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José Antonio Hernández | La alcoba del viento

Me permito aventurar un pronóstico: los afortunados que tengan la oportunidad de leer La alcoba del viento, un pequeño y sustancioso libro de Ignacio Santos Carrasco, experimentarán, desde el principio, esas reconfortantes sensaciones que advertimos cuando degustamos unos alimentos sabrosos y nutritivos, o esas saludables emociones cuando nos sometemos a los cuidados terapéuticos de un acreditado médico.


Porque, efectivamente, estos enjundiosos poemas, elaborados con los jugos extraídos de las experiencias cotidianas y procesados con extractos alambicados a través de una serena meditación, contienen una notable energía nutritiva y un singular poder curativo.

En La alcoba del viento, Ignacio Santos nos proporciona una muestra de bella y de vivida literatura y, sin caer en la frecuente tentación de jugar frívola y artificiosamente con las palabras, nos estimula para que penetremos en los sentidos hondos de unas voces íntimas que solo las escuchan y las disfrutan quienes poseen una singular sensibilidad estética.

Estas páginas, además de con palabras, están construidas con trozos de experiencias vividas y, por lo tanto, con los reflejos de unas imágenes elaboradas a partir de las sensaciones y de las emociones que el autor ha sentido.

Pero es que, además, como todos sabemos, la vida real se orienta, de manera consciente o inconsciente, por las fantasías, de la misma manera que las aventuras imaginarias beben en las sensaciones, en las emociones y en las ideas que tienen su origen en los episodios de nuestros quehaceres cotidianos. Gracias a estos poemas llegamos a la conclusión de que, mediante la imaginación, no solo profundizamos en los significados de los hechos reales, sino que, además, podemos cambiarlos y recrearlos.

A mi juicio, las claves de la calidad literaria de esta obra son su capacidad para explicar el misterio de la vida humana mediante el uso acertado de la paradoja, de la metáfora y de la sinestesia. Nos muestra, por ejemplo, que vivir la vida consiste es ir muriendo poco a poco, que la palabra es la flor y el fruto del silencio, que la esperanza nace del miedo, que para ganar hay que perder, para amar hay que sufrir, y que, por eso, a veces lloramos de alegría.

Estos versos nos muestran cómo la vida humana, efectivamente, es una paradoja, una pura contradicción –un “tacto intacto”, “viajamos estando quietos”–, nos explican cómo una cosa, un episodio, un ser humano es otra cosa, otro episodio, otra persona.

Gracias a su habilidad sinestésica, Ignacio Santos escucha los colores, ve los sonidos y toca la textura de los sabores. Su mirada original, profunda y extensa nos invita a nosotros –a ti y a mí– para que vivamos fuera de los estrechos márgenes del tiempo presente y lejos de las fronteras de los reducidos espacios locales.

Gracias a su mirada aguda, los espacios y los objetos se transforman en tiempo, y el tiempo –medido, sentido y vivido– se convierte en música y en poesía. La alcoba del viento, un recorrido por una geografía vital y poética, unos trozos de tiempo vivido y, anteriormente, soñado también a nosotros, los lectores, nos hace latir, recordar e imaginar.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ
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