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Sí que estamos locos

Los consumidores, más conocidos como jugadores dentro del ámbito de los videojuegos, no terminamos nunca de decantarnos ni aclararnos por lo que realmente queremos adquirir, consumir. Por lo que queremos de veras comprar. Les ilustro con un ejemplo.

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Son muchos los jugones que afirman con total rotundidad, como insinuando que están asentando cátedra, que los gráficos no lo son todo. En este punto, esos aprendices de crítico, maestros de la necedad, llevan toda la razón. Un juego muy bonito visualmente, puede resultar un bodrio de dimensiones épicas.

Lo gracioso es que cuando tienen entre sus manos títulos como Scott Pilgrim Vs. The World o Golden Sun, con un aspecto visual muy cercano al de la era de Megadrive, no hacen más que despotricar del juego. Aunque a nivel jugable sea una delicia.

Entonces, para aquellos que cogen un mando con cotidianidad ¿qué importa más en un juego, que sea bonito o que sea divertido? Lo que importa es que sea la moda. Call of Duty y Army of Two no muestran más que tiroteos plagiados de su anterior entrega y los jugadores siguen cayendo en sus redes.

Pero no se preocupen, que no acaban aquí los ejemplos. Un tema muy divertido y del que no pocos habrán oído criticar, son los DLC (Download Content) o Contenido Descargable. Este término que suena más a itinerario de La Tienda en Casa que a videojuego, se trata de un material cualquiera, desde misiones, canciones o trajes para los personajes de un juego, por el que normalmente se suele pagar una suma de dinero. Mejor dicho, una injusta cantidad de dinero. O mejor expresado aún: un timo peor que el de las estampitas.

En generaciones de consolas anteriores, véase Dreamcast o Xbox por citar algún ejemplo, si se quería desbloquear dicho contenido, había que cumplir una serie de requisitos. La norma no escrita de antaño es que en cualquier juego de lucha siempre existían “personajes desbloqueables” que podías seleccionar una vez te pasabas el modo historia con varios avatares.

Lo mismo con las ropas: tenías que descubrir el código secreto –mítica la clave a introducir en la pantalla de inicio de Dragon Ball: Ultimate Battle 22 de PSX- o combatir con ese personaje muchas veces para conseguir ropajes adicionales.

Ahora eso suena a añejo, a vino de gran cosecha del 1980. Si se quiere conseguir un combatiente nuevo, pagas tres euros. ¿Una prenda alternativa quizá? Desembolsas dos euros, zagal. ¿Te apetece un pack con cuatro misiones que no hemos incluido en el disco, adrede, para sacarte los cuartos? Pues son diez euros, más la propina.

Pero un momento, ¿acaso opinan que los DLC son una estafa? Pues entonces piensan igual que la gran mayoría de los jugadores. Pero si todos ellos están en contra de pagar por contenidos descargables, si ninguno ve correcta esta política de las desarrolladoras, ¿cómo es que tiene tanto éxito esta estrategia? Perspicaz pregunta, querido lector. El que escribe estas líneas se cuestiona exactamente lo mismo. Quizá sea que se quejan mucho pero, finalmente, acaban pasando por caja.

Se me ocurren cientos de ejemplos como los antes citados. Si se innova mucho, se pierde la esencia (Resident Evil 5/6). Si no se innova nada, es todo siempre lo mismo (inFamous 2). A nadie le gusta las carísimas ediciones coleccionistas, pero… ¿cómo es que se venden?

La comunidad internacional de jugadores cree que Disney Infinity es un timo, pero… ¿cómo es que han vendido ya un millón de figuritas de los personajes Disney? Nadie lo sabe. Todo el mundo se queja de cosas que siguen adelante con un estado de salud envidiable. Tendremos que llamar a Iker Jiménez para que encuentre alguna respuesta.

Sí señores, los consumidores no hacemos más que protestar por cosas que normalmente acabamos consumiendo. Si el público fuera responsable, si nos uniésemos todos en contra de estas injusticias, no nos meterían a la fuerza productos tan carentes de contenido. El problema es que somos moldeables y en el fondo nos gusta, porque es más fácil ir a comprar un tomate de aquella marca que dice “soy el mejor”, que pensar cuál de todas me ofrece el mejor sabor.

El problema, en concreto dentro del mercado de los videojuegos, es que los jugadores aún son compradores muy inmaduros, puesto que su mercado es todavía demasiado joven como para haber consolidado sus bases de lleno. El problema, en realidad, es que sí estamos locos. Y no sabemos lo que queremos.

SALVADOR BELIZÓN / REDACCIÓN
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