La vida humana, en cualquiera de sus edades, sigue cambiando de manera continua y rápida. Los que ya hemos cumplido algunos años podemos comprobar cómo los ancianos actuales viven de una manera diferente de la que lo hacían nuestros abuelos. Es comprensible y es necesario que, por lo tanto, la vejez sea objeto de un debate científico, social y político que proponga y facilite un nuevo tratamiento del envejecimiento de acuerdo con la nuevas necesidades y posibilidades individuales, familiares y sociales.
En mi opinión, debemos empezar distinguiendo la ancianidad de la vejez, porque no todos los mayores son unos viejos que han perdido la curiosidad, la capacidad de sorpresa, el interés por aprender y las ganas de disfrutar y de reír. Estoy convencido, además, de que la vejez empieza y se acelera cuando se estrecha el horizonte de expectativas. Sí, cuando desaparecen los deseos y las ganas de seguir viviendo.
Sénior. La vida que no cesa (Barcelona, Editorial Diëresis) nos explica con claridad y con rigor cómo, estimulando la mente y las ansias de aprender, es posible seguir creciendo y participando en la actual sociedad del conocimiento. Su autor, Manel Domínguez, parte del supuesto, comprobado por los neurólogos, de que la activación del cerebro influye directamente en la salud general de todo nuestro organismo. Explica cómo pensando, leyendo y escribiendo se ejerce un estimulante protagonismo familiar, social y culturales.
Estoy de acuerdo en que, para amortiguar las pérdidas generadas por los cambios biológicos, por la jubilación y por la muerte de familiares y de amigos, es imprescindible que estimulemos el equilibrio psicológico mediante la participación en actividades creativas y recreativas que, al menos, frenen el riesgo del avance de la soledad y nos descubran nuevas sendas para seguir disfrutando de la vida a pesar de los razonables miedos ligados a la fragilidad de la existencia. La lectura de este libro será orientadora y útil para quienes conviertan las ideas en pautas operativas de sus actividades diarias.
En mi opinión, debemos empezar distinguiendo la ancianidad de la vejez, porque no todos los mayores son unos viejos que han perdido la curiosidad, la capacidad de sorpresa, el interés por aprender y las ganas de disfrutar y de reír. Estoy convencido, además, de que la vejez empieza y se acelera cuando se estrecha el horizonte de expectativas. Sí, cuando desaparecen los deseos y las ganas de seguir viviendo.
Sénior. La vida que no cesa (Barcelona, Editorial Diëresis) nos explica con claridad y con rigor cómo, estimulando la mente y las ansias de aprender, es posible seguir creciendo y participando en la actual sociedad del conocimiento. Su autor, Manel Domínguez, parte del supuesto, comprobado por los neurólogos, de que la activación del cerebro influye directamente en la salud general de todo nuestro organismo. Explica cómo pensando, leyendo y escribiendo se ejerce un estimulante protagonismo familiar, social y culturales.
Estoy de acuerdo en que, para amortiguar las pérdidas generadas por los cambios biológicos, por la jubilación y por la muerte de familiares y de amigos, es imprescindible que estimulemos el equilibrio psicológico mediante la participación en actividades creativas y recreativas que, al menos, frenen el riesgo del avance de la soledad y nos descubran nuevas sendas para seguir disfrutando de la vida a pesar de los razonables miedos ligados a la fragilidad de la existencia. La lectura de este libro será orientadora y útil para quienes conviertan las ideas en pautas operativas de sus actividades diarias.
JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO