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Carlos Serrano | Palabras, paciencia, sonrisa

Era un misterio tan antiguo como el vino. De piel salada y boca dulce. Fuerte como el mar que choca contra el acantilado creyendo que podrá derribarlo. Demasiado hermosa para un mundo tan frÍo. Sueña con ser ave y llegar muy lejos, huyendo de los cazadores.


No era indiferente ante la torpeza de ellos de intentar meterla en una jaula. Perseguía ser luz. Podría escribir un libro sobre ella. Un poco de su esencia encerrada en unas páginas. Pero nunca lo intentó. No es de las que se dejan encerrar. La belleza no entiende de adjetivos. Ahí entendió que ella siempre estaría a su lado. Estaba dolido debido a que tenía la ilusión de ponerse algún día la medalla de nunca haberle hecho daño. Por desgracia, ya no colgaría ese honor en su uniforme.

Llevaba perdido mucho tiempo. Era un soldado vagando por un páramo sin saber que acabó la guerra. Tiempos de paz con el rifle en la mano. La mayor parte de él era caos. No podía explicarlo. Lo intentó muchas veces cuando le preguntaban qué le pasaba. Soltaba por inercia un "nada".

Pero no el típico "nada" que obviamente escondía el problema. Era "nada" porque no sabía nada. Pero sabía que saldría de esa. El soldado llegaría a casa. Sano y salvo. Por desgracia, herido por las cosas que vio, que un poderoso enemigo le obligó hacer por sobrevivir, pero seguía vivo. Eso era lo importante.

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Poco a poco iba siendo mejor escritor. Peor orador eso sí, pero eso iba a cambiar. No podía depender de por vida de su inspiración y de los bolígrafos que, más de una vez, se le reventaron en los pantalones. ¿Quién iba a quedarse con un poema, con un relato? Si quiere decir algo, abre la boca y escoge las palabras.

¡Cuántas veces tuvo la sensación de que aún no encontró su sitio! Seguía buscando. Y cuando lo encontrase, sabía que sería él mismo el único equipaje que llevaría en la mudanza. Él mismo y la foto de ella en su vieja cartera. Era el objeto más valioso guardado en aquel montón de cuero viejo. Debía quitarse algunas telarañas de la cabeza que le permitieran ver claro el objetivo: estar a gusto consigo mismo. Se lo debía. A pesar de la tormenta de aquella noche, salió el sol. Ese era el mejor comienzo.

Hay amistades que tienen fecha de caducidad. Aquella no. Haría todo lo posible porque siguiera así. Cuando volviera de su caparazón, sabría que lo esperaría con los brazos abiertos, como siempre hizo. Bueno, no hacía falta esperar a atravesar el túnel. Ella siempre tuvo las palabras, la paciencia, la sonrisa.

CARLOS SERRANO
FOTOGRAFÍA: DEPOSITPHOTOS.COM

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