inglés y francés y que recogen tanto sus gastos domésticos como sus inversiones financieras o la evolución de los negocios familiares, entre los que destaca Bodegas Alvear”, comenta Carmen Giménez Alvear, presidenta de la Fundación Alvear.
A lo largo del siglo XIX, Sabina desempeñó un papel clave en la proyección internacional de los vinos de Montilla. Junto a su hermana Candelaria, se encargó personalmente de la promoción y exportación de los vinos del marco vitivinícola cordobés, aprovechando los contactos que mantenía con influyentes familias europeas. Su determinación fue esencial para abrir nuevos mercados en Gran Bretaña y Francia, en un tiempo en que pocos podían imaginar a una mujer negociando transacciones de vino con distribuidores extranjeros.
“Tras fallecer Luisa en 1859, continúan los viajes familiares por Europa, en los que compaginan relaciones sociales con relaciones empresariales, contribuyendo así al reconocimiento del vino de Montilla en el mundo, especialmente en Inglaterra”, explica Carmen Giménez Alvear. Y es que Sabina convirtió cada desplazamiento en una oportunidad para expandir la marca familiar.
En 1860 viajó con sus hermanos Tomás, Enrique y Candelaria por Francia y Suiza, visitando ciudades como París, Marsella, Berna y Lucerna. Años después, en 1867, repitieron aventura para asistir a la Exposición Universal de París. Pero el viaje que mejor resume su espíritu emprendedor fue el que emprendió con 64 años, en agosto de 1879, junto a su hermana Candelaria, con destino a Inglaterra y Francia.
El propósito era claro: vender vino. Sin embargo, aprovechan para visitar a Eugenia de Montijo, a petición de su madre, la condesa de Montijo, para que consuelen a la emperatriz por el fallecimiento de su joven hijo en tierras africanas, tal y como detalla Giménez Alvear.
Aquella aventura quedó reflejada en la correspondencia que Sabina mantenía con su hermano Francisco. En una carta fechada el 4 de junio de 1879 desde Madrid, Sabina escribía: “Me parece que vamos a hacer una hombrada y a irnos este verano a Londres a ver si logramos alguna transacción directa que es lo que interesa, pues realmente es gran lástima tener tan gran negocio completamente parado”.
“Esta idea nos ha ocurrido, no hemos dicho nada a nadie, pero lo iremos madurando. Tú nos enviarás allí algunas botas o cuarterolas y poco hemos de hacer si no sacamos algún partido. Con la ayuda de Dios. Todavía tenemos buenos amigos y hay que ayudarse en buscar otros. ¿Qué te parece nuestro plan?”.
En la parte superior de la carta, Sabina dejó anotado un listado que hoy revela su capacidad logística y comercial: “2 botas a 10 o 12 duros. 2 botas a 6 o 7 duros. 2 cuarterolas 16 o 20. 2 a 4 3 y medio a 4. Una caja de cada clase con 50 botellas”.
El valor de Sabina como empresaria fue reconocido incluso en su tiempo, aunque ella misma prefiriera mantenerse en un discreto segundo plano. No buscó protagonismo público, sino eficacia. Como explica Giménez Alvear, “de Sabina Alvear hay que destacar su determinación por distinguir y poner en valor el vino de Montilla”.
Y así lo refleja en la carta que dirige a su hermano Francisco, de 9 de agosto de 1879, desde Carabanchel, donde se alzaba el palacio de la Condesa de Montijo, en el que Sabina pasaba allí unos días: “Las cajas de vino creo deben llevar como marcas ALVEAR y Montilla”, ordenaba.
Sabina no solo fue comerciante, sino también escritora. En 1891 publicó Historia de D. Diego de Alvear y Ponce de León, Brigadier de la Armada, una biografía novelada de su padre en la que combinó rigor documental y afecto filial.
La obra, que vio la luz en Madrid en la Imprenta de Luis Aguado, recibió elogios de figuras como Campoamor, Valera y Cesáreo Fernández. La dedicó a sus sobrinos de España y América, en un gesto que pretendía mantener viva la memoria familiar y transmitir el legado del brigadier a las generaciones futuras.
Hasta el final de sus días, Sabina de Alvear y Ward continuó viajando y acompañando a sus sobrinos en las gestiones familiares. Falleció en Sevilla el 10 de noviembre de 1906, a los 91 años. No tuvo descendencia directa, pero su vida y su ejemplo siguieron alimentando el patrimonio material y moral de la familia Alvear.
Hoy, su figura simboliza el coraje silencioso de las mujeres que abrieron caminos en tiempos adversos. Y desde su Montilla, ciudad vital de adopción, Sabina de Alvear y Ward sigue siendo una inspiración: la mujer que convirtió el vino de la zona en un embajador andaluz por toda Europa.
Escritora, empresaria y pionera, Sabina de Alvear y Ward fue una figura adelantada a su tiempo, capaz de abrir el vino a los mercados internacionales, cuando la voz de las mujeres apenas encontraba espacio en los negocios. Hoy, en el aniversario de su nacimiento, la Fundación Alvear recuerda su figura como un ejemplo de talento, cultura y determinación.
Sabina fue la quinta hija del brigadier Diego de Alvear y Ponce de León y de su esposa Luisa Rebecca Ward, con quienes pasó sus primeros años entre Madrid y Londres. Educada en los mejores colegios, dominaba el inglés —lengua materna de su madre—, el francés y, por supuesto, el español. Aquella formación cosmopolita marcó el rumbo de su vida, abriéndole puertas en los círculos intelectuales y diplomáticos de su tiempo.
Tras la muerte de su padre en 1830, su madre se instaló con los hijos pequeños en Montilla, donde asumió la administración de la hacienda familiar y de Bodegas Alvear, que Diego de Alvear —uno de los más ilustres militares, exploradores y hombres de negocios de los siglos XVIII y XIX— había renovado. De este modo, Sabina creció en ese ambiente de constancia, trabajo y visión comercial que caracterizó desde siempre a esta saga familiar.
Pero también vivió en un entorno donde las mujeres eran alentadas a formarse y a participar, aunque con discreción, en los asuntos económicos. “Sabina Alvear y Ward fue, realmente, una mujer adelantada a su tiempo. Con una gran formación humanística y financiera, además de políglota, tal y como se aprecia en sus cartas y cuadernos de cuentas que conserva la familia Alvear, redactados en español, inglés y francés y que recogen tanto sus gastos domésticos como sus inversiones financieras o la evolución de los negocios familiares, entre los que destaca Bodegas Alvear”, comenta Carmen Giménez Alvear, presidenta de la Fundación Alvear.
A lo largo del siglo XIX, Sabina desempeñó un papel clave en la proyección internacional de los vinos de Montilla. Junto a su hermana Candelaria, se encargó personalmente de la promoción y exportación de los vinos del marco vitivinícola cordobés, aprovechando los contactos que mantenía con influyentes familias europeas. Su determinación fue esencial para abrir nuevos mercados en Gran Bretaña y Francia, en un tiempo en que pocos podían imaginar a una mujer negociando transacciones de vino con distribuidores extranjeros.
“Tras fallecer Luisa en 1859, continúan los viajes familiares por Europa, en los que compaginan relaciones sociales con relaciones empresariales, contribuyendo así al reconocimiento del vino de Montilla en el mundo, especialmente en Inglaterra”, explica Carmen Giménez Alvear. Y es que Sabina convirtió cada desplazamiento en una oportunidad para expandir la marca familiar.
En 1860 viajó con sus hermanos Tomás, Enrique y Candelaria por Francia y Suiza, visitando ciudades como París, Marsella, Berna y Lucerna. Años después, en 1867, repitieron aventura para asistir a la Exposición Universal de París. Pero el viaje que mejor resume su espíritu emprendedor fue el que emprendió con 64 años, en agosto de 1879, junto a su hermana Candelaria, con destino a Inglaterra y Francia.
El propósito era claro: vender vino. Sin embargo, aprovechan para visitar a Eugenia de Montijo, a petición de su madre, la condesa de Montijo, para que consuelen a la emperatriz por el fallecimiento de su joven hijo en tierras africanas, tal y como detalla Giménez Alvear.
Aquella aventura quedó reflejada en la correspondencia que Sabina mantenía con su hermano Francisco. En una carta fechada el 4 de junio de 1879 desde Madrid, Sabina escribía: “Me parece que vamos a hacer una hombrada y a irnos este verano a Londres a ver si logramos alguna transacción directa que es lo que interesa, pues realmente es gran lástima tener tan gran negocio completamente parado”.
“Esta idea nos ha ocurrido, no hemos dicho nada a nadie, pero lo iremos madurando. Tú nos enviarás allí algunas botas o cuarterolas y poco hemos de hacer si no sacamos algún partido. Con la ayuda de Dios. Todavía tenemos buenos amigos y hay que ayudarse en buscar otros. ¿Qué te parece nuestro plan?”.
En la parte superior de la carta, Sabina dejó anotado un listado que hoy revela su capacidad logística y comercial: “2 botas a 10 o 12 duros. 2 botas a 6 o 7 duros. 2 cuarterolas 16 o 20. 2 a 4 3 y medio a 4. Una caja de cada clase con 50 botellas”.
El valor de Sabina como empresaria fue reconocido incluso en su tiempo, aunque ella misma prefiriera mantenerse en un discreto segundo plano. No buscó protagonismo público, sino eficacia. Como explica Giménez Alvear, “de Sabina Alvear hay que destacar su determinación por distinguir y poner en valor el vino de Montilla”.
Y así lo refleja en la carta que dirige a su hermano Francisco, de 9 de agosto de 1879, desde Carabanchel, donde se alzaba el palacio de la Condesa de Montijo, en el que Sabina pasaba allí unos días: “Las cajas de vino creo deben llevar como marcas ALVEAR y Montilla”, ordenaba.
Sabina no solo fue comerciante, sino también escritora. En 1891 publicó Historia de D. Diego de Alvear y Ponce de León, Brigadier de la Armada, una biografía novelada de su padre en la que combinó rigor documental y afecto filial.
La obra, que vio la luz en Madrid en la Imprenta de Luis Aguado, recibió elogios de figuras como Campoamor, Valera y Cesáreo Fernández. La dedicó a sus sobrinos de España y América, en un gesto que pretendía mantener viva la memoria familiar y transmitir el legado del brigadier a las generaciones futuras.
Hasta el final de sus días, Sabina de Alvear y Ward continuó viajando y acompañando a sus sobrinos en las gestiones familiares. Falleció en Sevilla el 10 de noviembre de 1906, a los 91 años. No tuvo descendencia directa, pero su vida y su ejemplo siguieron alimentando el patrimonio material y moral de la familia Alvear.
Hoy, su figura simboliza el coraje silencioso de las mujeres que abrieron caminos en tiempos adversos. Y desde su Montilla, ciudad vital de adopción, Sabina de Alvear y Ward sigue siendo una inspiración: la mujer que convirtió el vino de la zona en un embajador andaluz por toda Europa.
JUAN PABLO BELLIDO / REDACCIÓN
FOTOGRAFÍA: FUNDACIÓN ALVEAR
FOTOGRAFÍA: FUNDACIÓN ALVEAR



















































