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Tener criterios para actuar bien

Hoy me hago eco del libro Inteligencia natural, In, de José Carlos Aranda, profesor y miembro de la Real Academia de Córdoba, que entre otras cuestiones plantea y defiende que gran parte de la educación que hay que ofrecer a los hijos consiste en enseñarles a actuar bien en la vida; que se hace necesario, desde la familia y pasando por la escuela, enfrentarse a un relativismo subyacente que poco a poco nos ha ido instalando en la mediocridad.



Efectivamente, vivimos en un mundo manipulado por unos medios de comunicación que, a su vez, son voceros de la política y que están hábilmente dirigidos por el capital. Vivimos en una sociedad donde lo que impera y sobresale es el dejarse llevar por las opiniones ajenas que día a día nos gotean o nos llueven suavemente, si ustedes quieren.

Llovizna desde el televisor, como gran medio de masas; o chispea selectivamente, para una minoría, desde el diario único de cabecera, según la ideología de cada cual. Hay que reconocer que, con insistencia, caen verdaderos chaparrones de des-información desde diversos frentes.

La televisión, digo que nos llueve, porque trata de ir regando poco a poco las mentes de los espectadores para no pensar, para que instalados frente a la charlatana caja y sin gran esfuerzo, inocular “un dulce no hacer nada” (il dolce far niente) de intensidad emocional alta y de baja o nula calidad intelectual, que nos macera en el aburrimiento.

Pensar es una imprudencia, un desliz. Envidiar a sujetas o sujetos vacíos de cualquier tipo de cualidades sería la meta a conseguir. Un minuto de gloria en la televisión, aun a costa de la propia dignidad es todo un logro (¿!?). ¡Viva la televisión y su basura o, si lo prefieren, viva la basura de la tele! ¿Qué echan hoy? Basura… El trasiego de entradas-salidas de la cárcel de estos días es uno de tantos ejemplos.

¿Tratan de frivolizar como evasiva a las calamidades que nos cercan por doquier? Como muestra puede valer la publicidad, que es una de las grandes amenazas para la libertad y el bien-estar humano al asociar las necesidades con los deseos, para que así lo superfluo se convierta en necesario. Otras muestras de enredarnos las obvio por conocidas.

Políticos y publicidad lo saben hacer muy bien con ayuda de los medios que, no lo olvidemos, son del capital y éste no tiene color político, aunque a veces nos haga creer que sí. Piensen en el abanico de prensa y televisiones españolas y los lazos que unen a unas con otras, aparentemente contrarias. Es sólo una idea de las muchas que podemos rastrear en este mundo interconectado pero, posiblemente, más subyugado que antaño.

Volvamos al profesor Aranda. Nos dice que estamos instalados en la cultura del “tengo derecho a…” y por ese camino vamos de mal en peor. Plenamente de acuerdo. Hay que cambiar las pilas y empezar a defender, enseñar, descubrir el “tengo deber de…” porque nuestro con-vivir se complementa en un continuo toma y daca entre derechos y deberes como binomio inseparable.

Si ignoramos ese binomio, continuaremos siendo pasto de un “aprovecha el momento” (carpe diem) que falsamente nos han montado y desde el que seguirán dominándonos, domeñándonos como a sumisos corderitos. A cualquier tipo de gobierno, ciertamente a unos más que otros, les interesa que seamos incultos, obedientes, sumisos…

Actuar bien en la vida implica, como dice Aranda, educar en inteligencia moral y dicha parcela o se enraíza en la familia o se hace harto difícil conseguir resultados sin apoyo de los padres, verdaderos cimientos de todo el edificio de lo que seremos en un próximo futuro. Educación con criterio frente a un “dejar hacer-dejar pasar” (laissez faire…) en el que nos hemos instalado indolentemente en los últimos tiempos.

Ser felices es una meta a conseguir pero –siempre hay un pero– felicidad y dicha no caen de los árboles como la manzana del mito de Adán y Eva. La felicidad se gana. El dicho popular apunta que “quien algo quiere algo le cuesta”. Si hacemos un somero repaso del concepto “costar” nos aproxima, entre otros, a “valer”, entendido como algo que merece aprecio y estimación por alguna de sus calidades. Escarbemos en esta idea.

Del citado libro entresaco lo siguiente: “No necesitamos ser genios… para ser felices; también es importante saber hablar y sonreír, saber escuchar mirando a los ojos, saber aceptar las frustraciones y el no por respuesta, saber ser amigo de tus amigos, saber ser honesto, saber perdonar, saber darle un sentido a la vida…”. El abanico de saberes que nos ofrece es todo un desafío, ciertamente no fácil, pero seductor si nos apreciamos.

Cierro estas líneas con una reflexión que perfile, en la manera de lo posible, algo de lo expuesto. La libertad de expresión es un derecho básico, incuestionable, irrenunciable. Para expresar, hablar, manifestar o decidir hace falta tener un criterio bien formado, y para ello se necesita una información fundamentada, suficiente, plural y no interesada, aspectos estos no fáciles de conseguir. Sólo así se puede ser libre, sin sucumbir –aunque sea inconscientemente– a camuflados cánticos de sirena. Quizá sea pedir lo imposible.

PEPE CANTILLO
FOTOGRAFÍA: DAVID CANTILLO
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