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Daniel Guerrero | El adiós de un sindicalista

Para los que crecimos con la Transición y la recuperación de la democracia, hay personajes, instituciones, hechos y situaciones que nunca olvidaremos porque forman parte de nuestra memoria colectiva y constituyeron estímulos para una progresiva concienciación política, social y cultural que condicionó nuestra propia formación educativa y personal. Somos hijos de una época que nos ha moldeado con sus propios elementos constituyentes y su contexto.



Supimos de los sindicatos cuando comenzaron a emerger en la vida pública, primero como entidades ilegales bajo la dictadura e infiltrándose en las estructuras del sindicato vertical del franquismo hasta desalojarlo y, seguidamente, organizando peligrosas jornadas de lucha que eran reprimidas con una dureza desproporcionada por la policía del régimen, que metía en la cárcel a los dirigentes que las convocaban.

Muchas huelgas en aquellos años fueron causa de años de prisión para el comité de empresa que las declaraba y punto de inflexión para la definitiva implantación del sindicalismo democrático en España. A los de mi quinta, la imagen que ilustra las reivindicaciones sindicales germinales de aquellos tiempos es la del Proceso 1001 o la de un Marcelino Camacho, líder del otro gran sindicato español Comisiones Obreras (CCOO), vestido con el simbólico jersey con el que se enfrentó a la represión y el presidio de manera pacífica pero firme, como un Gandhi español.

Tal es nuestra valoración de los míticos personajes que se jugaron la piel para que los sindicatos, como instrumentos al servicio de los trabajadores, consiguieran implantarse en nuestro país. Nuestra memoria sentimental alberga, desde entonces, componentes de ese movimiento sindical que fue conquistando su lugar con enorme esfuerzo y lucha entre la clase trabajadora y arrancando derechos y mejoras laborales que, hoy en día y con pretexto de la crisis económica, vuelven a ser negados o “recortados” a los trabajadores.

Toda esta amalgama de recuerdos, imágenes y sensaciones brotan espontáneas al conocer que Cándido Méndez dejaba la secretaría general de la Unión General de Trabajadores (UGT) tras 22 años al frente del sindicato.

Había tomado el relevo, en el año 1994, al histórico dirigente Nicolás Redondo, quien había conducido la UGT desde la clandestinidad hasta el primer puesto del sindicalismo español, al convertirlo en el sindicato mayoritario del país en la década de los ochenta, no sin enfrentamientos con su partido “hermano”, PSOE, contra el que secundó una huelga general que Felipe González jamás le perdonó, y con el escándalo por los afectados de la quiebra de una promoción de viviendas promovida por el propio sindicato.

Cándido Méndez es de esa clase de sindicalistas que están predestinados genéticamente a serlo. Se afilia a UGT cuando contaba sólo 18 años y desde tan temprana edad comienza a involucrarse en la lucha obrera y en la gestión sindical, alcanzando ser secretario general del sindicato por la provincia de Jaén y, en 1986, secretario general de UGT Andalucía. Y de allí, tras las zozobras de la dirección anterior apuntadas más arriba, es elegido secretario general a nivel nacional del sindicato.

Afortunadamente para nuestro país, hubo y hay muchas más personas que, con su voluntad y dedicación, han contribuido que el movimiento sindical apuntalara la construcción de la vulnerable democracia española y consiguiera para los trabajadores parte de sus beneficios y oportunidades.

Desde que en el año 1977 se legalizaran las centrales sindicales y se permitiera el pluralismo con el reconocimiento de UGT, Comisiones Obreras (CC OO), Unión Sindical Obrera (USO), el sindicato vasco ELA-STV, Sindicato de Obreros del Campo (SOC) y la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), figuras como Marcelino Camacho, Nicolás Redondo, Antonio Gutiérrez, Paco Casero, Diego Cañamero, Eduardo Saborido, Fernando Soto y muchos otros tomaron el testigo del activismo social y obrero que promovían, en ámbitos paralelos, entidades vinculadas a movimientos cristianos de base, como las Hermandades Obreras de Acción Católica (HOAC), la Juventud Obrera Cristiana (JOC), etc.

Los que nunca hemos estado afiliados a ningún sindicato ni a partido político alguno tenemos una deuda de gratitud con cuantos han batallado para que en nuestro país se reconozcan los derechos laborales y las libertades individuales y públicas. Como trabajador y como ciudadano me siento protegido y amparado por unas organizaciones que, más bien que mal, defienden y velan por nuestros intereses, sin importar que la desidia nos haga escamotear una cuota o no participar más activamente con ellas en pos del progreso y la prosperidad comunes.

En el adiós de un sindicalista histórico, la memoria nos hace caer en la trampa romántica de los remordimientos y las añoranzas, pero no en la ingratitud y el desprecio hacia quienes, como Cándido Méndez, han dedicado su vida para que la derrota del trabajador no sea completa y el poder del capital, absoluto. Gracias, compañero.

DANIEL GUERRERO
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