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Arte y sociedad de consumo: Andy Warhol (II)

Para comprender las ideas que sustentaba Andy Warhol, y que se plasmaban en sus obras dentro del pop art, hay que tener en cuenta que tras la Segunda Guerra Mundial, el auge económico de Estados Unidos fue impresionante, ya que sus industrias y empresas se encargaban de abastecer a los arruinados países europeos que habían vivido esta catástrofe y no podían levantarse por sí mismos.

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El consumismo por entonces era ya habitual en la población estadounidense. No es de extrañar que Warhol declarara que “lo genial de este país es que Estados unidos ha iniciado una tradición en la que los consumidores más ricos compran esencialmente las mismas cosas que los más pobres. Puedes estar viendo la tele, ver un anuncio de Coca-Cola y sabes que tú también puedes beber Coca-Cola”. (Frase sacada de la biografía de Arthur C. Danto sobre Andy Warhol).

Más adelante, esa filosofía de la igualdad social a través del consumo la cerraría con la siguiente explicación: “Una cola es una cola, y ningún dinero del mundo puede hacer que encuentres una cola mejor que la que está bebiendo el mendigo de la esquina. Todas las colas son la misma y todas las colas son buenas. Liz Taylor lo sabe, el Presidente lo sabe, el mendigo lo sabe, y tú lo sabes”.

A nadie le debe extrañar que Andy Warhol, gran creativo pero con las ideas que habitaban en las mentes de las clases medias acomodadas de su país, hiciera esta declaración en la década de los sesenta del siglo pasado.

De todos modos, es el pensamiento que en los países del capitalismo desarrollado se había ido implantando y que había dominado durante décadas en Occidente, por lo que, lógicamente, era lo creía un sector amplio de la población española hasta que estalló la crisis y esta le puso delante de sus narices una realidad que en nada se parecía al “paraíso consumista” en el que, según nos decían, todos podíamos un día entrar en él.

Pero volvamos otra vez a la década de los sesenta del siglo pasado. En 1963, Warhol empezaba a ver realizado su sueño, el éxito le sonreía y la demanda era tan grande que tuvo que dejar el apartamento donde trabajaba para trasladarse a un almacén que lo apodó The Factory (La Fábrica).

Comenzaron a visitarlo todo tipo de gente: artistas, escritores, músicos, modelos y personajes del underground de aquel momento, con tintes más o menos marginales. Por allí pululaban Podrida Rita, el Mayor, la Duquesa, el Hada del Algodón de Azúcar… la mayoría adictos a las anfetaminas y otras variedades de sustancias.

Al poco tiempo, The Factory se convirtió en una fiesta continua. A pesar de ello y de que Warhol acabó enganchándose a las pastillas, había que reconocer que era un trabajador incansable: además de la pintura, el diseño gráfico, el cine y la escultura, comenzó a trabajar como mánager musical.

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En 1965 conoció al grupo The Velvet Underground and Nico que, por entonces, estaba liderado por Lou Reed. Para ellos realizó la portada de su primer disco, que consistía simplemente en el dibujo de un plátano sobre fondo blanco.

Para los amantes de la música, quisiera apuntar que este magnífico disco fue considerado como el mejor de la historia del rock por la prestigiosa revista Rockdelux. (Por mi parte, y a pesar de considerarlo uno de los discos germinales del rock, creo que hay otros que están muy por delante suyo.)

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Otro de los diseños en las portadas de discos fue la que más adelante, en 1971, realizó para Sticky fingers de los Rolling Stones. Esta portada de “Dedos pegajosos”, como era de esperar, fue censurada en nuestro país, aunque, sorprendentemente, la que sustituyó a la original en nada se quedaba atrás.

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En la versión española, el pantalón vaquero con la cremallera que se desplazaba era sustituido por una lata de conserva que había sido abierta con un abrelatas y desde dentro de ella, con un fondo de sangre, asomaban unos dedos femeninos. Lo cierto es que, con el paso del tiempo, el disco de la edición española se convirtió en uno de los más buscados y cotizados por aficionados al vinilo.

No se acabaría aquí su relación con los Rolling, pues otra vez estos acudirían al “genio de la peluca plateada” para pedirle algún que otro trabajo. De este modo, la portada del disco Love you live vendría también firmada por Warhol.

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Pero si hay un diseño de Andy Warhol que se convertiría en un auténtico icono, conocido por los jóvenes rockeros de cualquier rincón del mundo, fue el logotipo que realizó con los labios carnosos de Mick Jagger y del que sale una lengua provocativa, gesto muy habitual en el líder de esta mítica banda cuando se encontraba en escena.

Volviendo otra vez para atrás, en 1968, The Factory tuvo necesariamente que cerrarla, puesto que aquello era un auténtico desmadre: lo mismo uno de los asiduos, Freddie Herko, se arrojaba desde la ventana de un quinto piso bajo los efectos del LSD, que Edie Sedwick, la famosilla por él promocionada, acabaría sus días al poco tiempo después de una de sus habituales sobredosis.

De todos modos, el cierre no acabó con los problemas que había generado su experimento de “La Fábrica”. A los pocos días de la clausura, una habitual del sitio llamada Valerie Solanas, que se autoproclamaba como feminista radical y que decía haber creado el S.C.U.M. (Society of Cutting Up Men, “Sociedad para cortar a los hombres en pedazos”), se presentó en el nuevo estudio y, tras sacar una pistola, comenzó a disparar a todo con el que se encontraba.

Warhol recibió varios impactos, por lo que tuvieron que llevarlo al hospital donde, inicialmente, se le dio por clínicamente muerto. De todos modos, el médico le abrió el pecho y le hizo un masaje manual en el corazón para restablecer el latido cardíaco. Logró reanimarlo por los pelos. Pero, a partir de entonces, su salud ya no fue la misma, teniendo que llevar un corsé ortopédico durante el resto de su vida.

Sus biógrafos nos cuentan que dejó de tomar anfetaminas, aunque se hizo adicto a comer ajos crudos. Abandonó aquella locura que representó The Factory y se le comenzó a ver en la escena festiva de Nueva York con estrellas más “presentables” como Liza Minnelli, Bianca Jagger o Truman Capote, su ídolo literario.

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A finales de los setenta, Andy Warhol era ya mundialmente conocido. El genio del pop art, del culto a las marcas y los productos comerciales, convertidos estos en objetos artísticos por obra y gracia del profeta de la sociedad del consumo, no tenía ningún problema no solo en pintar latas de sopas o botellas de coca-colas, sino que un producto de limpieza como era el de la marca Brillo lo elevaba a la categoría de obra de arte.

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A principios de los ochenta, le empezó a decir a la gente que creía en Dios y que acudía con frecuencia a la iglesia. Su salud se deterioraba y el arrebato místico le hizo modificar un poco lo que había sido su línea hasta ese momento. Comenzó a realizar reinterpretaciones de los grandes artistas del Renacimiento italiano, como fue el caso del cuadro La última de cena de Leonardo da Vinci.

Los problemas de salud se le agudizaban. La vesícula biliar comenzó a darle verdaderos problemas, por lo que se la tuvieron que extirpar. Un profundo pesimismo se apoderó de él, puesto que intuía que si entraba en un hospital no saldría del mismo.

Efectivamente, a las 6.32 horas del 22 de febrero de 1987 fallecía el profeta del nuevo arte. Sus restos recibieron sepultura en el cementerio católico bizantino San Juan Bautista de Pensilvania, junto a los de sus padres.

En ese mismo año, y de acuerdo con su última voluntad, se creó la Andy Warhol Foundation for the Visual Arts con el fin de “espolear la innovación en la expresión artística y el proceso creativo, con la finalidad de apoyar el trabajo con valor experimental y rompedor”. Fue el último deseo del profeta que unió el arte y el consumo, tal como corresponde a una sociedad fascinada por el poder, la fama y el dinero.

Para mi amigo Manolo Bellido, persona entusiasta, incansable melómano 
y buscador de rarezas musicales publicadas en formato vinilo.

AURELIANO SÁINZ
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