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Diálogo de sordos

Lo de Gobierno y oposición, lo de oposición y Gobierno, ahora y desde 1978, no es sino un diálogo de sordos que sólo aceptó hacer uso del Sonotone allá por abril de 1995 cuando, en el Congreso de los Diputados, se aprobó el documento de análisis sobre “problemas estructurales del sistema de Seguridad Social y de las principales reformas que deberán acometerse“.

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Hay que recordar que en aquella ocasión, el Gobierno del PSOE se encontraba en una situación de enorme debilidad política, acentuada por la crisis económica, y no le quedó sino apoyar una proposición no de ley de Convergencia i Unió que fue el germen de lo que después vino en denominarse "Pacto de Toledo", con la creación de una Comisión Legislativa no Permanente que se reúne periódicamente para discutir la evolución del sistema.

Pero salvo ello y cuatro acuerdos parlamentarios más anecdóticos que realmente ejecutivos, los dos principales partidos del arco parlamentario se han caracterizado, estuviesen en el Gobierno o en la oposición, por hacer oídos sordos a lo que del oponente viniese, marcando estrategias electoralistas frente a las positivistas y creativas que pudiesen nacer de alcanzar puntos de encuentro que, sin lugar a dudas, nos hubiesen brindado una España distinta a la que vivimos, mucho más desarrollada y menos polarizada en sus políticas e, incluso, socialmente.

Les hago este comentario porque hace unas semanas escuchaba en no sé qué canal de televisión, mientras cambiaba el pijama por la camisa, que una mesa de trabajo del PSOE había elaborado una serie de medidas con las que hacer frente a la crisis y el incremento del paro. Las había elaborado, presuntamente, pero no las haría públicas hasta tanto el Gobierno no hiciese públicas las suyas.

Ello me recordaba a épocas pasadas en las que gobernando Rodríguez Zapatero, y ya inmersos en la crisis que nos está destruyendo, desde el Partido Popular se actuaba de igual manera, apuntando contar con las medidas necesarias para reflotar el país pero dilatando el conocimiento de las mismas hasta el programa electoral de 2011, en un ejercicio tan cicatero como el de los socialistas en este momento, a la vez que envolvente y engañoso como el que desde la actual oposición se pretende realizar.

La cuestión real se establece en no dar ni una sola baza al contrario y, más aún, en guardarse siempre la carta de poder criticar las medidas de quien gobierna sin arriesgar nada propio en el envite. Los ciudadanos, la problemática de la sociedad... eso no interesa en el fondo ni a unos ni a otros, siempre que de ello no puedan obtener un rédito electoral.

De otro modo, populares y socialistas, socialistas y populares, pondrían todo su empeño en alcanzar acuerdos, en buscar puntos de encuentro, por mucho que ello les hiciese perder protagonismo electoral.

Ya sé que me dirán, ¿pero existe de verdad la posibilidad de que unos y otros puedan aceptar la aplicación de políticas económicas comunes? Por supuesto que sí. El dogmatismo económico, venga de quien venga, de la derecha o la izquierda, del liberalismo o del socialismo, representa un fraude, y sólo el equilibrio entre ajuste y gasto puede no ya ordenar las cuentas públicas, sino hacer posible la estabilidad social que tan necesaria resulta en situaciones como la que vivimos.

Sin embargo, está claro que dicha estabilidad no se persigue, sino más bien todo lo contrario, pretendiendo mantener dos bloques de poder social a través de los que justificarse como organización política.

No estamos en situación –como tampoco lo estábamos hace tres años- para juegos malabares en los que quepa guardarse ases en la bocamanga. Muy al contrario, lo que procede, como también procedía entonces, es poner todas las cartas boca arriba sin que haya vencedores ni vencidos.

Estoy convencido que no va a ser así y que las farisáicas llamadas "diálogo" se quedarán en eso, en simples llamadas con las que justificarse una vez más ante el electorado. Mientras, los ciudadanos, como simples espectadores, teniendo que poner, además, el dinero de las apuestas de unos y otros.

ENRIQUE BELLIDO
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