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El fútbol como nueva religión

Decía Erich Fromm, ese gran psicólogo cuyas obras siguen aún vivas y actuales, que la verdadera religión de cada uno era aquello que amábamos, que nos motivaba en lo más hondo y que se convertía en el auténtico motor de nuestras vidas. Y lo decía siendo él de origen judío y con gran conocimiento de muchas de las religiones, fuera del mundo occidental como de aquellas que predominan en el oriental, caso del budismo.

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Lo manifestaba sabiendo que las religiones cuentan con sus correspondientes sistemas de creencias; sus rituales de culto, muy diferenciados de unos a otros; los clérigos que administraban esos ritos; sus mandamientos; las esperanzas que ofrecen tras esta vida, etc.

Sin embargo, y como gran conocedor de la parte más íntima y oculta de la psique humana, comprendía que lo más relevante eran aquellos ideales, aquellas aspiraciones, aquellos deseos más profundos, que estructuran el carácter de la persona. De este modo, habría gente que diciéndose de alguna determinada confesión, su verdadera religión podría ser el dinero, o el poder, o la fama… o la pasión que siente por un determinado equipo de fútbol.

Sí, sí, también el fútbol se puede sentir como si fuera una religión. Sobre este tema, en algunas ocasiones he hablado y escrito. La última venía referida a cómo en algunas familias se vive la devoción por un equipo de manera colectiva, de forma que todos los miembros pertenecen al mismo, como si fuera una seña de identidad familiar parecida a la religiosa, ya que, como todos sabemos, la religión se transmite social y familiarmente.

También, y con cierto tinte de humor, he manifestado que el fútbol se ha convertido en la religión del siglo veintiuno, y, aunque en el siglo pasado la pasión por este deporte transformado en espectáculo televisivo ya movía a las masas de cualquier rincón del planeta, en el presente se ha reafirmado de modo inapelable.

En la actualidad, los equipos cuentan con estadios que son verdaderos templos en los que los aficionados se reúnen semanalmente para celebrar la ceremonia que les hará vibrar durante un par de horas y que continuará como motivo de conversación con los amigos durante los días restantes.

Pero no son esos enormes templos en los que los seguidores se entusiasman, gritan, discuten, maldicen al que va vestido de negro… sino que también hay que contar con todo el conjunto de símbolos, caso del escudo, del himno o los colores de la vestimenta; con los entrenadores y jugadores, convertidos en los apóstoles de la verdad y la grandeza de esos colores que apasionan; con la gloriosa historia del club, como si fuera el camino transitado hasta llegar al presente…

Por otro lado, los verdaderos aficionados no cambian nunca de equipo favorito; eso sería una auténtica herejía imperdonable. A lo máximo pueden perder un poco la fe, pueden dudar durante un cierto tiempo e, incluso, renegar de algunos de esos apóstoles que no han sabido dejar en buen lugar al club; pero jamás se verá que un seguidor deje a su equipo y se pase a otro.

Pero faltaba algo para completar la devoción a los colores del club: era necesario jurarle amor incondicional y eterno, más allá del tiempo de existencia aquí en la Tierra. Se necesitaba que el fútbol diera pleno sentido a la vida de los hinchas cuando la parca, esa vieja esquelética que se acompaña de una afilada guadaña, se asome un día a nuestra puerta para decirnos que se ha acabado la fiesta (si es que lo de ahora es una fiesta). Pues bien, eso ya lo han solucionado algunos equipos.

Y entre esos equipos se encuentra el Barcelona. Así, recientemente ha aparecido en la prensa la noticia de que el Barça ha resuelto ese problema para sus forofos, de modo que los que lo deseen sus cenizas descansarán para siempre en el Camp Nou. Para ello, ha creado el Espacio Memorial que albergará los restos, ya calcinados, de los que, una vez fallecidos, quieran permanecer “eternamente” en el feudo blaugrana.

De todos modos, como vivimos en una sociedad supercapitalista, hay que aclarar que el amor también posee un precio. Y también la pasión por un club que tiene entre sus filas a Messi y a Neymar (jóvenes, ¿guapos? y muy ricos) que se cotizan bastante alto, y con tribunales por medio.

Esto lo digo porque, según nos apuntan, el Espacio Memorial del Barça contará con 30.000 urnas individuales, de modo que hay que pagar 3.000 euros por cada una de las concesiones de 50 años y 6.000 para los que quieran llegar hasta los 90 años. Vamos, que “el más allá” blaugrana no está al alcance de cualquier bolsillo.

Y es que el Barcelona, tal como le digo a mis amigos béticos para mosquearles un poco, no es un club de “pobretones”. No es lo mismo verse rodeados en el “más allá” de genios como Kubala, Cruyff, Xavi o Pep Guardiola que de Gordillo, Cardeñosa o Rogelio, por ejemplo.

Por cierto, creo que esta práctica la comenzó el Betis, lo cual no es de extrañar, pues su lema “Viva el Betis manque pierda” era toda una declaración de fe y de amor incondicional a los colores blanquiverdes. Lástima que Ruiz de Lopera, alias “Don Manué”, fuera un falso profeta, en el que creían a pies juntillas y que los estuvo engañando durante muchos años.

A esta práctica le siguieron el Espanyol y el Atlético de Madrid. Y hoy nos encontramos que el Barcelona continúa con los pasos de dar eterno descanso a sus fieles; eso sí, a cambio de una sustanciosa cantidad, para que el alma del incondicional se la vigile y no se extravíe, ya que podría ir a los infiernos del club merengue, en los que perpetuamente sufriría terribles tormentos viendo los triunfos de su más enconado rival. Que todo puede ser.

Para mi amigo Daniel,
que nunca ha perdido la fe en su querido Betis.

AURELIANO SÁINZ

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