Montilla venció de nuevo al tiempo y sorteó, al fin, el pellizco de la larga espera. Fue un Viernes Santo que comenzó, como cada año, cuando la Luna de Nisán ya coronaba el cielo montillano. El Santísimo Cristo de la Misericordia se encontraba con su barrio de la Cruz entre penitentes de capirote rojo y hábito negro.
Allí, en un Llanete de la Cruz expectante, la imagen del Cristo era izada en su trono dentro de la propia casa de hermandad, mientras su Madre, María Santísima de la Amargura, parecía llorar de dolor inconsolable. Una operativa que luego, mucho más avanzada la Madrugada, se repite en un ambiente mucho más íntimo, para devolver al Señor que nació de la gubia de Solano 'El Tallista' hasta su Parroquia de San Sebastián.
La hermandad, que el pasado año conmemoró su 50.º aniversario, cerró así una estación de penitencia muy especial, en la que brilló con luz propia el Santísimo Cristo de la Misericordia, tras los trabajos de restauración que han llevado a cabo Miguel Ángel Sánchez Jiménez y Manuel Espejo Mármol.
Tal y como avanzó Montilla Digital, los trabajos incluyeron la reparación de varias dilataciones en la madera, tanto de la imagen como de la cruz, así como la eliminación de lagunas en la policromía y arañazos causados por la corona de espinas que luce el imponente crucificado que esculpió en 1989 el recordado imaginero Francisco Solano Salido Jiménez, que falleció el 29 de septiembre de 2018 a los 87 años de edad.
Tras la solemne Madrugada, la calle Ancha se convirtió, una vez más, en la arteria viva de la devoción popular. A las 9.00 en punto, con puntualidad solemne, hacía su salida la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno y María Santísima de los Dolores, cuya historia se remonta a 1590. La procesión se abrió con la imagen dieciochesca de Jesús Rescatado, custodiado por la Centuria Romana Munda, que protagonizaría más tarde, en torno a las 15.00, el sobrecogedor acto de la Lanzada al Cristo de la Yedra.
Fue una mañana de reencuentros familiares, de aroma a pestiño y altramuz dulce, de cañadú entre risas infantiles y del sabor a vino que perfuma la historia. También fue mañana de nostalgias, con la presencia sentida de los que ya no están y que, de algún modo, caminan entre los cirios y las plegarias.
El cortejo, impecable, avanzaba seguido por centenares de fieles que escoltaban con fervor las imágenes. La Virgen de los Dolores cerraba la procesión con la elegancia acostumbrada, acompañada por los sones de la Banda de Música "Pascual Marquina", que supo armonizar cada paso con emoción medida.
Con la caída del sol, el protagonismo se desplazó a la recoleta capilla de la calle Fuente Álamo, donde la Hermandad del Sagrado Descendimiento de Nuestro Señor Jesucristo, Santo Nombre de Jesús, María Santísima de la Encarnación y San Juan de Ávila preparaba su salida. Este año, el paso de misterio estrenaba los nuevos candelabros tallados por Pedro Benítez y dorados por Abel Velarde, así como el nuevo faldón bordado por Cristian Javier Redondo.
Con la solemnidad que lo caracteriza, el Señor del Descendimiento fue bajado de la Cruz, mientras la Virgen de la Encarnación lloraba desconsolada bajo los sones profundos de la Banda de Cornetas y Tambores “Nuestra Señora de la Salud”, de la Barriada del Naranjo de Córdoba. El silencio, herido por la música, acompañó al Cristo muerto en su camino hacia el sepulcro, este año enclavado en la Parroquia de San Francisco Solano, debido a las obras de restauración de la iglesia de San Agustín.
La noche avanzaba mientras Montilla se congregaba en torno al templo de la antigua calle Sotollón. Muchos vecinos acudieron para vivir la estación de penitencia de la Pontificia Hermandad del Santo Entierro, Soledad y Angustias de la Madre de Dios. Como viene ocurriendo en los últimos años, el cortejo prescindió de la imagen de San Juan Evangelista que, durante años, fue portado por los integrantes más jóvenes de la cofradía.
El Santo Sepulcro volvió a reafirmarse como guardián de madrugadas que se niegan al olvido, mientras la Soledad de María, en su paso elegante y silencioso, acariciaba las almas con su particular sueño de recogida. Un sueño que reconforta y que, sin pretenderlo, anuncia el murmullo de ángeles que mañana surgirán desde la Parroquia de Santiago Apóstol para despedir la Semana Mayor montillana.
Allí, en un Llanete de la Cruz expectante, la imagen del Cristo era izada en su trono dentro de la propia casa de hermandad, mientras su Madre, María Santísima de la Amargura, parecía llorar de dolor inconsolable. Una operativa que luego, mucho más avanzada la Madrugada, se repite en un ambiente mucho más íntimo, para devolver al Señor que nació de la gubia de Solano 'El Tallista' hasta su Parroquia de San Sebastián.
La hermandad, que el pasado año conmemoró su 50.º aniversario, cerró así una estación de penitencia muy especial, en la que brilló con luz propia el Santísimo Cristo de la Misericordia, tras los trabajos de restauración que han llevado a cabo Miguel Ángel Sánchez Jiménez y Manuel Espejo Mármol.
Tal y como avanzó Montilla Digital, los trabajos incluyeron la reparación de varias dilataciones en la madera, tanto de la imagen como de la cruz, así como la eliminación de lagunas en la policromía y arañazos causados por la corona de espinas que luce el imponente crucificado que esculpió en 1989 el recordado imaginero Francisco Solano Salido Jiménez, que falleció el 29 de septiembre de 2018 a los 87 años de edad.
Tras la solemne Madrugada, la calle Ancha se convirtió, una vez más, en la arteria viva de la devoción popular. A las 9.00 en punto, con puntualidad solemne, hacía su salida la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno y María Santísima de los Dolores, cuya historia se remonta a 1590. La procesión se abrió con la imagen dieciochesca de Jesús Rescatado, custodiado por la Centuria Romana Munda, que protagonizaría más tarde, en torno a las 15.00, el sobrecogedor acto de la Lanzada al Cristo de la Yedra.
Fue una mañana de reencuentros familiares, de aroma a pestiño y altramuz dulce, de cañadú entre risas infantiles y del sabor a vino que perfuma la historia. También fue mañana de nostalgias, con la presencia sentida de los que ya no están y que, de algún modo, caminan entre los cirios y las plegarias.
El cortejo, impecable, avanzaba seguido por centenares de fieles que escoltaban con fervor las imágenes. La Virgen de los Dolores cerraba la procesión con la elegancia acostumbrada, acompañada por los sones de la Banda de Música "Pascual Marquina", que supo armonizar cada paso con emoción medida.
Con la caída del sol, el protagonismo se desplazó a la recoleta capilla de la calle Fuente Álamo, donde la Hermandad del Sagrado Descendimiento de Nuestro Señor Jesucristo, Santo Nombre de Jesús, María Santísima de la Encarnación y San Juan de Ávila preparaba su salida. Este año, el paso de misterio estrenaba los nuevos candelabros tallados por Pedro Benítez y dorados por Abel Velarde, así como el nuevo faldón bordado por Cristian Javier Redondo.
Con la solemnidad que lo caracteriza, el Señor del Descendimiento fue bajado de la Cruz, mientras la Virgen de la Encarnación lloraba desconsolada bajo los sones profundos de la Banda de Cornetas y Tambores “Nuestra Señora de la Salud”, de la Barriada del Naranjo de Córdoba. El silencio, herido por la música, acompañó al Cristo muerto en su camino hacia el sepulcro, este año enclavado en la Parroquia de San Francisco Solano, debido a las obras de restauración de la iglesia de San Agustín.
La noche avanzaba mientras Montilla se congregaba en torno al templo de la antigua calle Sotollón. Muchos vecinos acudieron para vivir la estación de penitencia de la Pontificia Hermandad del Santo Entierro, Soledad y Angustias de la Madre de Dios. Como viene ocurriendo en los últimos años, el cortejo prescindió de la imagen de San Juan Evangelista que, durante años, fue portado por los integrantes más jóvenes de la cofradía.
El Santo Sepulcro volvió a reafirmarse como guardián de madrugadas que se niegan al olvido, mientras la Soledad de María, en su paso elegante y silencioso, acariciaba las almas con su particular sueño de recogida. Un sueño que reconforta y que, sin pretenderlo, anuncia el murmullo de ángeles que mañana surgirán desde la Parroquia de Santiago Apóstol para despedir la Semana Mayor montillana.
JUAN PABLO BELLIDO / REDACCIÓN
FOTOGRAFÍA: ÁLVARO CARRASCO GONZÁLEZ
FOTOGRAFÍA: ÁLVARO CARRASCO GONZÁLEZ
