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¿Tomodachi?

Me lo llegan a contar hace tres años, en la “era dorada de Wii” y no me lo creo. Nintendo saliendo días alternos a la palestra por asuntos varios, pero en ningún caso de buen augurio y sin parar de ganarse la desconfianza de sus accionistas y consumidores. El eslogan “Mayoral hace amigos” le parecía demasiado remilgado.

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Su última “nueva mala” ha sido la exclusión de relaciones entre personas del mismo sexo en Tomodachi Life para 3DS. En este título, una especie de mezcla entre juegos sociales y de citas, usamos un avatar Mii para charlar y tomar confianza con el resto de personajes hasta que, llegados a un punto, puedan incluso formar una pareja.

Pues bien, inicialmente estaba registrado este enlace afectuoso hombre-hombre mujer-mujer, pero según comunicados oficiales resultó ser un bug (fallo del sistema) que corrompía el juego, por lo que fue eliminado. Esta desaparición ha hecho que el colectivo homosexual –apoyado por gran parte del heterosexual- haya luchado contra viento y marea en pos de esta reinserción. La negativa de Nintendo ha sido rotunda. ¿Alguien esperaba lo contrario?

En esto de las relaciones entre iguales en los videojuegos está el campo bien cultivado de ejemplos similares. Así, mientras los medios volcaban toda la atención en la “poco agraciada” maniobra de la Gran N, se colaba por debajo de la puerta un eco lejano. Una vocecilla suave que con travesura entonaba un titular que rezaba: “Rusia prohíbe Los Sims 4 a menores por considerarlo propaganda homosexual”. Mutis mediático y toda la rabia volcada en los emparejamientos de Miis. Como se le coja manía a uno, siempre se va a por el mismo.

Ante semejante premisa, llega la hora de poner sobre la mesa la cuestión clave del asunto. ¿Dónde está el fallo en este enfrentamiento? ¿En los desarrolladores? ¿En los consumidores? ¿La industria del videojuego que falla en general? ¿Qué la cosa esté tan mal que para ligar haya que recurrir a una consola? Pues a todas, en su debida proporción. Incluso a la última cuestión. Que ya no se queda para cenar, sino para escribir por WhatsApp.

La dirección de Nintendo afirmó no introducir parejas del mismo sexo al no querer hacer crítica social en ningún momento. Aunque como excusa suena a pobre (la realidad es bien distinta), bien es cierto que es innegable una parte relativa indiscutible.

Japón es un país muy tradicional en el ámbito del amor. No queda otra más que aceptar que se vea con buenos ojos animes protagonizados por adolescentes con cuerpo de mujer, pero que se tache de amoral y repugnante que dos hombres se den la mano.

Lo comentado es bien cierto, por lo que respaldaría la desaparición en territorio nipón, pero hablamos de una compañía que trabaja a nivel global. Siendo esta su realidad, ¿no podrían haber considerado la opción de este tipo de “afectos” en las ediciones occidentales de Tomodachi Life? Además de mostrar una realidad cada vez más presente, se estaría beneficiando el agrado y cercanía de este tipo de target. Que buena falta le hace agradar a su público para aupar esas ventas.

Es muy sencillo decir que los estudios de videojuegos no tienen la obligación de hacer esta crítica social. Y es cierto que no la tienen. Pero si se agarra con valentía un tema cuando menos delicado, se extiende y se expande a tantas fronteras como se pueda, como es este tipo de ocio, se conseguirá que haya un mayor número de personas felices.

Que, por otro lado, es recíproco, porque el agradecimiento por ese hipotético gesto luego se convierte en un mayor número de ventas. Lo que está claro es que, en el fondo, tras estas motivaciones aparentemente razonables, se esconde la homofobia de una sociedad tradicional, como ya se expuso anteriormente.

Aclarando la posición que se podría haber adaptado, hay que dejar clara una cosa: no se puede vapulear a una compañía, que no es más que un conjunto de personas que buscan lanzar productos o bienes con los que obtener ganancias, por cuestiones de esta tipología y de esa forma tan abrupta. El problema hay que atacarlo de raíz, que no es otra que la sociedad en sí misma.

En la Antigua Grecia, de la que nuestra forma de hacer vida y política es deudora, la homosexualidad no estaba castigada. Era una forma como otra cualquiera de recibir-dar afecto. Esta es muestra más que suficiente para demostrar que si una de las civilizaciones más cultas de la Historia la veía como algo cotidiano, no hay motivos para que nosotros y nuestros contemporáneos la contemplemos de lejos, como algo pestilente y digno de ser tachado.

Todo lo citado queda en papel mojado, en deseos para un futuro de una realidad alternativa. Un ruso de 17 años no podrá jugar a Los Sims 4 por precaución de “contagio gay”. Que tenga novia desde los 12, es igual. Que ver un hombre desnudo le provoque náuseas, indiferente. Incluso que sea homófobo carece de valor argumentativo.

Si dos personajes ficticios –insisto, ficticios, irreales, hechos por ordenador- comparten el mismo techo, hay que evitar que ese juego llegue a manos de mentes “indefensas”. Con tanta polémica que ha levantado este juego, resulta curioso que tomodachi signifique “amistad” en japonés.

SALVADOR BELIZÓN / REDACCIÓN


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