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La piedra filosofal

Si todo el plan de reactivación de la economía española –del que se ha hecho bandera contra la crisis desde la cúpula del PSOE- se basa en que Europa nos preste dinero –el que iba a ir destinado al rescate de la banca española y que no hemos necesitado- para, a su vez, ponerlo en manos de las pymes y de las familias en riesgo de desahucio, habría que establecer que en el principal partido de la oposición siguen sin tener claro cuáles son los fundamentos estructurales de la situación por la que atraviesa nuestro país.

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Comprendo que desde la demagogia de la oposición, y fundamentalmente de quienes se dicen un partido de la clase trabajadora y de ideología social, pueda venderse esta medida buscando el voto que, según todas las encuestas, por la izquierda se está escapando desde el PSOE hacia IU.

Pero ello, que en sí mismo representa una pura estrategia electoral, choca contra los principios de la economía europea –de ahí los ruegos que Rubalcaba hace a Bruselas pidiéndole humildad antes de rechazar su plan- marcados por establecer políticas de ajuste presupuestario que no incrementen aún más el endeudamiento público, ya de por sí insostenible, permitiendo establecer garantías de futuro que logren que tanto el sector público como el privado se desarrollen en un marco de estabilidad y seguridad económica del que hoy está claro que no disponemos.

Estamos en lo de siempre. O abogamos por entregar el pescado a quienes nos lo demanden o, por el contrario, les enseñamos a pescarlo permitiéndoles ser autosuficientes. En las políticas excesivamente intervencionistas –las que caracterizan a los regímenes de izquierdas- suele optarse por la primera medida, generando una sociedad dependiente, escasamente productiva y con un aparato estatal sobredimensionado.

Eso es lo que, en cierta medida, y marcando las diferencias que pueda generar el pertenecer a un entorno democrático, pretende ahora Rubalcaba y, curiosamente, reclama multitudinariamente en las calles la izquierda francesa más radical, al socialista François Hollande, el mismo a quien desde el socialismo español se exhibió, hace ahora un año, como el adalid de las reformas económicas y sociales en Europa.

Es cierto –y no creo que haya quien lo niegue- que, paralelamente al ajuste, es necesario aplicar medidas que logren incrementar el consumo y hacer despegar la producción como principal generadora de empleo, pero siempre, y ello debieran tenerlo más claro de lo que lo tienen en los gabinetes económicos de las filas socialistas, respetando, en primer lugar, el principio de equilibrio presupuestario, sin el que es posible recuperar una economía productiva. Y ahí es donde se establece el gran reto de unos y otros, no resuelto en absoluto con la propuesta de Rubalcaba, en el sentido de aportar políticas que hagan compatibles ambas vertientes.

Llegados a este punto y visto el comportamiento de las economías más desarrolladas a lo largo de los últimos cien años, da la sensación de que resulta irreversible que a toda etapa de despilfarro, en lo público y en lo privado, haya de seguir una de ajustes severos que, ello es cierto, incide de forma más negativa sobre las clases más desprotegidas, a las que se ha de garantizar una cobertura digna hasta que pueda salirse de la situación de crisis.

Ya lo llevó a cabo el canciller socialista alemán Gerhard Schröder en 2002, con un amplio programa de reformas socioeconómicas relacionadas con el empleo, la salud, las jubilaciones o la inmigración, que potenciaron a Alemania como la “locomotora” de Europa. Y esa es la línea trazada desde Bruselas, a la que ha debido sumarse España, como también lo han hecho Grecia, Portugal, Italia, Chipre o Francia, entre otros países comunitarios que atraviesan por graves dificultades.

Lo propuesto desde el PSOE no representa sino una reedición del Plan E de Zapatero que, aparte de gastar casi más en vallas publicitarias que en obras –un 80 por ciento de las cuales se han venido a demostrar como innecesarias- no resolvió la estabilidad financiera de empresas y trabajadores implicados en dichas actuaciones y sólo vino a incrementar considerablemente el déficit público.

Así se entiende que el jefe de la oposición dé por rechazada de antemano su propuesta por parte de las autoridades europeas, conocedor, como lo es, de que tras España habría una decena de países que exigirían igual trato, algo inasumible en estos momentos. No ha descubierto el secretario general del PSOE la piedra filosofal de la economía española, por mucho que filosofar esté también a su alcance aunque, en este caso, represente un ejercicio baldío.

ENRIQUE BELLIDO
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