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Aureliano Sáinz | Familias felices e infelices

Siempre me ha llamado la atención la frase con la que comienza León Tolstói su novela Ana Karenina, una de las más conocidas obras suyas junto a su grandiosa Guerra y paz. Dice así: “Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz lo es a su manera”.


Toda una sentencia que da pistas de por dónde va a caminar la voluminosa obra del autor ruso. Más aún, cuando, tras el punto y aparte con el que se cierra la frase, el escritor continúa de este modo: “En casa de los Oblonsky andaba todo trastocado. La esposa acababa de enterarse de que su marido mantenía relaciones con la institutriz francesa y se había apresurado a declararle que no podía seguir viviendo con él”.

Sobre Ana Karenina se han realizado numerosas versiones cinematográficas, siendo la primera de 1911 y la última de 2017, lo que nos indica el enorme éxito que ha tenido en el cine este clásico de la literatura rusa del siglo XIX. De todos modos, no es sobre la novela o sus películas de lo que ahora quiero hablar, sino de la frase del comienzo.

Y es que, tras haber estado investigando durante muchos años acerca de las diversas formas de familias, así como sobre el desarrollo de sus emociones, afectos y conflictos, me llama mucho la atención que el gran escritor ruso afirmara que todas las familias felices se parecen unas a otras.

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¿En qué se basaba para hacer esta afirmación? ¿Alguien sabe cómo eran o cómo son las familias felices? ¿Y las infelices? Si tantas vueltas se han dado para llegar a la conclusión de lo complicado que es ser feliz, ¿no estaría Tolstói basándose en el estereotipo nacido de aquellas fotos tan comunes en las que aparecía el padre sentado en una butaca, la mujer de pie y los hijos alrededor de ellos?

Con cierta imaginación, puedo evocar la icónica fotografía en blanco y negro del zar Nicolás II sentado junto a la zarina y sus hijos rodeándolos como la imagen prototípica de la familia feliz rusa y que, a buen seguro, era el modelo a imitar por las clases acomodades de entonces. Hay algo de lo que indico en el dibujo de la portada, realizado por una chica en la que se ve a su padre sentado en una butaca, la madre de pie y los hijos alrededor de ellos.

Por otro lado, puedo entender, tal como decía mi admirado Mario Benedetti, con quien compartí días en Córdoba, que sobre la felicidad es casi imposible escribir una novela, porque si los personajes ya son felices, ¿qué se puede contar en esa trama?

Además, resulta complicado saber cómo es por dentro una familia, y si se sabe algo de ella suele ser a través de problemas que llegan a hacerse públicos. Bien es cierto que en la sociedad del espectáculo en la que nos movemos, basta poner un canal televisivo en el que, imitando a una especie de salón en el que los contertulios están sentados en butacas, nos ponen al día de los conflictos, dimes y diretes, de los famosos y famosillos. Pero de esto poco vamos a aprender, más allá de confirmarse de que “los ricos (o los famosos) también lloran”.


Quienes sí suelen manifestar abiertamente sus alegrías son los niños a través de sus dibujos cuando expresan que viven de manera feliz en el seno de sus familias, ya que a través de las escenas que construyen manifiestan de forma abierta sus estados emocionales. Esto es fácil de entender, puesto que la felicidad, en gran medida, la reciben de sus padres, de aquellos que se preocupan de manera abierta por el estado de bienestar de sus hijos (y que, por suerte, es la mayoría).


¿Y, en sentido contrario, cómo se podía o se puede averiguar cuándo una familia es infeliz, si no es posible acceder a su ámbito de la privacidad? Además, y dado que los hijos también forman parte de la familia, ¿la felicidad solamente depende de que entre los progenitores no hubiera grandes problemas? ¿Y qué sucede con los estados emocionales de los hijos? ¿Acaso estos no se sienten afectados por situaciones imprevistas, tal como, por ejemplo, aconteció no hace mucho con la pandemia del coronavirus?

No me extiendo más. Solo deseo apuntar que de ningún modo se me ocurre cuestionar la gran novela de Tolstói; en todo caso, me sigue llamando la atención esa especie de máxima o sentencia con la que inicia ese inmenso relato. No obstante, ha transcurrido más de un siglo desde que viera la luz, por lo que ahora sí estamos en mejores condiciones de poder hablar de eso tan complejo y problemático como es la felicidad -o la infelicidad- en el seno de la familia.

AURELIANO SÁINZ

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