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Carta a mi hijo

Querido Juan:

No sé dónde estaré cuando leas estas líneas. Quizás esté en el manadero de gatos del cementerio, con la sonrisa de papel albal de los muertos, armable con la trementina y la horchata de la cal, bebiendo limón soleado y leche con California. Quizás sea el polvo que se ríe de los muebles y de las cabinas de teléfono. Tal vez me encuentre en un panteón de ilustres fregonas sin faltar a una coma o en la tapa de un yogur sobrevolando un vertedero de hombres que creyeron irrumpir en algo.

No creo, hijo. Estaré bajo una pequeña luz de serrín, pero estaré donde tú estés, con la sidra de la mañana, seré una ardilla en un naranjo o seré un Plato Indurain de chistorra y pimientos escalando el mediodía. Con mis aciertos y errores, tu padre seguirá contigo.

La gente que nos quiere se acaba muriendo saliéndose por los pespuntes, por el frío que rotulan los caimanes cuando se esconden en el pantano. Y tu padre, como todos, se ha ido quedando solo. Como mucha gente que convive en picado con el Paracetamol y el Gelocatil, aunque yo sea más de cafeína. En nada me diferencio de mis contemporáneos: no estamos horneados con harina de fuerza, somos un saco de cuernos. Salvo que, quizás, en algún momento, no me consideré mansurrón y me rebelé contra la reciura del tiempo. Me faltó tiempo para poner bombas.

Siempre hay lugar para pensar, Juan, que hay delicias que se pueden hacer sin huevos ni manteca. Imaginación y pasión, Juan. Y mucha honestidad. Da igual, ahora eres pequeño y debes continuar bañándote en el merengue suizo de tu infancia. Yo he participado de esta película sin guión de Chi Chi La Rue a la que llamamos España, tierra de felones, de gendarmes, de hipócritas y de capuchas siniestras; el país que se comió durante cuarenta años a un muñeco de nieve que no había leído un libro jamás. Acabose.

Cientos de españoles arriesgaron sus vidas, fueron los antihistamínicos que trataron de combatir a la diarrea. Pero era diarrea, y ellos, los héroes de verdad: la lista negra de los dinosaurios. Pam, pam, pam... y una España abierta en mariposa de espaldas al fuego.

¿El resto de españoles? Cobardes, maniatados, cagados y meados, saliendo por la puerta falsa del corral. Como ahora, cuando escribo esto. Es curioso: cuarenta años acojonados por los talibanes de las flechas y el yugo para que llegara una democracia en la que nos prometieron jamón y olvidamos cortar la cuerda. Curioso: nos dejaron las mollejas y las ladroneras de la monarquía, al ahijado de Franco en el matacán del castillo, nos legaron una estructura criminal y mafiosa de alta costura y se cargaron la Alta Cultura.

No nos cansaremos de validar a los más ineptos, a los más incapaces, a los más piratas, sean socialistas, derechistas, centristas o rojazos. Llevamos el maquillaje de la selva, llevamos la bollería del día anterior. En este país, los pobres ponen los muertos, las fosas comunes. Los listos, los débiles, los traicioneros, ponen las medallas y ponen los tiros. Chapuceros por el mundo: pasen y vean.

¿Qué han esperado siempre de nosotros aquellos que se maquillan como los lobos? Biberón y a la cama. Este ha sido siempre un país en el que los que han desayunado, han desayuntado. Jodiendo, naturalmente. Escalera real, vosotros ganáis. ¡Que vuelvan los destacamentos y los garfios!

Este país de envidiosos y troleros siempre acude a un Tarzán de los Monos cuando se entrega a la molicie. Y se le implora que nos salve. ¡Carajo, compatriotas! ¡Haced país, sed exigentes, olvidaos de billeteras como catedrales! ¡Vivid y disfrutad de la vida, dejad la papiroflexia y pegaros chutes de libros y espabile!

¿Queréis un país de esta guisa? Nosotros, con condón y sin excepción. Un país en el que cuatro echan un polvo y corren las cortinas. Lo dicho: porno feísta, guarro y en calcetines. Y sin guión. Un país donde los más cenutrios prohíben y prohíben. Obligan y obligan. Pero nos quieren decir que nos lo comamos con sopas, que a ellos no se les aplica el cuento.

Siempre hemos sido negocio, mercancía, no existen los Santos Lugares, ni los Santos Varones, no existe nada de eso. ¿La Constitución? La señorita con mayor denuncia por violencia de género. Todo nos conduce al cuarteo, al crucigrama y las apuestas, a las mismas cantigas medievales rodeadas de mosquerío.

España, un rebaño de leones viejos. ¡Nada de manada! No llegamos a tal estatus. Todo nos conduce al despiece lento y calculado: ¿Quién se llevará el solomillo, el lomo alto, la aguja, la falda, la babilla...?Al que se rebela, le dan la vuelta al colchón y le dejan la salita decorada con ráfagas de metralleta.

¿Es ese el concepto de política? No creas tal majadería, hijo. La política no es un bomba con obesidad mórbida tras una urna de cristal que tan sólo unos cuantos "comandos especiales" pueden manejar. No. La política no es el tabernáculo de los caballeros templarios.

La política es el ladrillo que cada cual pone, la forma en que nos relacionamos, las decisiones que tomamos, la estantería que llenamos mientras remamos. Hemos tomado el concepto de política y lo hemos liado como un chupachups Kojak. ¡Grave error!

La política es nuestra opinión, nuestra amistad, nuestra inquietud y nuestra forma de descorchar. ¡No es lo que nos han hecho creer! ¿Qué es eso de unos señores cobrando una pasta por representar a sus vecinos? Deberían de sentirse privilegiados por ser los elegidos. Pero no es así. Se sienten capacitados para robar, para excederse, para vivir como furcias mantenidas, con edictos de seducción barata en top less. ¡Que se pongan leggins! Los únicos que no engañan

Algunos canallas no entienden que España es una cama de dos metros donde hay que buscar el calor en su amplio espectro. Acercar los pies y calentarse mutuamente. Sin embargo, cuanto más grande es la cama, más se vuelven para los extremos, cerquita de la mesita de noche donde guardan la pistola, la biblia, la revolución y las trampas. Y tiran de la colcha para dejar a su compañero de cohabitación pelado de frío.

No es así. La política es de todos, no es una profesión, no es una oposición con examen. No es una licencia para pistoleros y mamporreros. Es una obligación colectiva, una altísima responsabilidad. Tú naciste en un momento en que ya sabías que los ajos tienen más dientes que los vampiros, y buscarás el viernes tras las rejillas, como hizo tu padre. Buscarás el viernes, sin olvidar el lunes nunca.

Llegará un día, hijo mío, en que contemplarás cómo los sanguinarios pedirán recibo después de cobrar. Las capuchas que han atormentado a este país, terroristas, fanáticos de la Iglesia, políticos de la Tierra Media... Todos los que han edificado esta nación con concreto primitivo, en astilleros para estúpidos.

Las mareas, por mucho que caves, no te llevarán al desván de tu infancia ni te alquilarán el torrente de los recuerdos. De los buenos recuerdos. Pero haz memoria siempre. Estamos aprendiendo a oír el barro, como nuestros abuelos. A oírlo y masticarlo. Nos servirá de mucho.

Aprendimos a odiar y a matar mientras ordeñábamos las cabras y aún no hemos parado de aprender. Aprendemos lo mejor. A matar a los indispensables, a los inteligentes, a los nobles. Siempre han quedado a flote los borbollones de milicianos, la bajeza, la estulticia, los indocumentados que firmaban penas de muerte mientras mojaban churros en chocolate. Siempre hemos meado gasolina con plomo y nos hemos rodeado de santones y cobardes que han vivido de chupar anticongelante para caballos. A este país siempre le viene la mierda silbando como un tren.

Y no nos damos cuenta de que pisamos héroes todos los días, de que el viento calla porque hay mujeres y hombres que lo mandan callar y deciden estrellarse mordiendo las tacitas de hormigón que nos sirven otros. Son hombres que mueren por la garganta, enarbolando anginas que parecen banderas.

No reconozco este mundo despeñadizo que, a bayoneta calada, se cierne sobre vosotros, hijos del mañana, hoy cachorros festoneados, reposados sobre las agujetas de las bombas que padecieron vuestros ancestros. Habéis nacido con esa niebla que ahora percibís, esa intensa niebla que antes rebosaba de latidos con aliento a pan y resonaba a calceta de caballo. ¡No es niebla, hijos míos! Es el espeto de los poderosos; no es que desandemos, es que no nos dejan andar. Los imbéciles tronados, los traidores a la patria, los hombres chicos y sucios. No nos deja andar la manta con bolas del pasado.

No puedo reconocer en este mundo más que esquinas inflamadas, más que mentiras empasteladas, más que antorchas inquisidoras que se meten por las puertas con un aire finito, finito. Para disolverte, para hacerte desaparecer. La guerra española nos dejó la nubosidad de las ametralladoras en ristre, nos dejó todo un staff de sañudos cazadores en busca de chucherías y manicuras. Nos dejó camisas de religión con flemas, religión en salazón, religión siniestrada. La camisa de un naúfrago flotando en un manglar.

Dios se detuvo en seco en este país para dejar paso a los comerciantes de las almas, para dejar paso a la sangre y la fregona. ¿Para cuándo dejará Cristo las dos hostias bien dadas para que éstos entren en calor? No dejes que la pastilla de jabón se escurra entre tus dedos. Agárrala. Y la tarta, aunque caiga desde el tobogán, no se la volváis a regalar.

Te quiere, tu padre,
J. DELGADO-CHUMILLA
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