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Daniel Guerrero | Typical spanish

Este país llamado España lleva una temporada haciendo bueno aquel eslogan que publicitaba el turismo de nuestras costas y que los maliciosos decían que servía para reflejar la particularidad política de ser la última dictadura que quedaba en Europa. Ya con una democracia más o menos asentada, volvemos a destacar por nuestra manía de ser poco serios y tomarnos las cosas importantes con desgana, por no decir con chufla.



En ello es experto el propio presidente del Gobierno, que ha estado en funciones, sin hacer nada, cerca de un año, aunque este sábado pudo, al fin, conseguir que le dejen repetir mandato, no gracias a sus habilidades para negociar los pactos que posibiliten su investidura, sino por la responsabilidad de su mayor adversario, el Partido Socialista, que optó por abstenerse en vez de forzar unas terceras elecciones generales.

Si más de trescientos días sin un gobierno que acate la voluntad popular y resuelva los problemas de los ciudadanos no es “tipismo español”, que venga el espíritu de Fraga –el que decía que la calle era suya con ese sentido de la propiedad con que Rajoy exige gobernar– a ponernos de acuerdo.

Mientras en el Parlamento de la nación juegan a que legislan y el Ejecutivo todavía en funciones se niega a ser controlado por sus señorías porque no se considera elegido por ese Parlamento, en la calle se preparan manifestaciones otoñales y otras alharacas para ejercer un derecho al disenso y la crítica que algunos grupos parlamentarios no pueden hacer prevalecer en la Cámara Baja.

Votaron que no al candidato Mariano Rajoy y, no conformes con ello, visibilizaron su negativa mediante megáfonos y concentraciones multitudinarias a las puertas del Congreso y en las avenidas de la Constitución de las principales ciudades. Querían así revivir el espíritu del 15M.

Todo un ejemplo de democracia genuina de la buena, entre venezolana y griega, más semejante a nuestra bulla. Una bulla asamblearia que, después, ha de acatar las directrices del “Politburó” correspondiente, que decide en nombre del pueblo, de los de abajo, pero desde arriba, a través de sus peones.

Otros, en cambio, se rasgan las vestiduras estatutarias por no aceptar lo que sus propios órganos federales acuerdan, y amenazaban con desobedecer lo votado según las normas. Es decir, a algunos las estructuras de los partidos les parecen bien mientras les sirven para llegar adonde han llegado, pero cuando adoptan estrategias que no les interesan, rechazan seguir cumpliendo las reglas.

Si no convencen –y no ganan–, rompen la baraja. Algo, también, bastante típico de los pobladores de esta “piel de toro”. Pero algo contagioso: hasta Trump advierte de que cuestionará un resultado adverso en las elecciones norteamericanas. El del flequillo rubio parece hispano.

Tan típico español –y casi tópico– como ganar dinero sin hacer nada y por la cara bonita. De esta peculiaridad del capitalismo patrio andamos sobrados. Sobrados de listillos que, creyéndose más inteligentes que nadie, piensan que tienen todo el derecho del mundo a saquear lo que no es suyo pero que quieren para sí.

Abundan los ejemplos. Una figura insigne fue y es aquel personaje que llegó a ser banquero, gracias a sus habilidades especulativas, y hundió el banco, pagando con unos pocos años de cárcel antes de intentar enredar con la política y sufrir un sonoro batacazo. Luego le dio por las tertulias televisivas para aconsejar desde su altura moral la mejor manera de conducirse por la vida y ejercer en los negocios.

Todo un modelo de triunfador para los jóvenes y no tan jóvenes de las escuelas y arrabales de la economía que aspiran a dar pelotazos como el suyo para vivir como reyes, dicho sea sin ánimo de señalar. Cuando casi nos habíamos olvidado de él, vuelve Mario Conde por donde solía y es cazado intentando repatriar sus “ahorros” del extranjero, allá donde los había ocultado del fisco y la policía de España.

Pero “manos rotas” como las suyas hay muchas en este país de pícaros. Vean, si no, a ese patrón de patronos todavía entre rejas por la contabilidad imaginativa de sus empresas y, ahora, juzgado también por disfrutar de una Tarjeta Black que los malhechores se repartían entre ellos para gastos corrientes: una calderilla de miles de euros, libres de justificación, y a costa de los esquilmados ciudadanos, que son los que pagan con sus impuestos esas regalías de los que quiebran bancos y los rescates para sanearlos, y que encima siguen votando mayoritariamente al partido que los ampara, los agrupa y los coloca en las poltronas adecuadas desde las que seguir afanando.

¿Quieren nombres? Blesa, Rato, Bárcenas, Soria, Barberá, Fabra, Camps, Matas, Blasco, Granados y un larguísimo etcétera. Para no ser sectario, citaré también corruptos que se lo llevaron calentito en el otro bando del bipartidismo, tan dispuestos todos al “y tú más”: Roldán, Urralburu, Hormaechea, Hernández Moltó y algunos más, entre los que sisan para enriquecerse y abrir cuentas en Suiza, como hace todo buen padre "typical" de la patria.

Todos ellos forman parte del paisanaje típico español, como las chapuzas, la tortilla de papas, las corridas de toros, escupir o tirar papeles al suelo aunque haya papeleras cada diez metros. Pero nada más “typical spanish” que las chapuzas, sobre todo si las paga un ingenuo cliente, al que dejan sin el servicio que espera y sin dinero en la cartera, tanto a escala “autonómica” (del profesional autónomo) como de las pequeñas y mediadas empresas y las públicas.

Todas se caracterizan por hacer mal su trabajo o no acabarlo en condiciones, ya sea instalar un grifo que gotea, construir un edificio sobre arcillas expansivas, hacer un aeropuerto sin aviones o amputar una pierna sana. La Marca España, esa que patrocina el Gobierno cuando quiere demostrar que hace algo, destaca por la cantidad de “Pepe goteras y Otilios” que actúan en representación de ella. Salvo excepciones: no hay que ser pesimista.

Salvo excepciones, porque en este país también hay gente de construye catedrales, compone sinfonías, escribe novelas, pinta monas y hasta viaja al espacio como astronauta. Son poquitos, pero son. Raros ejemplares que se levantan cada mañana para ir a trabajar con honestidad y dar todo lo que pueden de sí por amor al arte y con el desprecio de quienes los toman por tontos por no aprovecharse, como hacen los listos, de los peces de colores.

Ellos no forman parte del paisaje típico español y resultan extraños, como si fueran alemanes que hablan castellano y cuidan la calidad en lo que hacen. Incluso son puntuales y no se comunican con sus semejantes a grito limpio, leen libros, compran prensa y no aparcan sus vehículos invadiendo aceras o pasos cebra.

Portan un DNI que certifica que son tan españoles como usted y como yo aunque se conduzcan con educación, respeten al prójimo y cumplan con su deber, sin intentar engañar a nadie, mucho menos a Hacienda. Anónimos y discretos cuando te los tropiezas porque no esperas que haya en este país gente eficaz y que no sepa quién es Belén Esteban ni esté al tanto de la liga de fútbol. Una pena.

DANIEL GUERRERO
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