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Luna Jiménez | Histeria (Psiquiatrización de la mujer)

La palabra “histeria” procede del griego Hysteron y significa “útero”. A pesar de que el significado exacto del término ha sufrido variaciones a lo largo de la historia, sí se ha mantenido constante un factor común: la idea latente de una enfermedad exclusivamente de mujeres.


Aunque ya no se use “histeria” como diagnosis (sigue siendo frecuente el uso del adjetivo peyorativo “histérica”) actualmente existen otros diagnósticos feminizados y reconocidos como el Trastorno Límite de la Personalidad o el Histriónico, cuyos criterios de diagnóstico se basan en la manifestación “extrema” o “excesiva” de características tradicionalmente asociadas a la feminidad como fragilidad, dependencia, inestabilidad emocional, etcétera.

Por otra parte, la suministración de psicofármacos en España tiene una prevalencia significativamente mayor en mujeres que en hombres: el 7,9 por ciento de las mujeres consume antidepresivos frente a un 3,2 por ciento de hombres; y el 16,1 por ciento de las mujeres toma tranquilizantes, mientras que solo un 8,6 por ciento de hombres los consume (Encuesta Nacional de Salud ENSE). En resumen: el género es motivo de brecha social en cuanto a salud mental.

Catalogar un determinado patrón de conducta como “enfermedad mental” lleva implícitas ciertas asunciones, como que se debe exclusivamente a factores biológicos que están fuera de nuestro control y que solo se pueden tratar con pastillas que, lejos de solucionar el problema real, solo disminuyen nuestra autonomía personal.

Es cuestionable la utilidad que puede tener la administración de psicofármacos sin cambiar ni tratar otros muchos aspectos, como la influencia del entorno y la relación del sujeto con él. Este hecho, acompañado del estigma asociado por defecto a las enfermedades mentales, aumenta la desigualdad entre géneros.

Los síntomas deberían ser tratados como consecuencias naturales de las contradicciones que se dan en el sistema social por ser mujer: tenemos mayor riesgo de sufrir algún tipo de violencia en cualquier sociedad, la asfixiante presión estética de los cánones de belleza y el factor de riesgo correspondiente a la sobrecarga familiar y laboral que nos vemos obligadas a asumir para alcanzar la productividad que nos exige el sistema.

Por lo tanto, es importante la perspectiva de género, en lugar de una patologización sistemática de los problemas de las mujeres, para lograr un enfoque completamente distinto a este tipo de problemas. Tener un trastorno mental y ser mujer conlleva un doble estigma.

LUNA JIMÉNEZ POLA
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