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Hartura catalana

El sentimiento independentista es muy fuerte en Cataluña. No mayoritario en términos absolutos y puede que ahora levemente decreciente. Pero, sin duda, potente. Mucho más que en los tiempos de la dictadura y, desde luego, que en el momento en que la democracia y la Constitución de las libertades, que votaron con el mayor entusiasmo, pues le supuso en su caso y, además, el autogobierno y un reconocimiento a sus señas de identidad, a sus hechos diferenciales como no habían tenido jamás en su historia. Porque la realidad histórica es esa: nunca ha existido en aquel territorio un mayor grado de autonomía y unas competencias propias tan impresionantes y sin parangón en toda Europa.



Es, pues, una inmensa mentira que esta España actual y democrática haya oprimido en nada a Cataluña, cuando lo que ha hecho ha sido exactamente lo contrario. Por mucho griterío, por mucha consigna y por mucha tergiversación histórica, esta verdad es un evidencia tan absoluta como imposible de negar para nadie, excepto cuando el fanatismo ya nubla cualquier raciocinio.

Hay, pues, además de una traición a la Constitución que rubricaron con su voto, un ingratitud brutal y una estafa a la generosa confianza a la ciudadanía y a sus instituciones democráticas que creyeron que, en verdad, lo que se quería, era un encaje en el Estado y una convivencia armónica con el resto de España.

Simple y llanamente mintieron, nos engañaron. Tenían su plan a corto, medio y largo plazo. Y un exclusivo objetivo. Ir no encajando ni vertebrando sino desencajando y sembrando agravios, victimismo y todo lo que fuera preciso para que se creara, desde la escuela al campo de futbol –la educación como lavado de cerebro ha sido un ejemplo palmario de adoctrinamiento masivo– un sentimiento de odio con todas las letras a todo lo que significa España, y cualquier cosa que suponga lazos en común y convivencia.

Empezando por la lengua, cuando de defender a la propia se pasó al ataque e intento de extirpar la común. Diciendo además que cuando prohíben –porque prohíben– estudiarla, escribirla y hasta hablarla, resulta que dicen que no, que los prohibidos se quejan de vicio. Que no pasa nada hombre, que se exagera.

Y para ello, además, contando con el asentimiento de ese progresismo español, genuflexo ante el nacionalismo, que ha sido y sigue siendo su mejor coartada y sus aliados o mejor dicho, los imprescindibles tontos útiles para llegar a acariciar la quimera que suponen la llegada al país de la leche y de la miel y que cualquiera que se detenga a pensar un instante sabe que donde lleva es a un disparate de pesadilla y desierto.

Mas ha convocado elecciones. En un acto que ha sido un nuevo y cínico engaño. Sabe que lo que convoca son unas elecciones autonómicas y eso es lo que ha firmado y hecho. Porque no tiene competencias, ni autoridad ni legitimidad para convocar otra cosa. Pero luego aplicará, si puede, el resultado como si hubiera convocado una muy diferente cosa. Y pretenderá ponernos ante el hecho consumado. Un hecho que ya puede ser tan irreversible como traumático y definitivo y que obligue a una respuesta indeseable como insoslayable.

No sé cuál es ahora mismo el estado de ánimo de la sociedad catalana. Conozco mejor el del resto de España. Y en este lo que observo es que predomina el más creciente de los hastíos. Hay un hartazgo ya tan inmenso con el que quizás apenas nadie está contando. Porque hemos sido tantas veces engañados, tantas veces insultados encima, que la paciencia ya está más que agotada. Y esa situación puede dar lugar a consecuencias verdaderamente penosas para todos. Una especie de que se arregle de una vez o que de una vez se rompa del todo. Pero de una vez ya y para siempre.

No es lo que escribo lo prudente y lo racional y es indudable que es ahí donde hay que estar y huir de provocaciones y estallidos. Pero el riesgo es cada vez mayor. Y no contribuye en nada a calmarlo la monserga repetida que ahora vuelve a hacer suya ZPedro. Que en el fondo la culpa de que haya separatismo galopante viene a ser de España: de Rajoy, para ser preciso.

Ese pretender quedarse siempre en medio y que ha sido en realidad transitar siempre en el lado que no era para nada el suyo y, finalmente, acabar por no estar en ninguno. Consciente o inconscientemente. Los Maragall, con nocturnidad y alevosía, pues su única intención ha quedado clara y era pasar las tropas socialistas a la orilla separatista. Lo de Montilla y su estúpida ambición de gobernar al precio que fuera y el precio fue ser el tonto útil mas útil de todos y con mayúsculas del secesionismo. Y, sobre todos Zapatero, el más letal gobernante de España contra la propia integridad de la Nación que gobernaba.

Pues a aquel ZP le ha salido continuador este ZPedro que anda en las mismas y que proclama que el problema si él hubiera estado al mando no hubiera existido. Esa equidistancia entre la Constitución, la ley de todos, el voto de todos los españoles y quienes pretenden sin tapujos violarlos y expropiarlos que es imposible y ahora más que nunca.

Porque hay asuntos en que ya no hay termino medio, porque una parte hace mucho que solo admite y pretende la claudicación absoluta de la otra. Pero Sánchez, con tal de asestar lanzadas al PP y a Rajoy, a quien las asesta una vez más es a los españoles todos. O tal vez supone que tiene dotes mágicas y una pócima milagrosa para convertir a Oriol Junqueras.

En realidad, lo que podemos esperar de él, y no digo ya de esos Podemitas a los que hay ingenuos que suponen disgregadores del bloque separatista cuando son ya su mejor aliado para el futuro, es que visto lo visto y sus pactos, lo que está dispuesto a hacer es rendir todo y encima llegar ya a la absoluta aberración de que una Cataluña independiente de hecho y de derecho, donde España en su conjunto nada tenga que opinar ni que decir, pero ella, Cataluña, sí pueda seguir influyendo y hasta mandando en España. Que ese es el juego perverso. Independiente Cataluña de España pero no España de Cataluña.

ANTONIO PÉREZ HENARES
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