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Arquitectura: Tadao Ando

Japón es un país que nos llama la atención por distintas razones: se encuentra en el extremo Oriente y muy alejado de nuestro país, por lo que en cierta medida lo consideramos exótico, en el sentido de que su cultura y sus tradiciones difieren en gran medida de las nuestras. También nos referimos a él como lugar de un alto desarrollo industrial, tecnológico y económico, ya que se recuperó tras haber sufrido la dura derrota en el Segunda Guerra Mundial.



Sin embargo, hay algo que la mayoría de la gente desconoce: es un país de grandes arquitectos, como lo indican los seis premios Pritzker que lo han recibido distintos creadores de la arquitectura, lo que le equipara a Estados Unidos en el número de galardones recibidos.

Como no podía ser de otro modo, el primero de los Pritzker recibido por un arquitecto japonés le correspondió, en 1987, al genial Kenzo Tange, nueve años después de crearse este premio considerado como el Nobel de la Arquitectura.

Ocho años después de recibirlo Kenzo Tange, en 1995 se le adjudicaría a Tadao Ando, nombre que traigo a esta sección dedicada a la Arquitectura no solo por este galardón, sino también por una singular obra que realizó en nuestro país. Se trata del pabellón de Japón en la Expo’92 de Sevilla, muy visitado durante este evento. En la actualidad ya no puede contemplarse puesto que fue desmontado tras la terminación de la Feria Internacional.

Sobre Ando, el escritor japonés Masao Furuyama nos dice lo siguiente: “Mucho después de haberse convertido en un arquitecto internacional, Tadao Ando sigue siendo el Ando de Osaka. Sus conferencias atraen a multitud de fervientes admiradores. Charla con toda naturalidad con estudiantes, amas de casa y taxistas, contento de estrecharles la mano y de firmarles autógrafos”.

Y es que la formación de Tadao Ando es bastante sorprendente. Hoy, la ciudad de Osaka, que lo vio nacer en 1941, lo reconoce como uno de sus personajes más relevantes. Curiosamente, en su juventud nada indicaba que fuera a dedicarse al trabajo de arquitecto, ya que fue boxeador amateur, por lo que es posible verle en alguna fotografía portando los guantes de boxeo.

Sobre esta experiencia el propio arquitecto declararía: “El boxeo es un deporte de lucha en el que uno solo cuenta consigo mismo. Durante los meses que preceden a un combate, te dedicas a adiestrar el cuerpo y la mente mediante la práctica y el ayuno. Es un deporte draconiano en el que te juegas la vida, abrazando tanto la soledad como la gloria. Mis experiencias como boxeador, la intensidad de saltar al cuadrilátero, la soledad de tener que luchar completamente solo, sin contar con nadie, se convirtió en mi piedra de toque creativa”.

Estos antecedentes no son los habituales de un arquitecto. Y menos aún de alguien que no recibió educación alguna en escuelas de arquitectura, pues su formación es completamente autodidacta, fruto de sus lecturas y viajes por África, Europa y Estados Unidos, así como por el minucioso estudio que llevó a cabo de la arquitectura japonesa tradicional.

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Tal como he apuntado, el único trabajo que hemos podido conocer de Tadao Ando en España fue el pabellón que proyectó para la Expo’92 de Sevilla, por lo que comienzo por esta obra, ya que algunos la recordarán por la singularidad de su belleza.

Su idea a la hora de proyectar el pabellón era la de familiarizar a los visitantes con el arte tradicional japonés y con una estética basada en la sencillez sin adornos. Con ello buscaba traducir la cultura espiritual de su país utilizando fundamentalmente la madera, un material muy presente en las casas y los edificios históricos de Japón.

Desde el punto de vista constructivo, las paredes exteriores, que formaban la parte más visible del conjunto, estaban revestidas con un enlistonado horizontal de madera, de manera que se arqueaban de abajo hacia arriba.

En medio de la exhibición de espectacularidad con la que se mostraban pabellones de otros países, el sencillo e imaginativo pabellón japonés resultó ser uno de los más visitados de aquel evento que, en cierto modo, fue un hito en nuestra tierra.

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He hablado de espiritualidad para referirme a la arquitectura y la cultura del país nipón. Para ello, habría que remitirse al sintoísmo, que, junto con el budismo, configuran las dos religiones predominantes de este país. Dentro de los ritos del sintoísmo se incluye la adoración a los kami o espíritus de la naturaleza, por lo que la influencia de los elementos y las fuerzas naturales están muy presentes en sus obras.

A pesar de todo ello, Tadao Ando ha realizado magníficas obras ligadas al cristianismo. Una de las más conocidas es el pequeño templo en la localidad de Ibaraki, en la región de Osaka, que le fue encargado por la Iglesia de la Luz, una rama protestante, cuyo pastor Noboru Karukome diría sobre el mismo: “Para empezar, una iglesia protestante es sencilla. Posee poca ornamentación. Si eso se lleva al extremo, se acaba con tan solo una sala de reunión. Ando hizo un magnífico trabajo, ya que creó un espacio en el que la luz tiene una clara presencia”.

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En el conjunto de su obra, Ando ha proyectado tres templos cristianos: la conocida Iglesia de la Luz, la Iglesia del Viento, en el monte Rokko, y la Iglesia del Agua, en Hokkaido.

Esta última se alza en un magnífico entorno natural del extremo norte del archipiélago japonés, región de exuberante naturaleza y de enormes fríos invernales. En el emplazamiento se ha desviado un arroyo natural para crear un lago artificial de forma rectangular, que se ubica como telón de fondo del espacio interior desde el que se contempla una gran cruz.

La planta del edificio consiste en dos cuadrados superpuestos: en el más pequeño hay cuatro cruces pequeñas que casi se tocan. Por otro lado, las paredes son de doble muro para aislarlo térmicamente debido a las bajas temperaturas invernales.

Tal como he apuntado, lo más llamativo de este singular templo es que los fieles se encuentran en un austero espacio contemplando, tras el acristalamiento, la cruz que se eleva desde las aguas del pequeño lago.

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Un año antes de recibir el premio Pritzker, es decir, en 1994, Tadao Ando diseñó en una zona montañosa de la prefectura de Hyogo el denominado Museo de la Madera, con el objetivo de mostrar al visitante el uso de este material en distintas culturas del mundo.

La solución que buscó el arquitecto japonés fue la de construir una sólida estructura troncocónica en la ladera boscosa de la montaña. Así, el edificio central contiene un espacio anular de 46 metros de diámetro y de 16 metros de altura, de modo que en su interior se crea un auténtico bosque de columnas laminadas y vigas entrecruzadas que llenan el espacio.

Para llegar a esta parte central, hay que caminar a lo largo de una larga rampa ascendente que arranca desde el lugar en el que hay que dejar los vehículos, puesto que la cima se alcanza a pie. Esto, según los visitantes, provoca la sensación de lento peregrinaje hacia la cumbre, contemplando la enorme belleza de un entorno densamente poblado de árboles.

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El Museo Histórico de Chikatsu-Asuka, es un edificio dedicado a los kofun o túmulos funerarios, lugar en el que según las creencias niponas habitan los espíritus ancestrales.

Sobre el mismo, Masao Furuyama nos dice lo siguiente: “Este edificio es audaz. En él, la ambición arquitectónica se plasma en un diseño extraordinariamente simple. La ambición arquitectónica es la voluntad de dar orden al mundo a través, no del lenguaje o la metafísica, sino del diseño. En cuanto a esta obra, el temerario intento de dividir el mundo en dos reinos mediante una enorme escalera de piedra es nada menos que ambición arquitectónica”.

De este modo, la cubierta de este museo en el entorno de Osaka es en realidad una escalera de poca pendiente, empedrada con varios miles de trozos de granito blanco, sugiriéndonos las antiguas ruinas griegas o evocando a las pirámides.

Es, como bien dice Furuyama, un edificio sin parangón, ya que no existe otro en el mundo en el que una escalera se convierta en cubierta, con lo que adquiere un protagonismo singular.

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La espiritualidad oriental está profundamente conectada con la práctica de la meditación, en el sentido de la búsqueda del encuentro entre el interior de la persona con las formas que simbolizan a la naturaleza y al universo. Como vemos, esta religiosidad se encuentra muy distante de las que predominan en la cultura occidental.

Dada la austeridad de este modo de entender al ser humano en su relación con la vida y el universo, la UNESCO, para celebrar su cincuenta aniversario en 1995, le encargó a Tadao Ando la construcción de un espacio de oración por la paz en el mundo que transcendiera las diferencias étnicas o religiosas.

De este modo, en la sede que este organismo posee en París y muy cerca de donde se encuentra la torre Eiffel, Ando proyectó un espacio de meditación cilíndrico, realizado con hormigón armado, ubicado en un estanque, por lo que hay que acceder a través de una pequeña rampa.

La extrema sencillez define a este cilindro que tiene dos entradas, sin puertas que cierren, y una claraboya anular en su parte superior que es de donde procede la luz que lo ilumina. Lugar, pues, para entender que más allá de templos y creencias que separan a las personas, hay un espacio para meditar sin otros elementos de apoyo que la propia conciencia del ser humano.

AURELIANO SÁINZ
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