El instinto no siempre acierta. Aunque sería mejor decir que no es el problema, pues lo que me crea espejismos es mi imaginación. Sus pequitas y su cadencia suave al hablar me despistaron. Aunque si soy honesta, y ahora que lo puedo analizar con perspectiva, veo que ya desde el principio había señales que hacían presagiar algo su comportamiento. Pero no todo.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi_RRNpsNpcG0tlK-u1T83QrLKk_XWHXnr4C6-sMWlqJT_Y4v0REcALj_-J8OlVhQEoQsMTmHho3yujvHnNV7soQmKGtgK4nWiS8df2tSda6j6fSlVM8v18JlrPEuaxew59hej5cyTM8rzq/s1600/20171110d.jpg)
Fue una de esas noches en la que una sale en plan tranquilo pero, sin saber cómo, te vas enredando y terminas en un sitio de ambiente, bailando música de los ochenta. Era mi primer fin de semana en Madrid, después de mi vuelta, y mi amiga estaba loca por contarme sus cuitas y yo por recorrer Malasaña.
Nada más entrar en el antro le dije: "hoy hay aquí mucho hetero". Eran como una pandilla de 20 hombres y mujeres bailando. No sé cómo ocurrió, pero nos vimos envueltas por este grupo, cantando a grito pelado todas las canciones que ponían.
Mi prima y mi tío me han educado bien en esta década de liberación y de modernidad. Vamos, que me sé todas las canciones. La mecha fue la Escuela de calor de Radio Futura. Mientras yo bailaba sobre el suelo, movida por la música y los miles de recuerdos que me producía, él iba y venía gritando “penalti”.
Quise que me resultara gracioso: era pelirrojo oscuro y yo estaba viendo Outlander. Mi prima dice que tengo que dejar de ver películas románticas. Pero, ¿qué sería la vida sin ellas? El día a día es demasiado prosaico.
Me miraba desde lejos, se acercaba y se iba. Le gustaba vagabundear por la pista. Él regateaba entre la gente y uno de su grupo me miraba como si yo fuese una tarta de chocolate y él un niño goloso tras un escaparate. Ante tantas idas y venidas, mi interés decaía y mi cuerpo acusaba el peso de la mudanza. Me despedí desde lejos con la mano y dicho gesto provocó una carrera hacia mí. Yo aún no sabía que era la portería.
Se ofreció a acompañarme fuera y yo lo tildé de caballero. Ante su mutismo en la puerta, le propuse vernos otro día y me pidió el teléfono. Mientras nos alejamos por las calles y nuestras endorfinas iban bajando, colegimos en que era un tipo gracioso.
Eran las 3.00 de la mañana y yo me iba dormir con una ilusión. Aunque Cupido no había aparecido, estaba la posibilidad de conocer o descubrir alguien nuevo. Todo podría pasar. Pero la ilusión se hizo añicos cuando, a los cinco minutos de despedirnos, me mandó un mensaje para venir a mi casa, sin ningún tipo de regateo. Solo te digo que esa noche, el pelirrojo no metió ningún gol… Por lo menos en mi portería.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi_RRNpsNpcG0tlK-u1T83QrLKk_XWHXnr4C6-sMWlqJT_Y4v0REcALj_-J8OlVhQEoQsMTmHho3yujvHnNV7soQmKGtgK4nWiS8df2tSda6j6fSlVM8v18JlrPEuaxew59hej5cyTM8rzq/s1600/20171110d.jpg)
Fue una de esas noches en la que una sale en plan tranquilo pero, sin saber cómo, te vas enredando y terminas en un sitio de ambiente, bailando música de los ochenta. Era mi primer fin de semana en Madrid, después de mi vuelta, y mi amiga estaba loca por contarme sus cuitas y yo por recorrer Malasaña.
Nada más entrar en el antro le dije: "hoy hay aquí mucho hetero". Eran como una pandilla de 20 hombres y mujeres bailando. No sé cómo ocurrió, pero nos vimos envueltas por este grupo, cantando a grito pelado todas las canciones que ponían.
Mi prima y mi tío me han educado bien en esta década de liberación y de modernidad. Vamos, que me sé todas las canciones. La mecha fue la Escuela de calor de Radio Futura. Mientras yo bailaba sobre el suelo, movida por la música y los miles de recuerdos que me producía, él iba y venía gritando “penalti”.
Quise que me resultara gracioso: era pelirrojo oscuro y yo estaba viendo Outlander. Mi prima dice que tengo que dejar de ver películas románticas. Pero, ¿qué sería la vida sin ellas? El día a día es demasiado prosaico.
Me miraba desde lejos, se acercaba y se iba. Le gustaba vagabundear por la pista. Él regateaba entre la gente y uno de su grupo me miraba como si yo fuese una tarta de chocolate y él un niño goloso tras un escaparate. Ante tantas idas y venidas, mi interés decaía y mi cuerpo acusaba el peso de la mudanza. Me despedí desde lejos con la mano y dicho gesto provocó una carrera hacia mí. Yo aún no sabía que era la portería.
Se ofreció a acompañarme fuera y yo lo tildé de caballero. Ante su mutismo en la puerta, le propuse vernos otro día y me pidió el teléfono. Mientras nos alejamos por las calles y nuestras endorfinas iban bajando, colegimos en que era un tipo gracioso.
Eran las 3.00 de la mañana y yo me iba dormir con una ilusión. Aunque Cupido no había aparecido, estaba la posibilidad de conocer o descubrir alguien nuevo. Todo podría pasar. Pero la ilusión se hizo añicos cuando, a los cinco minutos de despedirnos, me mandó un mensaje para venir a mi casa, sin ningún tipo de regateo. Solo te digo que esa noche, el pelirrojo no metió ningún gol… Por lo menos en mi portería.
MARÍA JESÚS SÁNCHEZ