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El sentido del humor

Nos encontramos en verano. Días de descanso, de disfrute y de olvidarse de los problemas; aunque no siempre lo logramos. Y es que, en los tiempos que corren, lo más normal es encontrarse con gente malhumorada, con mirada aviesa y echando pestes a diestro y siniestro. Es el mapa por el que ya nos llevamos moviendo durante más tiempo del que quisiéramos.

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Pensando en ello, me ha parecido oportuno presentar un trabajo de Miguel Ángel Santos, un gran amigo, catedrático de Pedagogía en la Universidad de Málaga, ya que juntos creamos y compartimos una sección en la revista Azagala titulada “Sentimientos y emociones” en la que ha aparecido su último artículo con la misma denominación que este. Bajo su aprobación, paso a presentarlo.

Comienza así:

El sentido del humor es necesario para vivir de forma saludable. Pero los tiempos que corremos no invitan a la sonrisa. Andamos entristecidos y malhumorados por la crisis, por la corrupción, por los problemas, por las prisas, por el temor al futuro.

Creo que, mientras más grande sea la adversidad, necesitamos más y mejor sentido del humor. ”El animal más sufriente de la tierra se vio obligado a inventar la risa”, dice Nietzsche. Una persona sin sentido del humor es como un auto sin amortiguadores: salta de dolor en dolor con cada bache del camino.

El sentido del humor es el término medio entre la frivolidad, para la que casi nada tiene sentido, y la seriedad, para la que todo tiene sentido. El frívolo se ríe de todo, es insípido y molesto, y con frecuencia no se preocupa por evitar herir a otros con su humor. El serio cree que nada ni nadie deben ser objetos de burla, nunca tiene algo gracioso que decir y se incomoda si se burlan de él.

Existen, a mi juicio, diversas vertientes del humor. Haré a continuación referencia a cinco. La primera es saber reírse de uno mismo. Incluye verse con buenos ojos. Exige no maltratarse. Le oí decir a Javier Iriondo, en el IV Congreso Nacional de Apfrato celebrado en Granada, que algunos deberían acudir a la comisaría de policía a denunciarse a sí mismos por maltrato. Se agreden con crueldad. Se castigan. Se exigen más allá de los límites. No se perdonan nunca.

Carecer de humor es carecer de humildad, es estar demasiado poseído de uno mismo. Aunque no debemos exagerar la importancia del humor: una mala persona puede hacer gala de un humor exquisito, y es posible ser buena gente y carecer por completo de sentido del humor.

No obstante, quien tiene humor suele ser más estimable que quien no lo posee. Nos hemos olvidado de reír. Se diría que no hay motivo alguno para la risa. Reír y hacer reír, dos caras de la misma moneda. Es bueno reírse de uno mismo y reírse con los demás. Tomarse las cosas con filosofía querría decir tomarse las cosas con alegría.

Conocí hace muchos años a un profesor que se tomaba con filosofía las adversidades de la vida. Se llamaba Basilio. Cuando alguien le fallaba, cuando le salía mal un proyecto, cuando le sobrevenía inesperadamente un contratiempo, se decía a sí mismo: “Chúpate esa, Basilio”. Era una forma de relativizar el problema, de aminorar el impacto del golpe, de responder con una sonrisa a una desgracia.

La segunda vertiente del humor es saber aceptar las bromas. Quien no tiene sentido del humor no es capaz de encajarlas con buen ánimo. Ya sé que hay bromas pesadas, pero algunos no admiten ninguna, ni siquiera las que son, a todas luces, simpáticas y cariñosas. Algunos tienen tan poco sentido del humor que ni siquiera las entienden.

Un amigo argentino me contó hace algún tiempo una anécdota que yo no conocía sobre Benito Pérez Galdós. Al parecer le pidieron al famoso escritor de forma imprevista una conferencia para un grupo de religiosas. La fecha que le proponían dejaba poco tiempo para la preparación. Con toda la sorna que cabe en la frase, Galdós contestó: “No me gusta hablar a tontas y a locas”.

Ingenio. Eso es ingenio. La magia de la mente manejando las palabras y las ideas. Pienso que si las monjitas se sintieran agraviadas carecerían de sentido del humor.

El humor es un instrumento apropiado para promover la tolerancia y las relaciones sanas. Es un test de personalidad, Lichtemberg escribió: “Nada determina más el carácter de una persona como la broma que la ofende”.

La tercera vertiente es reírse de la vida, de lo que sucede, incluso de las cosas más graves. Se puede uno reír de la desgracia, de la muerte, de la ruina… La risa puede tener efecto terapéutico. Es lo que llamamos humor negro. Vi una furgoneta en Rosario (Argentina) de una empresa que se dedicaba a hacer derribos. El nombre de la empresa era “Bin Laden Demoliciones”. En un cementerio de Georgia hay una lápida en una tumba con esta inscripción: “Te dije que estaba enfermo”.

El humor permite ver lo que los demás no perciben, ser consciente de la relatividad de todas las cosas y revelar con una lógica sutil lo serio de lo tonto y lo tonto de lo serio. A veces el mejor consejo es el que proviene de un chiste y no de una formulación teórica.

En el estupendo libro “El sentido del humor”, de A. Ziv, leí que unos veteranos de guerra habían acudido al cementerio para honrar a sus compañeros fallecidos. Eran tan viejos que uno le dijo a otro: “Y a ti, con la edad que tienes, ¿te merece la pena volver a casa?”.

La cuarta vertiente es reírse con los demás. El humor es una virtud social: podemos estar tristes en soledad, pero para reírnos necesitamos la presencia de otras personas. No sé dónde he leído que el humor es una forma de bondad. La risa aparece como la distancia más corta entre dos personas. No es un mal comienzo para la amistad ni para el amor. “Me enamoré de él porque me hacía reír”, le oí decir a una amiga.

No es tampoco un mal recurso para aceptar, o retrasar, la propia muerte y la de los demás. El humor es una demostración de grandeza que pareciera decir que, en última instancia, todo es absurdo y que lo mejor es reír, como hizo aquel condenado a muerte que iba hacia la horca un lunes y exclamó: “¡Mal empiezo la semana!”.

La quinta vertiente es hacer reír, provocar la risa. No es tarea fácil. Algunos se consideran graciosos y no son más que auténticos pelmas. Creo que los articulistas son demasiado serios. Y los profesores. Y los políticos. No hay humor en la prensa, ni en las aulas, ni en el hemiciclo.

Escribe Comte-Sponville: “Se puede bromear acerca de todo: el fracaso, la muerte, la guerra, el amor, la enfermedad, la tortura. Lo importante es que la risa agregue algo de alegría, algo de dulzura o de ligereza a la miseria del mundo, y no más odio, sufrimiento o desprecio”.

Me gustan las personas que, a medida que pasan los años, mantienen y aumentan el optimismo, la visión risueña de la vida. Me gustan las personas como el escritor francés Edmond Rostand que, el día de su ochenta aniversario, se miró al espejo y dijo: “Desde luego, los espejos ya no son lo que eran”.

¿Tiene límites el humor? Hay una delgada línea divisoria entre la posibilidad de “reírse de” y la de “reírse con”. Chaplin ponía como condición de posibilidad del humor la necesidad de que el chiste estuviera a favor del débil y no del fuerte.

Las virtudes de reír y hacer reír no siempre van juntas. El Corán dice que quien hace reír al prójimo merece el paraíso, pero nada dice sobre el que sabe reír. Conozco gente poco hábil para hacer reír, cuya risa es deliciosamente oportuna y contagiosa. También, a mi juicio, ellos merecen el paraíso.

Epílogo: Ni que decir tiene que comparto lo que nos dice Miguel Ángel Santos en este gran artículo. Y es que ahora más que nunca necesitamos del don de la risa para vivir, para disfrutar, para ganar amigos, para saber que el tiempo no se nos va inútilmente de las manos, para que no nos roben ese trozo de esperanza que nos queda… a pesar de que algunos se empeñan en aguarnos la fiesta. Por todo ello: les deseo a los lectores de Negro sobre blanco que disfruten durante estos días en aquellos sitios en los que se encuentren; seguro que vendrán tiempos mejores.

AURELIANO SÁINZ
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