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Aureliano Sáinz | Los estudiantes universitarios hablan sobre igualdad de género e igualdad de oportunidades

Siguiendo la línea de debates que he abierto con los alumnos de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Córdoba (UCO) sobre temas que previamente había publicado en este medio digital, les planteé una reflexión sobre una cuestión que había visto la luz el pasado mes de enero con el título El largo camino hacia la igualdad.


Y aunque parezca que uno habla de un tema controvertido, lo cierto es que el primer artículo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada de manera unánime en las Naciones Unidas, en el año 1948, dice lo siguiente: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, puesto que están dotados de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.

Como vemos, es una declaración ética que nos afecta a todos, independientemente de nuestras creencias o ideologías. La igualdad de derechos es, pues, un imperativo moral del que debemos partir para profundizar en cuestiones más concretas.

La propuesta que realicé a los alumnos tenía como base la libertad de pensamiento y expresión sobre la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer. De este modo, selecciono algunos de los comentarios que realizaron, comenzando por aquellos que están relacionados con las experiencias sobre la igualdad que vivieron en sus años escolares o de estudiantes de Secundaria, fuera en el seno de la familia, en los centros en los que estudiaron o en las propias relaciones sociales.

Veamos, pues, algunas experiencias que las alumnas vivieron y que están relacionadas con la discriminación en los juegos y en los deportes.

Aunque parezca algo lejano, yo he vivido cómo la profesora de educación física les daba un balón a los niños para jugar al fútbol y a las niñas una comba. Y me gustaría permitirme la osadía de opinar sobre este hecho: eso era desigualdad. ¿Por qué no dejaba elegir qué juego quería realizar cada uno? Creo que no tiene una causa más lejana que la educación recibida por esa persona”. (N. D.)

Durante mi etapa en el colegio, todavía se seguía viendo el fútbol como un deporte solo de chicos, e, incluso, se generaban ciertas “peleas de niños” cuando una chica deseaba jugar, dado que ellos no querían porque se supone que las niñas no sirven para practicar dicho deporte”. (A. J.)

Tengo una amiga que juega en un equipo de fútbol y que ha tenido que escuchar comentarios como “el fútbol es de hombres”, “no sirves para jugar al fútbol” o “me daría vergüenza que una mujer como tú me ganara al fútbol”. Este último comentario lo recibió tanto ella como las demás compañeras de su equipo cuando jugaron un partido con el equipo masculino en el que ella juega en este momento”. (A. H.)

Dentro de la casa, sigue bastante extendida la separación de roles en los hijos e hijas, hecho que se sustenta en la creencia de que el trabajo del hogar le corresponde en exclusividad a la mujer o que las hijas deben estudiar carreras apropiadas para la mujer.

Cuando un hijo varón ayuda en casa, en pos de mantener la casa limpia, al comunicar estas acciones a sus abuelas normalmente recibirán comentarios del tipo ‘¡Anda, tú también limpias!, ¿y tu hermana no?’, o de sus abuelos diciendo que eso son cosas de mujeres”. (J. A.)

Es cierto que mi padre trabaja en casa: pone lavadoras, limpia, hace la comida, friega, hace la cama, se encarga del huerto y de los exteriores… hace de todo, menos planchar (dice que está sobrevalorado, y yo le doy la razón)”. (A.C.)

Si bien es cierto que en el ámbito familiar se ha sufrido un cambio, no es menos cierto que las mujeres siguen siendo las principales organizadoras de las tareas a realizar, pareciendo que el hombre realiza dichas tareas en forma de “ayuda”. (J. A.)

En mi caso, nunca se me ha impuesto seguir un rol, pero conozco otros de amigos y amigas a los que sus padres no les han dejado estudiar una carrera porque ‘eso es de chicas’ o ‘eso es de chicos’”. (E. A.)


Los criterios más tradicionales suelen venir de las generaciones de los abuelos o abuelas, puesto que a muchos de ellos les cuesta entender que en el mundo actual las ideas de igualdad las han interiorizado gran parte de los jóvenes, por lo que a estos les choca mucho comprender el mundo de las generaciones que les precedieron.

Mi familia materna es bastante machista a día de hoy. Yo vengo de un pueblo donde se vive económicamente del campo y para mi abuela está claro qué trabajos debo hacer y cuáles no. Es curioso ver cómo mi abuelo, a pesar de todo, es más liberal en este tema que mi abuela, ya que debería querer que no pasara por lo mismo que ella. Para mi abuela no debería saber manejar ninguna maquinaria, ya que no tengo la fuerza suficiente para poder controlarla; solo debo ayudar si se me pide, hablar cuando se me pide y, en vez de estar estudiando, limpiándole la casa y cuidándola sin remuneración, ya que es mi abuela”. (A. H.)

Recuerdo las conversaciones con mis abuelos en las que me contaban cómo eran sus vidas cuando eran mozuelos, como ellos dicen. La vida antes era totalmente diferente a la actual: en el caso de ellos tenían unos derechos que las mujeres no los tenían, como el poder salir a la calle sin compañía o trabajar frente al público como vendedor o repartidor. Me sorprendió la historia que me contó mi abuela de cuando empezó a trabajar, ya que ella se disfrazaba de hombre, se recogía el pelo y se ponía a vender. Yo pensé, de verdad, cómo podía ser tan valiente, ya que ella luchaba por hacer lo mismo que los demás, por llevar dinero a casa y no caer en la pobreza”. (A. D.)

Hay casos en el que las alumnas se muestran pesimistas con respecto a los cambios que pudieran producirse, especialmente los referidos a los miedos que acaban interiorizando.

Durante muchos años se ha intentado poner fin a todas las formas de discriminación contra todas las mujeres y las niñas del mundo: eliminar la violencia, ese miedo instintivo que tenemos al salir solas a la calle, sentirnos vulnerables, tener la necesidad de salir acompañadas para poder sentirnos seguras. Esa lucha por la igualdad que nunca va a acabar. Esos temores que, da igual la edad que tengas, siempre van a existir”. (A. D.)

En sentido contrario, otros comentarios se prestan al optimismo, cuando se comprueba personalmente que han percibido cambios en los valores y comportamientos de los otros.

Conservo pocos recuerdos de mi infancia, pero, si en algún momento me mandaron a realizar un dibujo de mi familia haciendo tareas en la casa, estoy segura de que dibujé a mi madre limpiando y a mi padre sentado en el sofá viendo la televisión. Me parece una representación triste, pero, al final, es una realidad más. Con el paso de los años mi perspectiva cambió al conocer cómo otras familias se distribuían las tareas de la casa, por lo que, a veces, me resultaba raro ver al padre de alguna amiga realizarlas”. (H. C.)

Mis primeros años académicos en España fueron complicados, porque mis compañeros me trataban de una manera extraña, haciendo comentarios de mi color de piel o mi acento. Sentía sus miradas raras. Después de estos acontecimientos me decía a mí misma: “Si yo fuera igual que ellos todo acabaría”, pero gracias a las charlas sobre la igualdad y el respeto que se ofrecía en clases me di cuenta que mi diferencia suma. Con el apoyo de los profesores, decidí hablarles a mis compañeros y expresarme tal como soy, sin avergonzarme, y ellos pararon”. (A. K.)

AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍAS: AURELIANO SÁINZ
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