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Jes Jiménez | Arcoíris

Conduciendo por una carretera secundaria hace unos días y justo a la salida de un túnel, frente a mí apareció un arcoíris magnífico, probablemente el más espectacular que haya visto nunca. Difícil permanecer impasible ante el extraordinario regalo de la naturaleza. Y también difícil no dejarse llevar por la imaginación, especulando sobre el enigmático fenómeno.


La definición que aparece en el diccionario de la RAE no parece hacer justicia a la emoción que nos provoca la belleza colorida y fugaz que se extiende por el cielo: “Fenómeno óptico que presenta en forma de arco de bandas concéntricas los siete colores elementales, causado por la refracción o reflexión de la luz solar en el agua pulverizada, generalmente perceptible en la lluvia.”

Muchas sociedades humanas se han maravillado con su contemplación y han especulado con interpretaciones sobre su significado y su origen. En el último artículo que dediqué a Leonora Carrington comenté el contenido de una de sus obras más relevantes, El mundo mágico de los mayas, y el papel destacado de un gran arcoíris situado en el centro de la composición, y asociado a Kukulcán, la serpiente emplumada de los antiguos mayas.

Sobre las relaciones entre las serpientes y el arcoíris ya dediqué otro artículo el pasado verano. Allí hablaba de las serpientes arcoíris y su importancia en los mitos de los aborígenes australianos, donde aparecen frecuentemente como seres creadores vinculados al agua. Un mito relacionado con el “tiempo del ensueño” nos cuenta cómo la Serpiente Arcoíris provocó un gigantesco diluvio por su deseo de que todos los seres vivos vivieran en el agua.

En otro artículo, titulado Regreso al Edén, tocaba el turno a las serpientes arcoíris en África, consideradas fuente del agua de los ríos y de la renovación de la vida; asociadas a usos medicinales y a la protección de los seres humanos.

Julien d’Huy publicó hace unos años un artículo titulado La evolución de los mitos en el que, mediante un análisis de la evolución de los mitos en diversas culturas presentes y pasadas, intenta llegar a los orígenes prehistóricos de algunos de los mitos más comunes a las sociedades humanas.

Respecto a los orígenes de los mitos, tan extendidos, respecto al arcoíris y a las serpientes afirma: “Una protonarración que con toda probabilidad fue anterior al éxodo de África incluye los siguientes elementos centrales: serpientes mitológicas custodian las fuentes de agua y la dejan fluir solo bajo ciertas condiciones; pueden volar y formar un arco iris; son gigantes y tienen en la cabeza astas de venado o cuernos; producen lluvia y tormentas. Los reptiles, inmortales como otros seres que mudan de piel o renuevan su corteza y, por tanto, rejuvenecen, contrastan con los hombres mortales...”.

Se han dado también otras posibles interpretaciones sobre el arco iris. En muchas culturas –Indonesia, Melanesia, Japón…– se interpreta como un puente que une la Tierra con el Cielo, un puente por el que pueden transitar los dioses o aquellos humanos dotados de especiales poderes espirituales. Por ejemplo, el héroe maorí Tawhaki o el hawaiano Aukélenuiaiku.

Esta concepción mítica ya se encontraba en la antigua India y en Mesopotamia, donde se identificaban los siete colores del arco iris con los siete cielos. En los frescos de Bamiyán (en el actual Afganistán) puede verse a Buda sentado en un arcoíris de siete líneas. El poeta chino Qu Yuan (fallecido en el 278 a.n.e.) menciona numerosas ascensiones a las “Puertas del Cielo” a través del arco iris.

Mircea Eliade analiza estos relatos y mitos (y bastantes más) para concluir que todos ellos tienen en común una idea: “es posible la comunicación entre el Cielo y la Tierra –o lo fue in illo tempore– por un medio físico cualquiera (arcoíris, puente, escalera, bejuco, cuerda, "cadena de flechas", montaña, etc.)”.

Yo añadiría algo más: que las explicaciones sobre el arco iris se han buscado, como suele suceder, en el ámbito de la fantasía creativa mucho más que en la más incómoda (y menos festiva) tarea de la comprobación externa de las circunstancias materiales asociadas al fenómeno.

Los razonamientos parecen circular más rápidamente en los fértiles campos de la fantasía que en los más trabajosos de una metodología rigurosa que tiene como objetivo el demostrar algo (una relación causa-efecto) de forma lógica (o experimental) y no simplemente especular con los ensueños humanos.

Pero también es cierto que en algunos de los mitos mencionados puede reconocerse la intuición de una relación que asocia el arcoíris con el agua y con la luz solar. Allí está ya el germen de un largo camino hacía la teoría física en la que es más importante la verdad que la ilusión.

JES JIMÉNEZ SEGURA
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