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La violencia como “divertimento”

Todos los días conocemos casos de agresiones que se desencadenan a nuestro alrededor. Los periódicos, la televisión y las propias circunstancias vividas nos mantienen al tanto de los variados incidentes de violencia que se producen, tanto en el entorno como fuera del país.

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Homicidios intimidaciones, robos, malos tratos, violencia doméstica, etc., son claro ejemplo de una conducta social inapropiada que hace de la fuerza la máxima ley y del abuso una forma de vida. Indudablemente, los incidentes más próximos son los que realmente afectan y nos ponen en tensión frente a las personas que nos rodean, máxime si son de fuera.

Junto a estas manifestaciones de violencia, y como consecuencia directa de ellas, se va desarrollando en cada uno de nosotros una sobrecarga de indignación, de temor, unido a una clara actitud de prevención y distancia respecto a los demás. Dicho proceder puede conducirnos también a formas de violencia más o menos solapadas.

Crece la sensación de inseguridad y se despierta el recelo ante personas y situaciones que juzgamos como posibles peligros. Se va produciendo una desconfianza que nos hace muy suspicaces o responder de forma inadecuada y desproporcionada ante palabras y comportamientos de los demás. Se debilita nuestra tolerancia y crecen los recelos, la desconsideración y, por ende, aumenta la intransigencia frente a los demás.

Esta semana intentamos digerir la violencia mortal que ha salpicado, una vez más, al mundo del deporte. No es la primera vez, y me temo que no será la última, que en un enfrentamiento entre hinchas se produzcan lesiones e incluso muertes, como la del fin de semana pasado o la acaecida en 1998, ambas en los aledaños del Vicente Calderón.

Los altercados entre hinchadas de equipos no son nuevos en nuestros campos de futbol. En este caso tampoco podemos hablar de chiquilladas a la vista de las edades de muchos participantes y de los detenidos.

Dicen ser ultras, de extrema derecha o de extrema izquierda, aglutinados alrededor del futbol, pero que en el fondo pasan de ideologías y sólo buscan bronca. “Divertimento”. La masa de energúmenos estaba integrada por ultras del Atlético y el Deportivo a los que se unen los del Rayo y el Sporting y, al parecer, algunos elementos del Alcorcón. Un quinteto de pólvora para calentar el ambiente previo al partido. Ni tan siquiera pueden decir que salían cabreados después del evento puesto que los hechos son previos.

Según la prensa, estos grupos de radicales utilizan los partidos de futbol como excusa para incrementar sus actividades delictivas, sin que detrás haya unos ideales políticos y ni tan siquiera deportivos, sino sólo pasión por la violencia. Prueba de ello es que casi todos los detenidos tienen un largo historial delictivo, incluido el hincha muerto.

Por otro lado, estos encuentros no son resultado de una combinación de circunstancias casuales, que no se pueden prever ni evitar, y sí son resultado de causalidad premeditada y preparada de antemano hasta el punto que, en este caso concreto, logran cortocircuitar la presencia policial.

Las redes sociales no chivaron hora y sitio de la cita: fue WhatsApp el hilo conector. Es decir se cuidaron mucho de no hacer público el lance. A todo ello se suma el escamoteo de información al contratar los autobuses, evitando que la Policía se percatara y pudiera escoltarlos. Vamos, que hay premeditación y alevosía manifiesta en toda la operación maquinada.

Una cuestión parece quedar clara: si los humanos, determinados humanos, practicamos la agresividad con bastante alegría, en esta ocasión los hinchas se han superado con creces. Juegan deliberadamente con toda una serie de circunstancias que les permitirán enfrentarse en una batalla campal en toda regla, previamente acordada, lo que confirma que lo deportivo era secundario para ellos.

Los encuentros de masas (recitales, partidos de futbol, manifestaciones de uno u otro color), son escenarios magníficos para montar bulla, destruir, quemar y si cae muerto alguien pues que le vamos a hacer… ¡gajes del oficio!

Lamentable pero cierto, cuando al amparo de un evento lúdico, como es un partido de futbol o uno reivindicativo como puede ser una manifestación reclamando unos derechos, aparecen energúmenos de esta calaña que sólo buscan bulla, y que de paso aprovechan las circunstancias para destruir lo que encuentran a su alcance. Hablamos de una mala praxis en la que, al amparo del anonimato de un pasamontañas, destruimos por puro deleite.

¿Hasta dónde hubieran continuado de no caer herido un hincha al agua? ¿Ese detalle funesto pudo ser causa para interrumpir la batalla? Sin embargo, el herido permaneció más de media hora en el río, lo cual fue definitivo para que muriera. ¿Pudo ese dato ser importante para que se interrumpiera la lucha? ¿Nadie sabía nadar? No estoy apuntando a responsabilidades. ¿Quizás el miedo congeló la furia y paralizó los ánimos?

En este asunto, algunos de los detenidos, incluido el hincha muerto, tienen antecedentes delictivos. La retahíla de méritos de muchos de ellos es abundante: robo con violencia, agresiones por malos tratos, atracos, drogas, falsificaciones…, y pone de relieve que ser hinchas sólo les vale para darles cobertura y excusa para seguir haciendo de las suyas. Alguno parce que quedó insatisfecho y quería más.

Titulares del martes dicen que un cámara de televisión, que filmaba la salida del furgón mortuorio de Madrid, fue atacado por un ¿dolorido? hincha. ¿Derecho al pataleo? ¿Son los últimos coletazos de la bestia? ¿De dónde proviene todo esto? ¿Quién le pone coto a tanto desvarío? Creo que este tema no es un problema de Estado sino que pasa primero por cada club.

No soy aficionado al futbol pero eso no quita para entender y defender un deporte que, en principio, permite que el personal comparta tiempo y emociones con los demás desde una actitud de diversión sana, que se distraiga olvidando por unas horas toda una cadena de problemas. No me refiero a este deporte y, en este caso, como opio para entontecer a los aficionados.

Como espectáculo está claro que mueve masas y que hasta puede servir de catarsis para eliminar toda una serie de malos humores que perturban la conciencia o el mismo ánimo de la persona. Estoy hablando de los aficionados sanos y normales, que son la mayoría, y que van al estadio a divertirse y a pasar un rato agradable. Los cafres son los menos aunque está claro que dejan huella y bastante amarga.

Pero ¿quién pone puertas al campo en el caso de los violentos destructores? Los clubes los han utilizado y han creado una bestia se les ha escapado de las manos. La violencia en las gradas y aledaños de los campos de futbol se ha extendido como una mala plaga.

Es una enfermedad grave que hace tiempo invadió nuestro entorno social; quizás porque si no montamos follón no me divierto; quizás porque hemos perdido el más elemental respeto a las otras personas; quizás porque ejercer violencia, incluso hasta el punto de matar, no sale caro; quizás porque nos divierte jugar al límite y vivir peligrosamente. Vivir puede ser una aventura pero ¿tan poco valor tiene una vida?

Quien ejerce violencia tarde o temprano será víctima de ella. Que se lo digan al muerto, a sus familiares, a quien o quienes lo golpearon. Ningún ser humano merece que otro le quite la vida por las razones que sean: ideológicas, religiosas, políticas o deportivas en este caso. La vida, una vez que se ha accedido a ella, es algo tan importante, tan sagrado que hay que respetarla. Aunque este principio lo olvidamos con tozuda insistencia.

Lo único cierto es que se ha creado un caldo de cultivo peligroso para convivir entre nosotros. La violencia, venga de donde venga, está demostrado que crea violencia, que destruye todo lo que se le pone delante y sobre todo que si damos a mamar violencia a los más que vienen detrás, el ejemplo se extenderá como reguero de pólvora –la pólvora potencialmente es violenta– que prende con una insignificante cerilla.

PEPE CANTILLO
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